– ¡Mari! -la voz de Sean la sobresaltó. Se dio la vuelta para verlo corriendo hacia ella, haciendo gestos hacia la salida unas pocas yardas por delante de ella-. Corre.
Ella se giró y chocó contra alguien, rebotó y se deslizó hacia el suelo. Sean la alcanzó. Sin romper la zancada, la agarró por la camiseta y tiró de ella tras él.
– ¡Corre! Vamos, Mari, corre.
Se dirigieron a toda velocidad hacia la salida, usando una velocidad borrosamente elevada, pasando la puerta con un salto y corriendo por el terreno. Sabía que estaba en el lado opuesto del laboratorio respecto al otro equipo de Caminantes Fantasmas. Todavía no sabía dónde estaba Ken, pero su gente los estaba cubriendo y dispararían a cualquiera que los intentara detener. Tenía que volver con ellos al complejo. Sin importar lo que pasara, tenía que ir. Era la única manera de proteger a sus hermanas… y a Ken. Nada le podía pasar a Ken.
Mantuvo el ritmo detrás de Sean, manteniéndose cerca de los setos para tener el mayor amparo posible. Sean le pasó una pistola mientras corrían, indicándole con señas que rebasara la valla de seguridad. Ella guardó la pistola en la cinturilla de sus vaqueros y saltó para agarrar la parte superior de la alta valla, pasar por encima y caer en el otro lado.
Ken intentaría seguirlos. En el momento que supiera que se habían ido, iría tras ellos. Y recordaría que ella lo había dejado inconsciente. Ken Norton no era un hombre que olvidara tales cosas. La respiración de Mari salió en un pequeño sollozo, y Sean le lanzó una brusca mirada, y se quedó atrás para protegerla.
La explosión fue ensordecedora, escombros volando mientras el edificio explotaba. La valla estalló hacia fuera, hacia ellos. La conmoción los lanzó y los hizo volar por el aire sobre una pequeña superficie de hierba, para caer con fuerza en el suelo. El aire salió de los pulmones de Mari en una tremenda ráfaga, dejándola jadeando y resollando.
Sean se arrastró hasta su lado.
– ¿Te puedes mover? Tenemos que seguir avanzando.
Ella asintió. Le dolía todo. No podía oír muy bien, pero no importaba. Tenía que salir de ahí, y tenía que hacerlo rápido. Se puso de pie de forma insegura, usando a Sean como muleta. Su brazo estaba sangrando.
En vez de correr, Sean mantuvo su agarre sobre ella, inspeccionándola en busca de daños. Observó las heridas en sus muñecas y rostro, las marcas en su cuello, y el par de vaqueros demasiado grandes. Se acercó más e inhaló.
– Algún hijo de puta te folló. Puedo oler su hedor sobre todo tu cuerpo -gruñó.
Era lo último que Mari esperaba que dijera.
– ¿Qué? ¿Ninguna compasión? ¿Nada de, cómo te trataron? ¿Nada de, vaya, te dispararon, es un milagro que estés viva? -Mari frunció el ceño hacia él-. Bueno de tu parte enfadarte tanto por mí, Sean. Qué mal que no te sientas de la misma manera cuando Brett viene a mi cuarto y lo dejas pasar. Eres un hipócrita.
– Eso es una gilipollez. No es lo mismo.
– ¿Por qué? ¿Porque no obtienes tu habitual experiencia observando? ¿Qué haces? ¿Te quedas allí y escuchas mientras me da una paliza y obtiene lo que quiere de mí? No finjas estar todo preocupado porque un hombre me tocó. Le das la llave a Brett cada vez que se pone algo cachondo.
– Hago mi trabajo. Tú estás en un programa especial. Quédate embarazada y las visitas pararán. Sé que estás haciendo algo para prevenirlo. Whitney conoce tu ciclo. Deberías estar ya preñada, y entonces él no dejaría que Brett se te volviera a acercar.
Sean le dio una bofetada. Sin dudar. Mari le dio un fuerte puñetazo, metiéndose en ello, empujando con su pie derecho para usar cada pedazo de fuerza que poseía. Sean se cayó como una piedra cuando el puño de ella lo golpeó en el pómulo. Simultáneamente, una bala silbó justo por encima de él, exactamente donde había estado su cabeza.
No te atrevas a dispararle, Ken. Debería haber sabido que el hombre no dejaría que nadie se marchara con ella. Tengo que volver.
