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– Muévete hacia atrás, Mari. -Insistió Sean, levantando su arma ligeramente, era una pequeña advertencia, pero ahí estaba. Guardando una distancia segura, mirándola con ojos cautelosos que nunca perdían ningún movimiento de su cuerpo.

Marigold no dio marcha atrás, deliberadamente reacia, nunca quitando la mirada de Sean. Siempre fue uno de los mejores. No había errores en Sean, ninguna distracción que permitiera la posibilidad de atacar su punto débil, Sean nunca bajaba la guardia, y estaba realzado fuertemente y tan bien entrenado como ella, lo más importante, estaba psíquicamente realzado. Había probado su mente repetidamente y sus escudos eran fuertes, imposibles de penetrar. Luchar contra Sean era perder, pero no se oponía a burlarse. Se volvió a parar, en la entrada, obligándolo a tomar una decisión.

Estaba tan enojada con él, por permitir que Whitney lo usara cuando había visto lo que les hizo a los otros y estaba segura de tener razón. Whitney tuvo que levantar los niveles de testosterona en los hombres, haciendo algo para tornarlos más agresivos.

Sean sacudió la cabeza.

– ¿Siempre tienes que presionar, verdad?

– ¿Querrías vivir como un preso tu vida entera? -Agitó la mano señalando el complejo entero, mirando el modo que su mirada brincó al movimiento elegante-. Apostaría que nadie te dice cuando tienes que acostarte por la noche, o lo que puedes leer. No hay una cámara en tu cuarto, ¿verdad Sean?

– Entra a tu cuarto. Lo cerrarán en tres minutos. -Él se acercó y cuando se movió, inhaló profundamente.

Su corazón brincó. Vio la llamarada de calor en sus ojos. La adrenalina se levantó y durante un momento no pudo respirar.

– Dejas que nos emparejen. -Esto fue una acusación, su voz sonó estrangulada, una porción de miedo bajó por su columna. ¿Por qué no lo había pensado? No se le ocurrió que Sean se ofreciera alguna vez para el programa de cría, no cuando sabía que todas las mujeres objetaban enérgicamente y eran obligadas a cooperar.

– Eres la mejor opción. Mari -dijo, en un tono práctico aún cuando sus ojos se movieron sobre ella posesivamente-, eres una psíquica fuerte y yo también. Nuestros niños serían extraordinarios. -Bajó la voz y le dio la espalda a la cámara para que no hubiera ninguna posibilidad de que leyeran sus labios-. Siempre me sentí atraído, desde la primera vez que te vi, no eres un ancla y yo si. Dudo que cualquiera de los otros hombres pueda manejar tus capacidades. No creo que Whitney tenga conocimiento de lo que puedes o no puedes hacer.

Su boca se secó. Obligó a su húmeda palma a permanecer en su lugar cuando quería frotársela por su muslo por la agitación. Sean veía demasiado. Siempre fue el guardia al que más temía. Habían entrenado cuerpo a cuerpo, y él podía siempre, siempre, ser mejor que ella. Pocos de los guardias podían, aunque era un tanto más pequeña.

– ¿Y no te importa que Whitney experimentara con tu hijo? -lo desafió.

Él estudió su cara durante mucho tiempo antes de contestar, su mirada otra vez fija giró hacia la cámara.

– Nuestro hijo nacerá en la grandeza. -Usó su barbilla para indicar el cuarto-. Entra ahora.

– No te aceptaré, Sean -le advirtió-, no voy a darle otro niño para que lo torture.

– Lo sé. Lo sabía cuando tomé la decisión. Pero no estoy preparado para mirar a otro hombre engendrarte un niño. Me aceptarás de una u otra forma.

Retrocedió hacia la pequeña celda que había sido su casa durante los pasados meses.

– Te tenía tanto respeto, Sean. Eres uno de los pocos a los que respetaba realmente, pero quieres hacerte un monstruo a fin de complacer al maestro de marionetas. -Sacudió su cabeza, la pena recorrió su cuerpo-. ¿Y Brett?

Un destello de repugnancia cruzó su cara. Caminó avanzando, con una mano deslizándose por su cara, tocando las contusiones.

– No hizo el trabajo, ¿verdad?

Su estómago se contrajo, en una protesta violenta, pero la contuvo.

