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– Crecí en los barracones. Ahora tengo mi propia habitación, pero no hay nada en ella. Solo la litera y mi armario. No nos son permitidas cosas personales. Hay una televisión en la habitación de juegos, pero somos observadas todo el tiempo, y todo lo que hacemos es grabado. Mayormente entrenamos, trabajamos en educación y reforzamos nuestros talentos psíquicos para hacernos mejores soldados. Bueno, al menos lo hacíamos hasta que Whitney vino con su último brillante programa.

– ¿Qué haces cuando tienes tiempo libre?

– ¿Por las tardes? Me gusta leer y escuchar música. Me encanta la música.

– ¿Y en vacaciones? ¿Viajas?

– No tenemos vacaciones. Y el único viaje que nos permiten es cuando estamos en una misión. -Mari se presionó contra su mano. Las sensaciones iban a la deriva a través de ella como el humo perezoso, hasta que la conciencia sexual ardió a través de su cuerpo entero. Sus dedos cogieron los dolores y las molestias y los convirtieron en algo completamente diferente-. Por supuesto ahora, desde que empezó el programa de cría, todas las mujeres son virtualmente prisioneras.

– ¿Creciste con esas mujeres? ¿Os criaste en los barracones desde que erais pequeñas?

– Si. Son mi familia. Las considero mis hermanas. Cami es dura, se escapará sin problemas, y las demás seguirán a nuestra líder, pero tengo una hermana que sospecho está ya embarazada. Tenemos que sacarla de allí antes de que controle las pruebas semanales y tenga los resultados. Está aterrorizada de que lo descubra.

– La sacaremos. -Ken no preguntó cuál de las mujeres estaba embarazada. Mari ya lamentaba darle tanta información; podía verlo en su cara y no la culpó. Deslizó su cuerpo hacia abajo, solo un poquito, lo suficiente para que pudiera descansar la barbilla en la parte alta de su cabeza y su cara estuviera de frente a sus preciosos senos. Su aliento se enganchó.

Los rayos de luna de la claraboya sobre sus cabezas se derramaron a través de su cuerpo, iluminando su piel, convirtiéndola en crema. Subió más arriba la camisa, exponiendo sus pechos al aire frío de la noche, y a su caliente mirada. Su propia respiración abandonó los pulmones en una ráfaga acalorada. Esta mujer le daba algo que nadie más le había dado nunca. No era la combinación de lujuria y necesidad, o incluso que su cuerpo saltara de vuelta a la vida dura y vividamente; era la felicidad simplemente. Se sentía diferente cuando estaba con ella. Más ligero. El recuerdo de su olor y la visión de sangre, del sudor oscuro, los sonidos de sus propios gritos, la rabia que nunca lo abandonaba, que le consumía hasta que pensaba que su mundo era solo uno de completa oscuridad, desprovisto de algo bueno, ella lo forzaba todo a retirarse, solo con su presencia. Whitney, el hijo de puta, no podía haber hecho que eso pasase con su intromisión, era demasiado real.

Mari levantó la mano, peinando con los dedos su grueso cabello ondulado. Su cuerpo casi vibraba con la necesidad de sentir sus manos, y boca sobre ella. Su cuerpo se sentía como si se estuviera derritiendo, tan suave y flexible que podía modelarla en cualquier cosa. Sus pechos hormiguearon cuando el aire frío golpeó sus pezones como el movimiento rápido de una lengua, convirtiéndolos en duros picos gemelos.

Sus dedos se cerraron en puños en su cabello cuando se movió de nuevo, y sintió la sombra de la barba raspar contra sus pezones, mandando pequeños relámpagos a través de su sistema sanguíneo.

– Ken.

Dijo su nombre en un susurro jadeante que amenazó con romper su rígido control. Ken pensó que tenía su deseo bien controlado, pero no había contado con la manera en que su cuerpo respondía al suyo. Sus pechos desnudos dispuestos delante de él como un festín, bebió con la vista de su carne lujuriosa, hinchada y enrojecida por el deseo, subiendo y bajando con cada respiración, atrayéndolo cerca de los apretados capullos rosas que se levantaban para llamarle. Lo deseaba, no, lo necesitaba y ese era el afrodisíaco más potente de todos.

