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– Es lo que he oído. Whitney quiere un reconocimiento completo tuyo.

– Estoy aquí para darle lo que necesita -dijo forzando un tono alegre. Su estómago era un nudo pensando en lo que venía. No miró a Sean. Él sabía bastante bien que detestaba los golpes y los pinchazos. Whitney hasta trató de extraer sus memorias. No importaba humillarla o que tan privado fuera, todo era registrado.

Tomó la bata que el doctor le dio y se cambió en un pequeño cuarto, discurriendo en su cabeza para controlar el temblor. ¿Ken, dónde estás? Si alguna vez necesitó a otro ser humano para lograr algo, ahora era ese momento. No quería que ellos le dieran la píldora del día siguiente. No quería que tocaran su cuerpo decidiendo si necesitaba más disparos u otro dispositivo de rastreo.

Detestaba perder el control, cuan vulnerable y desesperada se sentía cuando era atada con correas y saber lo que los doctores eran capaces de hacer independientemente de que Whitney decidiera su destino. Sobre todo detestaba el modo disimulado, muy personal con que Prauder la tocaba pretendiendo ser impersonal. Whitney a menudo veía los exámenes. Parado al otro lado del cristal, contemplándola con aquella terrible y pequeña sonrisa como si fuera una rana que él disecaba.

¿A qué distancia estaba Norton y su equipo? ¿Habrían perdido su pista? ¿Había logrado Sean dispararles y estaba atrapada aquí sola? ¿Y si estuviera embarazada?

Whitney se llevaría a su bebé y nunca lo vería -no si sabía que era de Ken Norton. Había parecido demasiado contento, y era raro que Whitney estuviera contento.

– ¿Mari estás lista? -preguntó Sean.

– En un minuto. -Doblando la camisa con cuidado, pasó su mano sobre el material acariciándolo. Era estúpido e infantil y la hizo querer ahogarse, pero no podía parar. Van a examinarme. ¿Sabes lo que implica? Mientras me examinan, tienen un guardia que está parado ahí mismo, mirando la cosa entera. Y una cámara registra todo y a Whitney mirándome fijamente a través del cristal.

No había ninguna razón de decirlo. Era estoica sobre esto -bueno, usualmente era estoica. A veces luchaba y los guardias terminaban con los huesos rotos y los ojos morados, luego la sedaban. Suprimió otro temblor y sostuvo la camisa en su cara, inhalando el aroma de Ken, esperando guardarlo con ella en las próximas pruebas.

– ¿Qué demonios te toma tanto tiempo? -exigió Sean.

– Me pegaron un tiro, idiota. Mi pierna estaba rota. Aunque esté del todo curada, todavía me duele, entonces soy una pequeña inútil quitándome los vaqueros. ¿Tienes una cita? Te estoy retrasando un poco para tu importante cita, porque francamente, Sean, no me opongo si quieres posponer este pequeño acontecimiento.

Sean murmuró una obscenidad que pretendió no entender. Respiró hondo y soltó el aire antes de quitarse los vaqueros. Sólo una vez, por un momento en su vida, quería que la apoyaran. Era estúpido. Su educación entera fue sobre independencia y disciplina. Sobre afrontar el dolor, tareas imposibles y completar la misión pasase lo que pasase, aún si el precio fuera personal.

Había saboreado la libertad, irónicamente como una prisionera, y era mucho más difícil afrontar lo estéril de su vida. De mala gana, Mari colocó la camisa de Ken en la silla y se cubrió así misma con la bata.

Le hizo un gesto a Sean cuando subió a la mesa. Odiaba esto. Lo odiaba. Whitney también lo sabía. Había intentado durante años varios modos de distraerse, abogando con música, intentando un diálogo fluido, nada funcionaba. Era un insecto, fijado a la mesa, atado con correas y completamente desnuda, para ser examinado y disecado justo como las ranas, otros animales y reptiles en la clase de biología.

La luz hizo clic y se encendió, brillante y caliente; brillando sobre su cuerpo, iban a ver cada señal que Ken le había dejado. La fotografiarían y registrarían, convertirían un recuerdo hermoso en algo feo y depravado.

Se sentó antes de que el doctor pudiera atarla con las correas.

– No puedo hacerlo ahora mismo. Lo siento Sean, no puedo.

