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Ella miró a un lado. Sean estaba sudando. Gotitas bajaban por su rostro y su camiseta tenía manchas húmedas. Estas siendo mezquino. No necesitas alcanzarlo. Y tendría más compasión por el dolor de cabeza, salvo porque me diste uno primero y creo que de alguna manera te lo mereciste.

Voy a disparar al bastardo, Mari.

Bien. Tengo compasión. Un montón de compasión.

El hijo de puta no necesitaba abofetearte.

El corazón de Mari volvió a saltar. Ken sonaba letal, toda la alegría desaparecida.

Necesito que me ayude a sacar a los otros.

¿Realmente crees que te voy a dejar marchar?

Tienes que hacerlo, Ken. Lo digo en serio. Su corazón tronó en sus oídos. Sólo eran unos pocos pasos más. Una vez que llegaran a los árboles, Sean estaría a salvo de una bala y ella podría descubrir lo que estaba mal con él. No podría vivir conmigo misma si algo le pasara a alguna de las otras mujeres.

Hubo un pequeño silencio. Ella ahora estaba contando los pasos, intentando juzgar cuantos más hasta llegar a la seguridad de los árboles.

Mari, si te toca, es un hombre muerto. Es mejor que lo sepas. Y voy a estar contigo cada paso en el camino. No intentes confundir el rastro. Eso sólo me va a cabrear, y no quieres ver ese lado mío.

No, no quería. Conocía a hombres como Ken, y no tenían esa mirada fría glacial en sus ojos porque eran agradables. Cuento con que me sigas. No quiero volver a quedarme atrapada aquí, nunca.

Entonces ambos estáis seguros.

El alivió la atravesó. Sean aumentó bruscamente la velocidad, viendo los árboles cerca, y ella se quedó un par de pasos atrás para ayudar a escudar su cuerpo por si acaso Ken cambiaba de idea. Con cada paso que daba, el alivio se convertía en temor. Aunque regresar era su elección, y sabía que Ken le guardaba las espaldas, la idea de volver a estar atrapada en el mundo de pesadilla de Whitney la enfermaba. Las otras mujeres estaban tan desesperadas como ella por escapar, yendo tan lejos como para planearlo, pero incluso sus aliados en el complejo temían a Whitney y sus guardaespaldas. Los hombres eran crueles y brutales. Brett había sido uno de ellos. Todos habían visto muchos combates y estaban realzados.

¿Crees que te dejaría ir ahí sola, cariño? Jack y yo estamos siguiendo tu pequeño y caliente rastro. Podemos seguir un Fantasmas.

Su voz rozaba contra las paredes de su mente como una caricia física, estabilizándola. Podría volver y sacar a las otras. Whitney parecía invencible, pero era sólo porque había sido la figura autoritaria de su niñez. Había estado observándolos a todos con esa mirada desapasionada en su rostro, tan indiferente sin importar lo que pasara, la terrible media sonrisa en su cara mientras forzaba obediencia.

Ken, la mayoría de la gente en el complejo es buena gente, siguiendo órdenes y luchando para que todo eso tenga sentido.

No soy el demonio. Pero tal vez lo era. Ken vio a Mari desaparecer entre los árboles con Sean y de mala gana dejó caer el rifle de su hombro. Quería apretar el gatillo. En el momento que vio a Sean -y supo que el hombre alto era el Sean de Mari- Ken lo quiso muerto. El disparo que había recibido había sido un tiro mortal, y Mari tenía que saber eso. Si no hubiera golpeado al bastardo y lanzado al suelo, el hijo de puta estaría muerto.

¿Y por qué demonios lo necesitaban vivo? Mari necesitaba volver al complejo secreto de Whitney, y eso iba en contra de todos los instintos que Ken tenía, pero demonios, estaba en su cabeza y sabía que ella no se detendría intentándolo hasta que lo hiciera. A menos que la encerrara -y había contemplado hacer semejante cosa- tenía que dejarla regresar.

Se dio la vuelta, limpiándose la frente con la manga. Jack vino por detrás.

– ¿Cómo demonios hacen esto los hombres? Porque deja que te diga esto, hermano, es algo jodido. Me está pidiendo algo que no creo que le pueda dar.

– Vámonos -dijo Jack, su rostro sombrío-. Tomaste la decisión de dejarla marchar y tenemos que hacerlo ahora. No podemos perderla.

