Ken levantó la cabeza para mirarla. Su estructura ósea era muy delicada, aunque había acero en ella. Había estado asustada, pero se puso en sus manos. Sus dedos rozaron su cara, sobre las cicatrices, trazándolas por su cuello hasta el pecho. Se inclino hacia delante para presionar besos donde la piel estaba expuesta. Su corazón dio un vuelco. Ella había visto al monstruo y no se había asustado. No pudo evitar el sentimiento posesivo que se alzó para ahogarlo. Ella no iba a volver y él no estaba haciendo las cosas bien. No podría dejarla ahora más de lo que podría disparar a su hermano.
– Nos limpiaré en un minuto, dulce. Solo dame un minuto. -Nunca se había sentido así, tal orgasmo explosivo, tan completo y tan inesperado cuando su cuerpo estaba tan dañado. Sabía la presión que necesitaba contra la piel para tener sensaciones, y su estrecho canal le había dado más de lo que había pensado que fuese posible. Le sorprendió que pudiera necesitar tanto a esta mujer.
No era que estuviese siniestro total, por el contrario, quería tomarse unos pocos minutos para descansar y empezar otra vez, pero parecía un poco exhausta y un poco flipada por haberle dado tanto de si misma. Él se había aprovechado de su cooperación, dándole poca elección en la materia, pero solo peleó contra él cuando el placer se estaba convirtiendo en dolor y eso la había asustado.
No quería mentirle, ser algo que no era, algo que no podía ser. Su cuerpo estaba arruinado para todo excepto para cierto tipo de estimulación y ella tenía que aceptarlo. Demonios. Le había llevado meses convencerse de la idea de que no podía funcionar, y luego unas semanas más para reconocer que podía hacerlo correrse.
– ¿Te he hecho daño? -sus manos enmarcaron su cara, los pulgares deslizándose sobre la piel suave y lisa. Era tan bella que dolía.
– No lo sé. -Se inclinó hacia delante y arrastró los labios, suaves como plumas, sobre él-. Fue salvaje, increíble y algo atemorizante. No sabía que el sexo pudiera ser como esto. -Su mirada se aparto de él-. No soy virgen ni nada así, pero nunca había tenido un orgasmo. -Tocó una larga cicatriz en su pecho-. Estaba asustada, pero lo deseaba demasiado. No quería que parases, ni incluso cuando dije para.
Él levantó su barbilla.
– ¿Dijiste que parara? Porque si lo hiciste no lo oí.
– No en alto. Nadie alguna vez hizo esto antes.
Frunció el ceño.
– ¿Hacer que?
El color se arrastró bajo su piel, enrojeciendo su cara y sus pechos, llamando su atención sobre las marcas en la carne cremosa. Sus marcas. Sus dedos. Las débiles marcas de dientes y numerosas rojeces contrastaban contra la pálida piel. Las tenía en el interior de los muslos también. Tocó una, satisfecho.
Su color se profundizó, volviéndose una interesante sombra carmesí.
– Sexo oral.
Su ceja se alzó. Parecía inocente casi tímida, tanto que no pudo por menos que inclinarse para besarla.
– ¿Sexo oral? ¿Es eso lo que pensaste que era? -Frotó la cicatriz que partía sus labios con el pulgar-. No pienso eso, dulce. Esto fue más como engullirte. Comerte viva. Y solo hablar de ello me pone duro otra vez.
El color se extendió sobre su cuerpo.
– Bueno, a pesar de todo, nadie ha hecho eso antes.
La sonrisa en su cara se marchitó.
– ¿Nunca?
Ella sacudió la cabeza.
Frunció el ceño.
– ¿Qué demonios hace ese idiota de Brett para prepararte?
– No le preocupa si mi cuerpo lo acepta o no. Usa lubricante para su propia conveniencia, no la mía.
Ken juró en voz alta.
– Alguien tiene que arrancarle el corazón.
Una pequeña sonrisa curvó su boca.
– A Jack le gusta disparar a la gente. Tal vez deberíamos presentarlos.
Ken se deslizó de la cama, subiéndose los vaqueros antes de encontrar un paño. Hundiéndolo en el agua, lavó cuidadosamente su cuerpo, acariciándola deliberadamente entre las piernas.
– ¿Qué otras cosas has logrado perderte?
– ¿Por qué? No debería habértelo dicho.