– Venga Mari, no me vuelvas loco -dijo Sean, sosteniéndole la mano.

El doctor retrocedió, echando un vistazo hacia el cristal. Ella siguió su fija mirada viendo a Whitney parado mirándola con sus ojos muertos.

Mari se deslizó de la mesa y fue a la ventana.

– No puedo. No puedo hacer esto ahora mismo. No puedo decirle porqué, no sé porqué; sólo que no puedo hacerlo.

– Mari, estoy sumamente decepcionado -dijo Whitney por el intercomunicador-. Dejaste esta instalación sin permiso y no te castigué. Este examen es necesario. Los has tenido cientos de veces y no hay ninguna razón para que estés disgustada. Regresa a la mesa.

– Mi cuerpo me pertenece. No quiero compartirlo con la ciencia.

– Eres un sujeto de prueba de laboratorio y sigues órdenes.

– ¿Es lo que soy? -Se alejó de la ventana, sintiendo que Sean se acercaba-. ¿Qué eres, Sean? ¿Eres también un sujeto de prueba?

– Mari. No existes fuera de esta instalación -dijo Whitney-. Ponte en la mesa o te castigaré.

– ¿Va a enviarme a Brett? ¿Drogarme? ¿Golpearme? ¿Qué le pasará a su precioso bebé si lo hace, Doctor? ¿Daño cerebral? Tal vez fracase. ¿Esto también podría pasar, verdad? Nunca he tenido miedo de sus castigos.

Sean estaba cerca. Demasiado cerca. Era experto y a diferencia de los otros guardias, realmente se había entrenado con ella y sabía sus debilidades. Cambió la posición del cuerpo ligeramente, solo ligeramente, lo bastante para ser capaz de moverse rápido y bloquearlo si se lanzaba sobre ella.

– No tenemos que hacer esto, Mari. No puedes ganar. Incluso si por algún milagro logras derribarme, otros diez guardias entrarían para ayudarme. ¿Cuál es el punto?

– Ya te derribé una vez. Tendré más posibilidades.

– Lo permití. Tenía que acercarme y ambos lo sabemos.

– ¿Cómo me vas a derribar, Sean? ¿Golpeándome en el estómago? ¿Dejarme inconsciente con la jeringuilla que siempre llevas? -Lo llamó con un dedo-. Ven.

– ¡Espera! -Whitney estalló-. Mari, no sea ridícula. Nadie va a tocarte. -Habló por su radio y le envió su media sonrisa, la que ella detestaba-. Por supuesto no vamos a forzarte. Queremos tu total cooperación.

Durante un breve momento celebró regocijada. Había tenido razón. Whitney no quería arriesgarse y posiblemente dañar a un niño no nacido de uno de los gemelos Norton. Estudió su cara cuando se alejó a Sean. Su corazón brincó. Tramaba algo.

– Mari -Sean siseó su nombre, poco más que un susurro-. Sube a la mesa.

Ella sacudió su cabeza, pero su desafío menguaba. Whitney era la única persona que la aterrorizaba. Cuando más sonreía o parecía amable, más espantoso llegaba a ser.

Retrocedió ante Sean. Si solo pudiera tener unos días, tal vez las marcas que Ken había dejado se desvanecerían, no podrían ser fotografiadas y registradas y puestas en un archivo de Whitney para mostrar y divulgar a quien quisiera. Era demasiado íntimo, como si él hubiera atestiguado la locura de su pasión.

– Mari, está bajando a una de las otras mujeres.

Mari cerró sus ojos contra la incineración repentina.

– ¿Estás seguro?

Pero no tuvo que preguntar. Cami apareció, su pelo oscuro le caía debajo de su espalda, era una concesión por ser mujer. Era un buen combatiente y Whitney la detestaba casi como detestaba a Mari. Cami caminaba con los hombros rectos como un soldado que había sido tomado prisionero y rechazaba ceder.

– Mari. Volviste -dijo saludando-. Estábamos preocupadas por ti. Las noticias fueron que te dispararon.

– Mi pierna. El Zenith me arreglo y luego casi me mató. Por lo visto cuando está en nuestros sistemas demasiado tiempo las células comienzan a deteriorarse y morimos desangrados. -Mari se rió de Whitney-. Sólo una información que fue pasada por alto cuando fuimos informados.