– Esto es una locura. Vuélvete a dormir.
– Estoy sedienta.
Su mirada saltó a su cara.
– Estoy haciendo todo lo posible para estar pendiente de ti, Mari, pero no me lo estás poniendo fácil.
– Seré buena, pero realmente estoy sedienta.
Se sentó un poco indecisa, y él se inclinó para colocar las almohadas. Su brazo rozó su pecho, y soltó una maldición entre sus apretados dientes. Ken vertió agua en un vaso y lo empujó hacia ella, teniendo cuidado de no dejar que sus dedos se tocaran.
Ella se llevó el vaso a los labios, atrayendo su atención de vuelta a su boca. Casi gruñó viendo a su garganta trabajar mientras tragaba el agua. Arrastró una silla al lado de la cama y se montó a horcajadas, apoyando los brazos en la parte superior del respaldo y descansando su barbilla en sus manos.
– Nunca te estremeces o apartas los ojos cuando me miras.
Mari presionó el vaso contra su sien.
– ¿De verdad la gente hace eso?
– Por supuesto que lo hacen, mírame.
– He estado mirándote. -Su mirada fue a la deriva sobre su cara y bajó más abajo para seguir las cicatrices que desaparecían en su camisa. Había un interés evidente en sus ojos-. La gente es idiota.
– Dios, mujer, no estás a salvo. -Aspiró, lo dejó salir y forzó a su mente a alejarse de su pecaminosa boca-. Cuéntame acerca del complejo. ¿Cómo podría el personal militar y, adivino, técnicos de laboratorio estar allí y no darse cuenta de lo que estaba pasando? -Era mucho más que una tentación sentada allí pareciendo vulnerable, somnolienta y mirándole como si pudiera ser un caramelo.
Ella se encogió de hombros, escondiendo su sonrisa por la reacción de él hacia ella.
– El complejo tiene muchas capas y rotan a los soldados que entran bastante a menudo. Por fuera, el lugar parece bastante inocuo. A nivel de la tierra tiene unos pocos edificios, cabañas, la pista de aterrizaje, el helipuerto, ese tipo de cosas, con verja altas y un sistema de seguridad. Los guardias militares normales se encuentran sobre tierra y tienen las casas en barracones sobre tierra. Muchos de los técnicos de laboratorio normales tienen sus barracones sobre tierra también.
– ¿Vivís bajo tierra?
– Siempre lo hemos hecho. Cuatro plantas por debajo. Hay dos laboratorios sobre nosotros. El primero es para el espectáculo. Ahí es donde llevan a hombres como el senador Freeman, y los técnicos de este piso firman contratos de rotación de seis meses. Nunca van por debajo de ese nivel. Entrenamos en el cuarto nivel y somos trasportados en avión a varios sitios al aire libre, siempre bajo la mirada de los guardias de Whitney. El cuarto nivel tiene todo tipo de habitaciones y módulos de entrenamiento y simuladores.
Escuchó lo que no estaba diciendo, la información entre líneas, la existencia dura y fría de crecer con un hombre que pensaba usar a los niños solo para experimentar. No era asombroso que estuviera tan cerca de las otras mujeres. Ellas solo se tenían las unas a las otras mientras crecían.
– ¿Y Sean? ¿Dónde entra él? -Porque sentía el cariño en su mente cuando pensaba en él, y eso lo estaba volviendo loco.
– En el último par de años he entrenado con varios hombres. Sean es uno de ellos. Estaban realzados tanto física como psíquicamente. Era la primera vez que Whitney nos permitía estar alrededor de alguien más por periodos prolongados de tiempo. Incluso rotaba a nuestros instructores así no estábamos atados a nadie. Al menos, al principio, esto era lo que pensábamos.
– ¿Pero ahora?
Se deslizó hacia abajo bajo la sábana, incapaz de sentarse derecha más tiempo.
– Creo que estaba asustado de que se atasen a nosotras y nos dijeran que estaba pasando o tratasen de ayudarnos a irnos. Al tiempo que trajo a los hombres con los que trabajamos, también trajo a sus propios guardias. Eran muy agresivos y acelerados todo el tiempo. -Sus dedos cogieron la sábana, el único signo de nerviosismo que dio.