– ¿Entonces tomarás su lugar? ¿Piensas que puedes obligarme a concebir, así Whitney puede tener otro juguete para jugar con él? -Se inclinó hacia delante, bajando su voz-. ¿Qué pasó, Sean? Pensé que eras uno de nosotros.

Al momento supo por su aliento en su piel que había cometido un terrible error. Whitney y sus experimentos con feromonas, junto con subir los niveles de testosterona en los machos, había creado una situación peligrosa, muy explosiva. Él quería soldados agresivos y si tenia éxito, quería niños de aquellos soldados.

Sean reaccionó al instante a su olor, a la proximidad cercana de su cuerpo. Cerró sus dedos alrededor de la parte posterior de su cuello y la arrastró las escasas pulgadas que los separaban, su boca bajó con fuerza a la suya. El metal frío del rifle se clavó en su carne como las yemas de sus dedos se clavaban en su piel.

Giró su cabeza apartándola del camino, sus manos agarraron el rifle y subió su rodilla entre las piernas con fuerza. Sean tiró hacia atrás, equilibrándose, giró para evitar su rodilla, haciéndola girar cuando lo hizo, su brazo se deslizó bajo su barbilla estrangulándola.

Mari siguió dirigiéndolo, usando su peso e ímpetu para hacer presión en su brazo, doblándolo lejos de su cuello hasta conseguir hacer palanca contra él, habían sido entrenados en la misma escuela. Era más grande y fuerte. Él sabía cual sería su reacción y estaba listo. Agarró su brazo y ejerció más presión, tuvo éxito manteniéndola en una llave. Mari giró la cabeza y lo mordió con fuerza en las costillas, al mismo tiempo presionó su pulgar en un punto de presión detrás de su rodilla. La pierna se torció y él juró doblándose por la mitad para no caerse, la arrastro con él, negándose a dejarla ir.

Terminaron tumbados en el suelo. Mari respiraba con fuerza, tratando de no hacer caso del dolor que sentía al estar en tan torpe posición.

– Detente, Mari -silbó-, no me convertiré en otro Brett. -Apoyó su peso en ella. Sujetándola.

Juntando su fuerza, se disponía a quitárselo de encima, cuando el pasillo se llenó de un punto sofocante de oscura maldad. El suelo bajo ellos tembló y las paredes a su alrededor ondularon. Mari sabía quien era y estando todavía bajo Sean, su corazón palpitó con tanta fuerza que tuvo miedo que pudiera romperse. Conocía aquel olor, aquella aura. El olor de su astuta maldad. Solo había un hombre que podía hacer que su estómago se revolviera con tal bilis. Brett llegaba.

– Sean -susurró su nombre con desesperación. Sean había sido un buen amigo y ahora la había engañado. Brett llegaba, y si la tocaba, nunca sería capaz de parar su grito, de derramar ondas de energía del asco que sentía cuando la tocaba, y Ken lo sabría y vendría y la fuga que había planeado con tanto cuidado con las otras mujeres sería imposible.

Sean se movió rápidamente, más rápido de lo que imaginó, saltando se puso de pie, agarrándola y empujándola en su celda con una mano, mientras cerraba de golpe la cerradura con la palma de su otra mano. La pesada puerta metálica se deslizó y cerró con un horrible sonido metálico, abandonándola indefensa para hacer todo menos mirar cuando los dos hombres hacían círculos uno alrededor del otro.

Capítulo 14

Ken regresó hacia atrás, hacia la sombra más profunda, su mirada fija constante sobre el guardia. El hombre seguramente estaba absorto en el libro y eso le decía mucho a Ken sobre la situación del recinto. El funcionamiento en un laboratorio secreto era un trabajo lento, aburrido. Nadie realmente consideraba que los pudieran atacar o que pudieran intentar entrar a la fuerza. La mayor parte del recinto era subterráneo, por lo que cualquier cazador perdido o extraviado sólo encontraría la cerca, una pequeña pista de aterrizaje y unas dependencias. Nadie se había acercado al lugar durante años, y Whitney tenía algunos bonitos y sofisticados sistemas de alarma. Al parecer, los guardias habían estado demasiado tiempo sin incidentes. Se habían vuelto perezosos y se aburrían. Miró como el guarda dejaba el libro, pero ni siquiera una vez hizo más que dar un vistazo superficial por los alrededores, antes de pasear a lo largo de la línea de la cerca.