Y una mierda.
Ella detestaba la implacable firmeza en su voz… en su mente. ¿Sabes cómo te sientes respecto a Jack? Esa es la manera en que me siento respecto a mis hermanas. No voy a correr un riesgo con sus vidas. Así que no le vas a disparar.
Sean se puso torpemente de pie. Mari no retrocedió, ni siquiera se estremeció, mirándolo directamente a los ojos.
– Puedo ver que estás muy destrozado con mi aspecto. La herida de bala, la pierna y mano rotas, y por cierto, el Zenith mata si está en tu sistema demasiado tiempo… pero tal vez ya sabías eso. Morí y tuve que ser revivida.
– El Zenith te salvó la vida. -Sean se frotó la cara, mirándola enfurecido. Aspiró su esencia y frunció el ceño, todavía obviamente furioso con la idea de que hubiera estado con un hombre-. ¿Un hombre te trató como una puta de campamento, y estás pensando que puede que des a luz a su bebé? De ninguna manera, Mari. Cuando vuelvas, vas a asegurarte condenadamente bien de no estar embarazada.
– ¿Cómo sabes la manera en que me trató, Sean? Tal vez me lancé sobre él. Nunca lo sabes conmigo. Después de Brett, un mono podría parecer bueno.
– Te he conocido durante años, Mari. ¿Por qué crees que me quedaría en ese infierno y soportaría la locura de Whitney?
– ¿Por qué te importa? ¿Es lo que vas a decir? Ahórratelo. Te portas como mi chulo con ese imbécil y luego tienes el atrevimiento de fingir que todavía somos amigos. No gracias, Sean. Mataste eso hace mucho tiempo. El discurso de Whitney de “tomar uno por el bien de la humanidad” te ha lavado el cerebro, pero sabes, parece que siempre soy yo la que lo tomo, no tú. -Se acercó más a él, sus dedos apretados en dos tensos puños-. Y si alguna vez me vuelves a golpear, mejor asegúrate condenadamente bien de que no pueda volver a levantarme, porque te mataré.
Mari se dio la vuelta y empezó a correr a paso ligero hacia la línea de árboles, con la cabeza alta, temblando de furia. Sean había sido su amigo, alguien que le importaba mucho. Lo que fuera que se había apoderado de él, la había asqueado. Su visión se puso borrosa y se tropezó; se dio cuenta de que estaba llorando y se apartó las lágrimas con el dorso de la mano.
Ken. ¿Me puedes oír? Ella se estiró hacia él, necesitando a alguien. Nunca había necesitado a nadie, pero estaba sacudida, enojada, y aterrorizada de que algo le hubiera pasado.
Sean la alcanzó y se puso a su paso, lanzándole miradas rápidas y duras, pero ella se negó a reconocerlo.
Te escuché, y tengo un rifle apuntando a tu amigo, Mari.
Ella escuchó el sonido de su corazón latiendo en sus oídos. Su mano volvió a ir a la cruz que descansaba entre sus pechos.
– Sean. ¿Alguna vez has oído hablar de un par de francotiradores llamados Norton?
– Demonios, sí. Todo el mundo ha oído hablar de ellos.
– Uno de ellos te tiene en su alcance, ahora. Casi te mató antes. ¿No escuchaste la bala cuando te golpeaste contra el suelo? No puedes dispararle, Ken. Si lo haces, ¿cómo vas a seguirme de vuelta al complejo?
Me estoy sintiendo un poco mezquino ahora, Mari.
El aliento de Sean sonó como un largo resuello. Miró salvajemente a su alrededor.
– ¿Estás segura, Mari?
Supongo que tienes razones para sentirte de esa manera, le concedió a Ken. Tuve que pensar en algo para evitar que mataran a todo el mundo, y después de todo, tú lo hiciste primero por mí. Te estaba salvando la vida, justo como tú me salvaste la mía.
¿Es así como lo llamas?
– Oh, sí. Estoy segura -le dijo a Sean. Así es como lo llamaste tú, le recordó a Ken. Y sólo para que lo sepas, no sabía nada acerca del gas o del edificio volando en ese momento. No era mi equipo. Alguien en el interior trabajando para Whitney lo hizo todo.
Tengo un condenado dolor de cabeza, gracias a ti. Gira a la izquierda. Me gusta verlo sudar. Si vas a la izquierda, me darás más de una oportunidad para alcanzarlo.