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Ken, tienes que estar cerca del laboratorio para que puedas ser capaz de comunicarte y esto significa que estas cerca de los guardias. No puedes enojarte y hacernos volar. Cuento contigo.

Ken respiró y deseó un poder más alto para que le diera la fuerza y el control para resistir. Si ella lo podía soportar, él también. Había sudor en su frente y agachó la cara para que goteara en lugar de quitárselo. Las hormigas avanzaban lentamente por su cuerpo, no se movió y sólo dejó entrar y salir el aire de sus pulmones… La noche estaba cayendo y siempre -siempre- la noche pertenecía a los Caminantes Fantasmas.

¿Ken?

Estoy aquí contigo, nena. Tuve una breve crisis pero ya estoy de vuelta en el camino. ¿Vive el doctor en el complejo?

Todo el mundo vive aquí. La mayoría de los soldados viven en un cuartel externo. Los hombres de Whitney tienen su propia sección. Son las que están más cerca de las pequeñas casitas de campo. El personal de Whitney vive en esas casas, separadas del resto de nosotras.

¿Y dónde estás, Mari?

Solíamos tener nuestro propio cuartel, pero con el nuevo programa hemos sido trasladadas al centro del laboratorio. Donde tiene barras en las puertas. Siempre estamos encerradas y tratan de apartarnos.

¿Todas las mujeres son telépatas?

Soy fuerte y Cami también. Nosotras podemos construir y sostener un puente entre todas las mujeres, por lo que planeamos cuando estamos encerradas en nuestras habitaciones.

¿Cuántas tienen que salir?

Hay cinco de nosotras, pero tenemos un plan. Pensamos que podemos deshacernos de las barras en las puertas. No nos hemos atrevido a probar aún, pero si podemos, saldríamos por la puerta que da al sur. Es más fácil moverse por el laboratorio; hay menos seguridad porque las cámaras están mal anguladas. Una vez que lleguemos a la superficie podemos dirigirnos hacia la cerca eléctrica que está aproximadamente a dos millas de nosotros. Los bosques son densos y hay agua. Tienen perros, pero un par de las mujeres pueden controlarlos. No hagas nada hasta que estemos listas. No dejaré a nadie.

Bien, estate segura que estén listas para irse, porque cuando vaya por ti, saldrás conmigo de una u otra forma.

Mari abrió sus ojos y miró hacia la luz brillante, tratando de no sonreír de nuevo. Él tenía ese mando en su voz, el que no toleraba ningún argumento, le decía que era el jefe y que debía obedecerlo. Hizo que su corazón latiera más rápido y que su sangre corriera más rápido por sus venas. Su temperatura subía un par de grados cada vez que hacía su rutina de cavernícola. Le gustaba preocupado y listo por derribar el laboratorio para llegar a ella, y contaba a que distancia estaba.

– Muy bien Mari -dijo el doctor Prauder-. Hemos terminado. -Señaló a Sean, el guardia avanzó y quitó las correas de sus brazos y piernas y le dio la bata.

Ella rechazó mirarlo. Me llevan a mi cuarto. Gracias, Ken. No sé lo que hubiera hecho sin ti para distraerme.

Ken se limpió el sudor de la cara. Había resistido. Ella lo sabía y él lo sabia, porque cuando estaba en las manos de un loco, resistía tanto como fuera posible y esperaba aquel momento para golpear o correr. Resistencia era todo lo que tenía.

¿Cuál es el nombre del doctor y cómo es? Incluso mientras estaba al amparo de los arbustos y la hierba, había visto a media docena de hombres con batas de laboratorio que entraban y salían de la instalación.

Prauder. Es el médico en jefe de Whitney. El hombre es un gusano. No estoy completamente segura si es humano. Actúa más bien como un robot. Mari se colocó la bata y caminó hacia el pequeño cuarto.

– ¿Qué haces? -preguntó Sean.

– Vestirme. No tengo ganas de desfilar por los pasillos con esta bata de hospital. Necesito mi ropa.

