Él susurró algo gutural y ligeramente obsceno, la voz tan ronca que la encontró sexy. Los ojos plateados marcaron su nombre en su carne y en sus huesos mientras sujetaba hacia abajo los muslos y bajaba la cabeza, la boca sobre sus labios más íntimos, la lengua empujando profundamente en ella. Todo a su alrededor pareció explotar. Se rompió, se rompió absoluta y completamente, fragmentándose en un millón de pedazos, su mente desintegrándose hasta que no hubo un pensamiento consciente, solo ola tras ola de sensaciones, olas gigantes que la hundían, llevándola lejos al mar, donde no tenía ancla ni camino de vuelta.
Luchó por escapar, usando la fuerza, aterrorizada de perderse a si misma para siempre, asustada de que si no paraba podría morir del intenso placer. Su visión se estrecho, y vio rayas oscuras cubiertas de estrellas azul brillante mientras sus pechos se tensaban, su útero se contraía y cada músculo de su cuerpo se apretaba y se rebelaba, enroscándose más y más apretado. La mantuvo quieta, como nadie más podía hacer, su fuerza realzada imposibilitaba la lucha mientras conducía la lengua implacablemente en su canal femenino, arponeando profundamente, una y otra vez. No podía soportarlo. Tenía que parar. Tenía que hacerlo.
La lengua pasó de apuñalar a revolotear; los dientes encontraron su punto más sensible y empezó un asalto lento y tortuoso. Sus dedos se añadieron a la locura, empujando profundamente y saliendo para extender el líquido caliente sobre sus partes más íntimas. Su boca fue a su brote más sensible, la lengua se movió despiadadamente de un lado a otro, lanzándola a un salvaje orgasmo sin fin. Cuanto más sensitiva se volvía, más insistía, sujetándola mientras la chupaba, antes de una vez más tomar su capullo entre los dientes y acariciarlo con la lengua. Ella perdió la habilidad para respirar, retorciéndose de un lado a otro para escapar de su boca.
Su respiración salió en sollozos desiguales.
– No puedo tomar más. No más. -Las sensaciones se construían continuamente. Había perdido la cuenta de cuantas veces se había corrido, cada orgasmo más fuerte que el anterior, hasta que lo sintió a través del estómago, arriba en los pechos, hasta que cada parte de ella estuvo estimulado más allá de su imaginación.
– Si. Más. Te correrás para mi, Mari, una y otra vez. -Su voz fue gutural mientras chupaba vorazmente, lanzándola a otro clímax.
Era demasiado. Nunca había tenido a nadie que le diera tanto, exigiera tanto, tomara tanto. Clavó los dedos en sus hombros, desesperada por sujetarse cuando el mundo se estaba marchando. Sus aromas combinados eran potentes y pesados, tan sexy que no podía pensar. Sus manos estaban en todas partes, haciendo su cuerpo suyo, tomando posesión de cada parte separada de ella.
Cuando se puso tensa en protesta, asustada, su boca la devoro, comiéndosela como a un caramelo como él la había llamado antes, devorando todo hasta que estuvo segura que no había nada de Mari. Levantó la cabeza para mirarla, su cara, pura sensualidad carnal.
– Me perteneces -susurro bruscamente-. Cuerpo y alma.
Independientemente de lo que él quisiera o necesitase, iba a ser la que se lo suministrase. La oscura violencia en él podría ser aprovechada y usada para propósitos mucho más placenteros, los demonios encerrados por una mujer, Mari. Ella hacía que su polla doliese, sus pelotas quemasen y su control se escabullese, hasta que todo en lo que podía pensar era en tenerla. Era un hombre que podía montar a una mujer toda la noche y nunca sentirse completamente saciado. Aún mirándola extendida bajo él a merced de su cuerpo, escuchando sus súplicas y sollozos para que la tomase, supo que todo era diferente con ella. Su vida sería siempre diferente.
