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– Mari… -lo intentó de nuevo, su cara, por propia decisión, moviéndose una escasa pulgada de modo que su lengua pudiera bajar más abajo y lamer a lo largo del pezón.

Mari salto bajo él, sus caderas se movieron agitadamente, sus pechos se elevaron bruscamente con la respiración jadeante, arqueándose contra él, en la caverna oscura y caliente de su boca. Su mano acogió el pecho, amasando, mientras chupaba, usando los dientes para afilar el deseo, su lengua provocándola y ahogándola de placer.

Ella hizo un único sonido, un grito ahogado de sorpresa, sus caderas corcovearon, el caliente montículo se deslizó sobre su muslo en un esfuerzo por conseguir algún alivio. Inmediatamente, enterró los dedos más abajo, para encontrar un horno de calor. Sus dientes se cerraron sobre el pezón con un pequeño mordisco de dolor, cuando sus dedos encontraron la resbaladiza entrada, probando su respuesta a su necesidad de un poco de juego rudo. Una ola fresca de denso aroma se elevó y los dedos estuvieron húmedos con su bienvenida.

El gemido fue tan suave que apenas lo escuchó, pero sintió la vibración a través del cuerpo entero. Su polla se sacudió, frotándose contra el material de los vaqueros, hinchándose hasta el punto de estallar. Tenía que tener algún tipo de alivio antes de que explotase. Cambió al otro pecho, chupando fuerte mientras su mano se deslizaba hasta los vaqueros, abriéndolos, deslizándolos sobre las caderas hasta que la enorme erección pudo saltar fuera. No podía detenerse a si mismo, su mano se deslizó sobre la polla dura y gruesa, sintiendo las crestas, estrujando apretadamente en un esfuerzo por crear la sensación. Demonios, ni siquiera sabía si su equipo realmente funcionaba de todas formas.

Los dientes tiraron del pezón, manteniendo su deseo agudo y afilado, arrastró los vaqueros por sus caderas. Se echó hacia atrás, levantando la cabeza de sus pechos suaves y perfectos, para mirarla. Mari yacía en la cama, sus ojos lo miraban con deseo, los labios abiertos, con la respiración subiendo y bajando rápidamente. Sus pechos empujaban hacia arriba por la camisa abierta, las piernas desnudas y abiertas, el cuerpo abierto a él. Era la vista más hermosa que nunca había tenido. Su mirada descendió hasta el puño rodeando la gruesa erección. Había una gota brillando como una perla en la gran cabeza hinchada. Su mirada se centró en la suya. Mari se inclinó hacia delante y lo chupó.

Su cuerpo entero se paralizó, una tormenta de fuego se extendió caliente y salvaje, una fiebre creciendo tan rápida, tan intensa, que se estremeció, su corazón latiendo ruidosamente en los oídos. El sudor brotó, goteando por su frente. Estaba matándolo. Matándole.

Cogió su cara entre las manos y forzó a los ojos oscuros a encontrarse con su ardiente mirada.

– Mari, dulce, tienes que estar segura. -Su voz era ronca-. No voy a ser capaz de parar en otro minuto. No tengo una maldita cosa que usar como protección y es una gilipollez, tomarte aquí. No voy a ser suave y cariñoso como te mereces. Y no quiero herirte. Estoy malditamente asustado de herirte, pero juro darte más placer del que has tenido en tu vida. Si no puedes hacer esto conmigo, ir hasta el final, tomar todo lo que necesito darte, tienes que decirme que me detenga ahora y lo juro, encontrare la fuerza para dejarte sola.

– Ken, por favor -susurró, sus ojos oscuros suplicantes-. Te deseo tanto que no puedo pensar con claridad. Este es nuestro momento. Tenemos que cogerlo o puede que no vuelva de nuevo. Dame esto, dame un recuerdo, algo real, que me dure para siempre.

Él tomó sus labios, tratando de ser suave, pero en el momento en que deslizó la lengua en la oscuridad aterciopelada de su boca, estuvo perdido en una bruma de locura. La lujuria se alzó, tan afilada y terrible que le consumía, comiéndoselo vivo. Tomó su boca, cediendo a los demonios que lo conducían con fuerza.