– Si no sé que te has perdido, no sabré todas las cosas en las que te tengo que introducir. -Secó su cuerpo con cuidadosas caricias.
– Nunca he celebrado mi cumpleaños o una fiesta.
– ¿Cuándo conseguías regalos?
Ella se rió.
– ¿Qué tipo de regalos? Sean me dio un cuchillo una vez, pero me lo quitó cuando fui incluida en el programa de cría. Creo que temían que le quitara ciertas partes de su anatomía a Brett.
Eso le molesto. Bueno, le molestó un montón, que no hubiera tenido fiestas, chimeneas y regalos. En la peor casa en la que había estado, todavía celebraban cumpleaños.
– ¿Cuándo es tu cumpleaños?
Una vez más su mirada se deslizó sobre él, y se encogió de hombros con exagerada naturalidad.
– No tengo ni idea. Whitney me encontró en un orfanato en algún lugar y no pensó exactamente que esa fecha fuera importante, ¿de modo que por qué crees que celebraría nuestros cumpleaños?
El vientre de Ken se anudó otra vez, pero mantuvo la voz y el rostro inexpresivos. Ahuecó su cara y la inclinó para otro beso de los que paran el corazón. La mujer sabía igual que miel y especies exóticas, tan adictiva que pensó en besarla hasta que ninguno de los dos recordase sus propios nombres.
– Es un científico. ¿No es la edad de sus conejillos de indias importante? Vamos a entrar en sus archivos y conseguir la información. Apostaré a que la tiene.
Ella se rió. Realmente rió. El sonido fue muy suave, pero le hizo querer sonreír. Se quitó la cadena de alrededor del cuello. Hecha de oro trenzado, sujetaba una pequeña cruz de oro. La deslizo sobre su cabeza, retirando su cabello de modo que la cadena se deslizara por la parte trasera de su cuello y la medalla descansara entre sus pechos.
– Tu primer regalo, uno de muchos. No soy muy religioso, pero siempre me gusta mantener mis opciones abiertas. Te mantendrá a salvo cuando no este a tu lado.
Ella inhaló bruscamente y parpadeó varias veces.
Ken tocó las largas pestañas y las encontró húmedas. De repente parecía triste. Sombras reemplazaron la risa en sus ojos.
– Los regalos supuestamente tienen que hacerte feliz. Creo que no estás captando el concepto aquí.
Mari deslizó los brazos alrededor de su cuello.
– Sorprendentemente este ha sido el mejor día de mi vida. Gracias. -Levantó la boca para un beso, los dedos deslizándose sobre su cuello. Golpeó duro y rápido, encontrando el punto de presión sin problemas y usando su fuerza realzada, hundiéndolos profundamente. Nunca lo habría hecho si no lo hubiera cogido completamente por sorpresa, pero sucumbió, resbalando en un vacío oscuro, desplomándose sobre la cama y después deslizándose hasta el suelo.
Capítulo 11
Mari saltó del catre, poniéndose en cuclillas para comprobar el pulso de Ken. El susurro de alerta zumbó en su cabeza como el lejano sonido de las abejas. Estaban aquí. La habían encontrado, y si no actuaba rápido, matarían a Ken, Jack, Logan y Ryland. Lily sería tomada prisionera.
Aspiró una profunda bocanada y abrió su mente al líder del equipo. Retrocede. Aquí hay civiles e inocentes. Este equipo estaba para proteger al senador, no para asesinarlo. Hasta que no sepamos cómo se cruzaron los cables, no podemos arriesgarnos a matar inocentes. Rezó porque Sean la escuchara. No iba a ser responsable del derramamiento de sangre, y nadie iba a herir a Ken Norton, no si ella podía evitarlo. Si él estuviera consciente, lucharía hasta la muerte para quedarse con ella; eso lo sabía respecto a él.
Tenía que mantener a Sean y al equipo alejados de esta habitación y lejos de los otros. ¿Pero cómo? Sólo tenía segundos antes de que alguien hiciera saltar una alarma o alertara algún otro sentido altamente agudo de los Caminantes Fantasmas. Poniéndose rápidamente un par de vaqueros, apoyó la mano en la pared cuando se inclinó hacia la puerta para escuchar, esperando oír si ya habían alertado a Jack Norton del peligro que se cernía sobre ellos.