La estabilizó agarrándola del brazo.
– Te drogué. Probablemente es la reacción con lo que ya tenías en tu sistema.
– Bien, entonces esto está bien -lo dijo en su mejor tono sarcástico, deseando tener un cuchillo para cortarlo desde la garganta hasta el vientre-. Todavía estoy realmente enojada contigo. Actuaste como un estúpido. Debería de haber dejado que Norton te disparara.
– ¿Realmente hablaban de matarme?
– Sí. No le gustas, pero le dije que tenías un lado bueno. Cuando preguntó cuál era, no lo pude recordar. Tengo que pasar por mi cuarto antes de ir con el doctor.
– Se supone que te llevo directamente al ala médica.
– Sean, no me hagas darte una patada. Tengo que parar en mi cuarto. Esto tomará dos minutos. No puedo llevar estos zapatos un minuto más. Por si no lo has notado, no son míos.
– Los cambié para rastrear dispositivos.
– ¿Me cambiaste los zapatos por unos que le hacen daño a mis pies y me sacan ampollas?
– Correcto. -Sean echó un vistazo a su reloj-. Pero tenemos que apresurarnos. Sabes como es Whitney; quiere que le expliquemos cada minuto.
– Puedes hablarle sobre las ampollas de mis pies. Lo primero que te enseñan para ser un buen soldado es tener cuidado de tus pies. -Se separó de él-. Estoy bien ahora excepto por el dolor de cabeza. No te lo perdonaré por un tiempo muy largo, por si estás interesado.
– No sé que me pasó. Mari, cuando comenzaste a hablar de tener sexo con Norton, perdí la cabeza. Siento haberte golpeado.
Mari lo miró fijamente. La cólera estaba viva, manando y viviendo bajo la superficie de su expresión deliberadamente tranquila.
– Habrías estado perdido si no hubiera respondido. Norton por lo visto no esta muy encariñado con los hombres que golpean a las mujeres. Te habría disparado directamente en la cabeza.
– ¿Estás realmente enojada conmigo, verdad? -Sean sostuvo la puerta abierta para ella.
– ¿Lo crees? Fui tomada prisionera y ellos me trataron mejor que tú. Sean, te he conocido durante años. Pensé que éramos amigos. Te has convertido en un estúpido. -Se sentó en el borde de su catre y se inclinó para desatarse los zapatos.
– Sí, te trataron tan bien que dormiste con uno de ellos. -El enojo estaba en su voz.
Mari le lanzó el zapato con mortal puntería, golpeándolo en el centro del pecho.
– No sabes nada de lo que me sucedió, eres tan obtuso. -Le dio la espalda, tirando de su pelo con frustración, y soltando un silbido de cólera. Deslizó su mano rápidamente para quitar la cadena trenzada de oro que tenía alrededor del cuello. El movimiento fue rápido, la cadena quedo amontonada en su mano fuera de su vista-. ¿Ves mis zapatillas en alguna parte? Pensé que estaban aquí.
Se arrodilló para mirar bajo la cama, empujando la mano bajo el colchón cuando apoyó su peso contra el catre.
– ¿Las ves?
Sean abrió las puertas del armario. El cuarto de Mari era austero, ninguna cosa fuera de su lugar. No podía imaginar que las zapatillas estuvieran bajo la cama.
– No veo ningunas zapatillas en ninguna parte. ¿Por qué no agarras un par de calcetines si no quieres llevar puestos los zapatos? -le sacudió un par.
Mari los agarró y se hundió en el catre otra vez.
– ¿Sean, cómo pasó todo esto? ¿Cuándo se fue al demonio?
– Sólo ponte los calcetines.
– Si Brett vuelve, juro que uno de nosotros no va a salir de este cuarto vivo. -Hizo una pausa, el calcetín asomaba cerca de los dedos del pie. Su mirada fija encontró la de Sean-. Lo que quiero decir, es que no puedo dejar que me toque otra vez. Lo odio tanto.
– Tendré cuidado de ello. Encontraré la manera.