Manos duras la mantuvieron quieta. Mari estaba sorprendida con su enorme fuerza, con su propia excitación ante su agresividad, tan caliente, rápida y dura, sacudiendo su cuerpo antes de que estuviera lista, casi empujándola al orgasmo antes de que realmente la hubiera tocado. Su aliento desigual era áspero cuando mordió su labio, sus dientes y lengua haciendo cosas salvajes a su boca hasta que no pudo ver, sin hablar de pensar.

Los labios bajaron por su cuello, pequeños besos picantes que dejaron fuego bailando sobre sus terminaciones nerviosas. Cogió un pezón entre el pulgar y el índice, haciéndolo rodar y tirando hasta que su cabeza se retorció de un lado a otro sobre la almohada y sollozó su nombre. No sabía que podía sentirse de esta manera, no sabía que una pequeña explosión de dolor podría brindar una llamarada de calor y su lengua se podría sentir como terciopelo sobre la piel hipersensible.

Él bajó besando hasta sus pechos, parando allí para darse un festín, deseándola en un frenesí de necesidad, necesitando su conformidad, asustado de que si luchaba contra él, se volvería loco. Su mano se movió más abajo, saboreando la forma y la textura de ella, ahuecando el monte caliente y húmedo, sintiendo satisfacción cuando sus caderas corcovearon y otro suave sollozo escapó. Deslizó el dedo en el profundo hueco, buscando la miel y la especia y un modo de hacerla suya para la eternidad.

– Extiende las piernas para mi, Mari. -Su voz fue áspera, las manos ásperas en sus muslos, forzándola a obedecer antes de que pudiera dárselo, posicionándola de modo que pudiera besar hasta su ombligo, haciendo una pausa para mordisquear la parte de debajo de sus pechos, trazando cada costilla, y prodigando atención a su abdomen con calientes lametones como si fuera un helado.

– Ken. -Desesperada, agarró su cabello, tratando de arrastrarlo sobre ella, para cubrirla.

Cogió sus muñecas y las movió hacia abajo.

– Compórtate -ordenó-. Haremos esto a mi manera. Te lo advertí, tiene que ser a mi manera.

Porque viéndola perder el control, mirando la lujuria construir la necesidad en su mente, alimentaba sus instintos violentos e incrementaba su placer. Cuanto más se apartara de él, mejor era para él.

– No puedo hacerlo. Eres demasiado lento.

– Permanece quieta -repitió, la voz áspera. Su lengua siguió al dedo en un barrido largo y lento que buscaba el néctar que ansiaba.

Casi se cayó de la cama, sus sollozos reales, las caderas moviéndose salvajemente. Golpeó su culo en advertencia y vio la llamarada de deseo en respuesta en sus ojos. Ken colocó un brazo sobre sus caderas, sujetándola. Su necesidad rugía pura ahora, fluyendo a través de su cuerpo con la fuerza de una ola gigante, una tormenta de fuego tan fuera de control que fue culminante. No solo necesitaba su cuerpo, deseaba su alma, la quería tan atada que hiciera todo lo que le pidiera, todo lo que demandara.

Mari alzó la cabeza para mirarlo, la oscura sensualidad de su cara, la intensidad de su deseo que se estremeció a través de su cuerpo. Sus ojos eran plata pura, puñales gemelos de luz que se concentraba solamente en ella. Sus manos eran duras y terriblemente fuertes. Las cicatrices viajaban hacia abajo por su estómago hasta la enorme polla. Los cortes del cuchillo habían sido hechos con precisión quirúrgica, cada corte diseñado para causar el máximo daño sin matarlo. Sus testículos estaban cortados, como lo estaban su vientre, caderas y hacia abajo a través de los muslos hasta que las cicatrices desaparecían en las perneras de los vaqueros.

Pensó que nadie podía reponerse a tal experiencia traumática, pero estaba lo suficientemente duro, grueso y grande para ser enteramente intimidante, y deseaba tocarlo, probarlo y aliviarlo, hacer lo mejor para él. Lo que quería era llevarlo más allá de la locura, del mismo modo que la estaba llevando a ella. Se lamió los labios para humedecerlos, abriéndolos mientras miraba la larga y desalentadora longitud de él. Estaba desatada, su cuerpo se enroscaba más y más apretado hasta que estuvo asustada de estar gritando, lanzándose sobre él, suplicando por la liberación.