Parecía no ver las cicatrices en su cara o cuerpo. Lo tocó, rozando con su boca hacia abajo por la carne llena de cicatrices, como si estuviera entero. Parecía tan voraz por él como él por ella.

– Eres increíblemente bella, Mari -susurró-. No son las feromonas de Whitney hablando. Soy yo, deseándote tantísimo que casi me asusta tocarte.

“Casi” no era verdad, estaba asustado. Si sabía como se sentía el paraíso, ¿podría volver al mundo estéril del desierto? Acarició con su mano entre los pechos, bajando por su cuerpo hasta el plano estómago. Músculos firmes actuaban bajo la suave piel. Descanso la mano sobre su estómago posesivamente, los dedos se extendieron ampliamente para tomar cada pulgada de ella que pudiera. Bajo su palma, los músculos de su estómago se apretaron.

Ella no había conocido casa o familia. Él había tenido casas de acogida y a Jack. Demonios, los habían echado de docenas de lugares, huido de más, y todavía estaba completamente seguro que había estado mejor que Mari. Le habían quitado a Briony cuando eran niñas pequeñas, y había crecido en un mundo brutal y disciplinado. Su mundo había sido brutal y disciplinado, pero había tenido a Jack. Siempre había tenido a su hermano.

Movió las yemas de los dedos sobre su piel, trazando su pequeño ombligo sexy. Nada de piercings para Mari. Ni joyas o ropas elaboradas. No había tenido vestidos largos o perfumes caros. Había tenido botas militares y vulgares ropas de camuflaje.

Con cada caricia de sus dedos, sintió la ondulación en respuesta de su estómago, sus músculos se contraían bajo la menor caricia. Se estremeció con el esfuerzo de mantener la mente alejada de sus pensamientos de ella desnuda bajo él. Podía necesitarlo, y seguro como el infierno que podía hacer que ella lo necesitase también, pero el sexo ardiente no era lo mejor para ella, no en ese momento.

Había una parte de él que detestaba la manera en que la lujuria se entrometía, tan aguda y terrible que podía saborearla en la lengua. Comenzaba a ansiarla como una droga a la que fuera adicto. Quería consolarla y tranquilizarla, hablar de cosas que le importasen, pero su polla latía y quemaba por ella, estirándose hasta el punto de estallar, un urgente recuerdo de que estaba vivo y era infinitamente más que un hombre normal.

Tal vez era la necesidad de enseñarle que bajo la máscara no era un monstruo, que por ella podría apartar sus instintos básicamente animales y ser un hombre mejor. Estuvo cerca de morir. Técnicamente, aunque no pensaba en ella como en una prisionera, lo era, y eso la hacia vulnerable. Quería pensar sobre eso, tenía que pensar en eso, para impedirse subir encima de ella y perder la cabeza por ambos. Una vez que empezase, no estaba del todo seguro de parar alguna vez.

– ¿Ken? -Los dedos de Mari se movieron entre su cabello, masajeando su nuca y mandando un estremecimiento de conciencia por su columna.

– ¿Por qué siempre que un hombre esta haciendo lo mejor para ser noble, su cuerpo pone la directa y no puede pensar con el cerebro?

– ¿Se te ha ocurrido que podría no querer que fueras noble? Casi muero. Tengo que volver a una existencia en la que no quiero pensar. Esta podría ser mi oportunidad, mi única oportunidad, de estar con un hombre que escoja.

– ¿Aquí? ¿En el laboratorio cerrado que es un recuerdo constante de todo lo que nunca has tenido? ¿En esta cama estrecha y dura? Te quiero en algún sitio donde pueda pasar horas, días, explorando cada pulgada de tu cuerpo. Algún lugar hermoso con el fuego rugiendo en la chimenea y cascadas fuera de la ventana.

Su aliento se enganchó de nuevo, la más pequeña de las reacciones, pero él la captó. Ella no creía que tendría esas cosas, y en ese momento, decidió que se aseguraría que las tuviera, que tendría todo lo que pudiera darle.

Mari se movió otra vez, sus pechos rozando su mandíbula ensombrecida. El cuerpo de Ken se puso rígido, cada músculo apretado y caliente, contrayéndose en duros nudos. Su aliento abanicó la tentación de sus pezones. La necesitaba más que al aire en sus pulmones, pero una vez que la tocara, una vez que la reclamase, no habría vuelta atrás.