– ¿Lily se aseguró que el aparato de rastreo estaba en su torrente sanguíneo?

– Sí. No le gustó, pero lo hizo.

– ¿Cómo está?

– Ryland la llevó al hospital para asegurarse de que el bebé está bien. Todos están en su lugar. Hagamos esto y saquemos a Mari de allí tan rápido como podamos -insistió Jack.

Ken se puso de pie y siguió a Jack desde su punto de ventaja.

– Sin importar lo que pase, tenemos que poner ese aparato de rastreo en su lugar. Tú tienes uno en Briony y Lily tiene uno. Si Whitney las coge, podemos recuperarlas.

– No les gustaría si lo supieran, especialmente Mari.

– ¿A quién le importa una mierda? -preguntó Ken-. Mari puede vivir condenadamente bien con él. Pedirme que le deje hacer esto es una mierda, y ella lo sabe.

– Las mujeres ya no van por la palabra “permitir”, hermano. No es políticamente correcta -Jack mantuvo su espalda girada mientras escuchaba a su hermano escupir maldiciones. Puede que Mari se pareciera a Briony, pero nunca iba a actuar como ella. Ken tenía sus manos atadas.

– Estoy sorprendido de que no la encadenaras dentro de una cueva en alguna parte.

– ¿Como tú has hecho con Briony? Bry tiene la inteligencia para escucharte. Mari lucharía cada pulgada del camino.

La tensión en la voz de Ken hizo que Jack lo mirara bruscamente.

– Ken, sé que estás luchando…

Ken negó con la cabeza.

– Nunca vayas ahí. Quise matar a ese hombre sólo por estar cerca de ella. No fue que la golpeara. Fue un hombre muerto en el momento que lo hizo, ambos lo sabemos, pero quise eso antes de que fuera tan estúpido.

Jack lanzó una pequeña y tensa sonrisa en la dirección de su hermano.

– Yo también lo quise matar, Ken. Eso no quiere decir que alguno de nosotros sea como nuestro padre. Quiere decir que tal vez necesitemos ayuda psiquiátrica, pero no lo que tú piensas.

– Ella me vuelve loco.

– Se supone que te tiene que volver loco.

Ken sacudió la cabeza con disgusto.

– No lo sabes, Jack. Tengo esta necesidad impulsiva de mantenerla en un pequeño capullo, envolverla en un envoltorio de burbujas y obligarla a hacer cualquier cosa que yo diga. ¿Qué tipo de hombre piensa de esa forma?

Jack resopló.

– Prácticamente todos. No estamos tan lejos de colgarnos de los árboles, Ken -Una ceja se elevó interrogadora-. Así que, si quieres obligarla a que haga lo que le digas, ¿por qué no lo haces?

Ken se encogió de hombros, farfullando en voz baja mientras alcanzaban su vehículo.

– Mari es lista, sabes. Es rápida y eficaz y no lo fastidia. Tío, me dejó inconsciente tan rápido que no supe lo que estaba haciendo hasta que fue demasiado tarde -Se frotó la parte de atrás del cuello, pero había admiración en su voz-. Intentar controlar a alguien así es como intentar sostener agua en la mano. Simplemente vuelve loco a un hombre.

– Así que, básicamente, si la encerraras, podría golpearte las pelotas hasta el estómago y después sonreírte mientras yacieras en el suelo.

– Básicamente.

Jack le lanzó una amplia sonrisa.

– Bien por ella.

– Sí, puedes decir eso. No es tu mujer. Iba a regresar a ese complejo sin importar lo que dijera cualquiera, pero Jack, no me conoce. Sólo cree que lo hace. Si le hacen daño -si la tocan- son hombres muertos. No seré capaz de detenerme. No importará si ella cree que las mujeres están en peligro. Nada importará.

– Eso no es una gran sorpresa, Ken -dijo Jack-. Ambos somos bastante unidimensionales en nuestro enfoque para resolver problemas. Freud habría disfrutado muchísimo con nosotros.

Ken suspiró. Mari era lista y sexy, demasiado independiente, y tan dura como el que más. Era sumamente habilidosa, estaba bien entrenada y era resuelta en el combate. Ni siquiera había dudado al golpear a Sean, tirándolo como una piedra. Y había sabido que su equipo estaba allí antes que él, aunque la había follado con fuerza y él estaba tumbado sin fuerzas como un estropajo, incapaz de escuchar nada salvo el latido de su propio corazón.