– Has estado diciéndomelo durante semanas. No soy la única que es forzada a hacer algo asqueroso, Sean. Hablamos de esto y me dijiste que conseguirías que Whitney te escuchara, pero no lo hizo. ¿Honestamente querrías vivir de esta manera? -Poniéndose los zapatos se levantó, siguiéndolo hacia la puerta.
– ¿Es Brett la razón por lo que lo hiciste? ¿Esperas que Whitney lo aleje de ti si estás embarazada del bebé de Norton? -La condujo por el pasillo hacia el elevador.
Mari se pasó los dedos por el cabello, traicionando su agitación.
– No lo acepto. De una u otra forma, no lo acepto.
– Whitney me dijo que no quiere que las mujeres tengan sentimientos con respecto a los hombres, porque si el apareamiento no funciona -si por alguna razón ella no queda embarazada, o el bebé no es lo que él espera- enviará a otro compañero.
Se puso rígida.
– ¿El bebé no es lo qué espera? ¿Exactamente qué planea hacer con un bebé que no es lo que él espera?
Sean frunció el ceño.
– Yo no lo había pensado. ¿Tal vez darlo en adopción?
– ¿Darlo en adopción? -Arrastró los pies, reduciendo la marcha mientras caminaban por el pasillo hacia el laboratorio.
– Bien, venga. Mari, no puedes decirme que quieres holgazanear con un niño lloroso colgado a ti.
– Si fuera mi niño, sí. ¿Es lo que desearías? ¿Qué tu hijo fuera enviado lejos?
– No sé lo que quiero. Cuando Whitney habla de cómo el realce genético puede salvar tantas vidas y si sólo desarrolláramos un batallón con habilidades superiores, tanto los hombres jóvenes y las mujeres nunca tendrían que perder sus vidas o tener serias heridas, tiene sentido. Yo puedo salir y realizar el trabajo para lo que fui entrenado y saber que alguien más, alguien inexperto, sería probablemente asesinado si yo no hiciera mi trabajo. ¿No tiene sentido trabajar hacia el descubrimiento de una solución contra la guerra?
– Los bebés todavía son nuestros niños, Sean -indicó-. No son robots: merecen tener la misma opción que tiene un adulto. Merecen los mismos derechos que tienen los demás niños.
Sean abrió la puerta del laboratorio médico y esperó que entrara primero.
– Si solo lo pudieras escuchar, Mari.
– Lo he oído. Él me crió. Me encontró en un orfanato, las instalaciones y laboratorios como estos han sido mi casa desde aquel día. No jugué como los demás niños, no sabía que era normal. Las artes marciales y las armas de fuego eran lo normal para mí. Nunca he estado en un parque. Nunca me he subido en un columpio o me he bajado de un tobogán, Sean. Yo jugaba en el campo de batalla desde los seis años. Nunca he tenido vacaciones. Nadie me arropó por la noche. ¿Es la clase de vida que quieres para tu hijo o hija?
Sean sacudió su cabeza.
– Hablaré con él otra vez.
– Eso no servirá. Lo sabes. Solo presentará su argumento “esto es por el bien de la humanidad”, y nadie puede oponerse a eso. No tiene emociones Sean. Rebaja la emoción totalmente. Cuando conforma a una pareja, es solo atracción física. O es lo que parece ser. No quiere el riesgo de una emoción, porque entonces los padres se podrían preocupar uno por el otro así como por su niño. ¿Qué pasará cuando quiera experimentar con el niño o si piensa que el apareamiento no es lo que quería después de todo y quiere que la pareja rompa?
– No lo haría.
– ¿No? Pienso que te engañas y no entiendo porqué. Hemos tenido cientos de discusiones al respecto y siempre has estado de acuerdo con el resto de nosotros. Sean lo que Whitney esta haciendo está mal.
Mari, miró alrededor de los mostradores fríos de acero inoxidable, los fregaderos, y las mesas quirúrgicas. Odiaba este cuarto. Tan frío, aunque cuando encendían los focos, era absolutamente caliente. Los instrumentos quirúrgicos parecían instrumentos de tortura ordenados en pequeñas bandejas. Quitó su mirada de los bisturís y se obligó a reírse del pequeño hombre delgado que la esperaba.
– Doctor Prauder, me reporto para un chequeo.