Ella lo agarró apretadamente, su cuerpo se retorcía bajo su lengua y dientes, su respiración salía en sollozos mientras le suplicaba que la poseyese. Los gritos sin aliento se añadían a la intensidad de su placer. Las uñas mordieron profundamente en su piel, los arañazos de su espalda, que sabía que no se daba cuenta de que le estaba haciendo, todo se añadía al creciente fuego.
Reteniendo agarradas sus caderas, Ken se deslizó de la cama, atrayendo su culo hasta el borde para alzar sus piernas hasta sus hombros. Los dedos cavando profundamente, presionando contra el húmedo calor. Aunque estaba mojada, resbaladiza, y hambrienta por él, parecía una tarea imposible estirar el apretado canal lo suficiente para acomodar su tamaño.
Y entonces se movió, penetrándola dura y profundamente, conduciéndose a través de los músculos apretados hasta enterrarse hasta las pelotas. Un suave grito escapó de su garganta, apresuradamente amortiguado por el dorso de la mano. Ella lo miró, los ojos amplios por la sorpresa y vidriados por el deseo febril. Las crestas duras de su polla raspaban contra los músculos internos suaves como terciopelo, añadiéndose al doloroso placer de su profunda penetración. Necesitaba esto, la necesitaba y la aceptación de su control sobre ella. Ella no hizo una mueca por su aspecto, y cada golpe duro y áspero llevo su placer más alto. Se aseguró absolutamente de ello.
Controló el ritmo, duro y rápido, y después lento y profundo, arrastrando sus caderas hacia él para duplicar el impacto, o manteniéndola quieta de modo que solo pudiera aceptar su profunda invasión. Estaba apretada, más apretada de lo que esperaba y muy caliente, sumergiéndole en un infierno aterciopelado. La montó duro, golpeando ásperamente para estimular su polla, el glorioso mordisco de placer y dolor mientras estiraba y engrosaba, mientras la forzaba a tomar cada pulgada de él, estirándola hasta lo imposible.
Se volvió salvaje bajo él, rasgando sus brazos con las uñas, arañando su pecho, rasguños grandes y profundos mientras la conducía más y más alto, obligándola a un nivel de sexualidad que nunca había imaginado. Sujetó sus muslos separados, tirando de sus piernas más alto, negándose a ceder una pulgada, negándose a permitirle contener la respiración. El placer creció rápidamente fuera de control, convirtiéndose en un tornado que giraba a través de ambos, llevándoselos fuera de toda realidad.
Cogió sus manos, colocándolas a ambos lados de su cabeza sobre la cama, follándola en un frenesí de necesidad furiosa, llevando su polla tan profundo que pensó que podía encerrarlos juntos para siempre. Las líneas de su cara estaban grabadas profundamente, las cicatrices destacaban crudamente contra su piel mientras sus músculos se apretaban más y más, añadiendo más y más fricción y calor. El sudor goteó por su cuerpo, oscureciendo su cabello, pero siguió empujando, una y otra vez, mientras sus pelotas se endurecían y su polla gritaba por misericordia.
Sintió la explosión romper a través de su cuerpo, una ola gigante oscura que se alzó y alzó, negándose a ser detenida. Ella sollozó, mientras él se introducía en ella, el calor líquido de su crema mandándolo al borde. Su propia eyaculación rasgó a través de él tan fuerte que su cuerpo se sacudió. Estaba eufórico, extasiado, más vivo de lo que nunca había estado. Tal vez era porque pensaba que había perdido su habilidad desde la tortura en el Congo, pero sospechó que el placer fue tan intenso porque finalmente estaba con la mujer correcta. Su respiración salía en jadeos irregulares. Se colapsó sobre ella.
– Joder, Mari, casi me matas.
El brazo de ella se deslizó alrededor de su cuello, los dedos se enredaron en su grueso cabello.
– No puedo pensar. Y nunca caminare de nuevo. -Se tocó los labios con la lengua. Le dolían los pechos, los muslos. Palpitaba entre las piernas. Había una sensación ardiente como si la hubiera estirado y la hubiera dejado con marcas de quemaduras-. Creo que estoy irritada. -Su corazón no iba nunca a latir normalmente, y nadie, nadie, iba a ser capaz de satisfacerla de nuevo.