Sean echó un vistazo a Whitney y luego sacudió su cabeza.

– Tenemos que revisarla para buscar dispositivos.

Quería la camisa de Ken. Era estúpido pero la quería. No miró el pequeño cuarto ni a Sean.

– No voy a caminar por el pasillo con este estúpido atuendo.

Quiero una descripción de Prauder. La voz de Ken era insistente.

Mari estaba orgullosa por usar la comunicación telepática sin que Whitney o Sean se dieran cuenta, ahí mismo donde ambos podían ser capaces de descubrirlo. Pero ahora que estaba sentada frente a ellos, tenía miedo de cometer un error. Respirando y soltando el aire. Él es bajo y delgado, parcialmente calvo con una pequeña barba de chivo. Lo mantuvo corto y sucinto.

Ken podría sentir su nerviosismo y su renuencia por seguir la conversación. Bien, nena, haz lo que tengas que hacer y ponte en contacto conmigo cuando estés sola otra vez.

Mari no contestó, pero estaba agradecida que le avisara que estaba dentro del alcance de su mente. Chasqueó los dedos.

– Al menos consígueme otra bata, Sean. No voy a caminar delante de ti medio desnuda.

Sean murmuró algo por lo bajo, pero sacudió otra bata de debajo del anaquel de la mesa y se la arrojó.

Mari la agarró y encogió los hombros, colocándosela alrededor de su espalda. Nunca miró a Whitney, pero podía sentirlo, mirando cada movimiento que hacia. Salió del cuarto con los hombros y barbilla en alto. Whitney no la había roto, gracias a Ken, ni siquiera cuando había estado más vulnerable. Resistió lanzarle a Whitney una satisfecha sonrisa triunfante, porque él respondería con algo más y no tenía el tiempo para dedicarlo a su habitual batalla. Dejándolo creer que su falta de resistencia era por que le habían disparado.

Habría dado todo por ser capaz de leer su mente. ¿Pensaba que estar prisionera había sido una experiencia terrible? ¿Pensaba que Ken la había forzado? Las pruebas en su cuerpo seguramente podrían justificar aquella teoría. Whitney sabía que Ken estaba emparejado con ella -que estaba sexualmente atraída- pero esto no significaba necesariamente que hubiera cedido ante la tentación.

Conocía a Whitney. La pregunta lo trastornaría. Si todavía tuviera alguna duda, no sería capaz de dejarla ir hasta que supiera la respuesta. Era una de sus mayores debilidades y a menudo la usaba en su contra. Él necesitaba respuestas. Si podía plantearle una simple pregunta, esto lo volvería loco hasta que supiera la respuesta. Y querría saber -no, necesitaba saber- si Ken la había forzado.

Sean caminaba detrás de ella y podía sentir su carácter arder sin llama. Él había visto cada señal en su cuerpo. Siguió caminando, hasta que alcanzó su cuarto. Era pequeño, una celda efectivamente, con una pesada puerta de acero.

– ¿Te hizo daño? -Sean echó un vistazo a la cámara en el vestíbulo y se giró, de modo que cuando hablara, fuera imposible ver el movimiento de sus labios.

– No voy a hablar contigo, Sean. No estuviste preocupado antes, no hay ninguna necesidad ahora -dijo, deliberadamente tiesa, manteniéndose en la entrada. Esperaba que Whitney escuchara o mirara. Por si Sean pudiera conseguir la información, no les daría nada.

– Sé que estas enojada conmigo…

– ¿Piensas? Has sido un asno. ¿Qué está mal contigo de todos modos?

Un timbre sonó y Sean hizo una mueca.

– Tendremos que hablar de esto más tarde. Tienes que entrar a tu cuarto. Están controlándote.

Se quedó parada, el odio los había cambiado a todos. Había sido uno de ellos, se habían entrenado juntos, había sido un buen amigo.

– ¿Qué te hizo Whitney? ¿Qué les hace a los otros hombres? ¿Es él, verdad? Todavía experimenta y los usa también a todos como conejillos de indias.