Ken se estiró y cubrió su mano.
– ¿Y Sean no es uno de sus guardias?
Ella frunció el ceño.
– No lo era. Era parte de nuestro equipo. Trabajábamos bien juntos y fuimos a varias misiones. Él y un hombre llamado Rob Tate eran los más amables, además de ser los mejores en lo que hacían. Brett trabajo con nosotras por un tiempo.
La mención de Brett la hizo estremecerse por dentro. Lo escondió bien, su cara nunca cambio de expresión. Su tono neutral, pero él estaba tocándola y su mente estaba abierta para él. Despreció a Brett
– Ese es el hombre responsable de aquellas marcas en tu espalda. -Ken mantuvo la cara completamente inexpresiva, su tono neutral, pero bajo la calmada máscara, la adrenalina surgió y una rabia helada se instaló en la boca del estómago.
– Todo cambió cuando Whitney anunció su programa de cría. Fuimos extraídas de las misiones que nos sacaban del complejo, y puestas en habitaciones cerradas, Después la vida se volvió insoportable.
Su simple declaración colgó en el aire entre ellos. Las paredes se ondularon y bajo ellos el suelo cambio. Mari jadeó y tiró de su mano. Ken miró hacia abajo. Estaba estrangulando su mano, aplastando los finos huesos mientras apretaba el puño. Instantáneamente aflojó su asimiento y se inclinó para examinar el daño.
– Lo siento, Mari. -Dejó pequeños besos sobre el dorso de su mano-. No sé que demonios está mal conmigo. Normalmente mantengo mis habilidades psíquicas y físicas ocultas.
Ella descansó su mano en la parte trasera de su cuello, sintiendo las cicatrices allí, el inicio de las crestas que no eran tan precisas como los cortes más pequeños que atravesaban su cuerpo. Él descansó su cabeza en su regazo, y le frotó caricias calmantes a lo largo de la nuca y arriba en su pelo negro azabache.
– Excepto por la mano un poco aplastada, es agradable tener a alguien enfadado en mi nombre. -Lo deslumbró con una sonrisa, pequeña y provocativa.
Nadie se había preocupado lo suficiente para estar enfadado, ni siquiera las mujeres hasta que Whitney empezó su programa de cría. Sus vidas habían sido todo lo que conocían, una parte buena, otra parte mala, pero no cuestionaron como vivían o habían sido educadas. ¿Cuál era el sentido? No conocía como se sentía tener a alguien preocupada por ella, pero él le dio un resplandor cálido dentro que no podía describir.
– ¿Ken que le pasó a tu espalda?
Hubo un pequeño silencio. Él empezó a cambiar bajo su mano, pero ejerció presión, sujetándolo.
– Solo dímelo -le pinchó suavemente.
No quería decírselo. La verdad de esta vida, no podía pensar en ello, pensar sobre la desgarradora agonía que nunca parecía tener fin. No quería sentirse como aquellos ciervos, balanceándose despellejados en ganchos de carne en la cabaña de caza del senador. No quería escuchar el zumbido de las moscas, o el continuo goteo de sangre, o sentir los cientos de mordiscos de insectos que no deberían haber sido nada más que un fastidio en medio de tal extrema tortura, pero por la noche, cuando estaba solo, recordaba cada detalle vividamente.
Sus dedos se enterraron en su pelo y los apretó como si reuniese coraje.
– No cooperé con Brett y me odia por eso. Whitney no le dejaba que marcase mi cara, así que golpeó mi espalda y mis piernas con su cinturón y algunas veces con una caña. Todavía no coopero, me fuerza cuando estoy demasiado débil. -Había humillación en su voz.
No entendió porque se lo contaba, solo que tenía que hacerlo.
Ken se tensó. Podía oír su propio corazón atronando en su pecho. Había un gruñido de protesta en su cabeza. Le había costado su orgullo decírselo. Él quiso romper algo e ir a una juerga de muerte, hacer caer a Whitney y a Brett y a cualquier otro que le ayudó a perpetuar un crimen tan vil.
Ella permaneció muy quieta. Le había dado algo importante de sí misma, y estaba esperando su reacción. No podía derribar las paredes y gruñir como un animal herido. Tenía que darle algo igual de importante.