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La rabia lo sacudía dejándolo helado y eso siempre era un mal signo. Se movió hacia la siguiente habitación y encontró las paredes de un modo similar cubiertas, esta vez con una mujer con una abundante cabellera negra y luminosos ojos. Desde el suelo hasta el techo, en cada habitación de la casita de campo, las paredes estaban recubiertas de fotografías de las siete mujeres desnudas. Reconoció a una de ellas como a Violet, la esposa del senador. Ken nunca se había sentido tan sucio o enfermo.

Encontró al doctor en su dormitorio, echado sobre la cama desnudo, mirando hacia el techo y hacia el collage de las siete mujeres desnudas. La música estaba alta y el hombre tarareaba mientras se retorcía sobre la cama. Nunca en absoluto vio a Ken, sólo sintió el agujón del cuchillo cortándole la carne.

– Yo me estaría muy quieto si estuviera en su situación -le siseó Ken.

El doctor se congeló, manteniéndose rígido sobre la cama con el afilado borde de la navaja presionando contra su garganta.

– ¿Qué quiere?

– Es un enfermo hijo de puta -le dijo Ken-. ¿Whitney sabe lo jodidamente enfermo que está en realidad?

– Él dijo que todo estaba bien, que podía tener a las muchachas conmigo siempre. -La voz del hombre era aguda y llorona-. Lo sabe. Pregúnteselo. Se lo dirá. Entra a veces para ver lo que he hecho con ellas.

– ¿Dónde guarda las fotografías originales?

– Whitney las tiene todas. Tiene lugares donde no podemos ir y guardamos las fotografías y archivos con él. -La voz se volvió astuta-. Sólo las comparte conmigo.

– ¿Dónde está Whitney?

– Si se lo digo, me matará.

– Voy a matarlo ahora mismo si no me lo dice.

– Tiene habitaciones en las que nadie puede entrar sobre el cuarto nivel, abajo cerca de los túneles. -Levantó la vista hacia las caras de las mujeres que miraban fijamente-. ¿No son hermosas? Les gusta que las toque y les tome fotografías.

El estómago de Ken se sacudió, amenazando con derramar su contenido. Deslizó el cuchillo apartándolo y cogió la cabeza del hombre con ambas manos, girándola con fuerza, escuchando como se resquebrajaba con satisfacción. Cualquier legitimidad que Whitney hubiese tenido alguna vez, con esta casa y este hombre eran un testamento de su creciente locura.

Voy a prender fuego a la casa.

Maldita sea, Ken, no hagas ninguna locura. Tienes que conseguir bajar.

Haré que se vea como si pareciera que el doctor tuvo un pequeño accidente con el gas. Pero esta casa tiene que quemarse. Por que nunca más nadie vería la perversión que este hombre les había hecho a esas mujeres. Iba a hacer volar al hijo de puta hasta el cielo y cuando lo investigaran, encontrarían al doctor con sus velas, cerillas y un tubo flojo del gas.

No podía mirar las paredes mientras trabajaba, se sentía rastrero rodeado por las imágenes de las mujeres con las que Whitney había experimentado y que había permitido que un hombre muy enfermo, abusara de ellas. ¿Quién había defendido a Mari cuando era una niña? ¿Cuándo fue una adolescente? Jack y él habían estado entrando y saliendo de muchas casas de acogida y su padre había sido un corrupto, pero habían tenido a su madre y después el uno al otro y finalmente una amable mujer que los había defendido cuando nadie más lo hizo. Le dolía el corazón por Mari. Iba a ponerse enfermo si no conseguía salir de ese infierno, se le agitaba y se le hacía un nudo en el estómago por la repulsa mientras establecía la escena, cuidando de no dejar nada que indicara que no fuese un accidente.

Una fuga lenta que no atrapaba a nadie, la casa llena de gas, y el doctor, brincando con su música y velas, desnudo delante de sus santos lugares obscenos, volando en pedazos con su casa, bastante trágicamente.

Atrinchérate bajo el infierno, Jack. Van a peinar el campo cuando esto esté en marcha.

Te cubriré.

Entro. Necesito llegar hasta ella.

Maldición, no. Le gruñó Jack. Lo digo en serio, Ken. Devuelve tu culo aquí. No eres tan estúpido.

Soy exactamente estúpido. Pensar en Mari colocada sobre esa mesa de examen, fijada como un insecto mientras un pervertido enfermo la fotografiaba y la tocaba era más de lo que podía aguantar. Tenía que llegar hasta ella y abrazarla. Este podía ser el error más grande que alguna vez hubiera cometido, pero iba a hacerlo. Ella no estaría sola esta noche.

Jack juró, una abrasadora ronda de maldiciones a las que Ken no hizo caso. Salió de la casa y recompuso las alarmas, dejándolo todo exactamente del mismo modo en que lo había encontrado. En lugar de abrirse camino hasta la parte superior saliendo para unirse a su hermano, comenzó a avanzar lentamente por la hierba para llegar hasta el edificio más grande. Había un camino, un conducto, un tubo, un túnel, algo más en el cemento que podría usar. Siempre había una forma.

Usó el sonido, un talento menor que tenía y que no era el mejor utilizándolo, pero podría buscar en las paredes de cemento un punto hueco. El cemento era delgado en la parte superior de un punto cerca de la pared que daba al sur. Había cajas y plataformas de madera y cajones de todos los tamaños amontonados alrededor. Obviamente los suministros habían sido dejados caer cerca y habían sido descargados. Apiló de nuevo los cajones más grandes y las cajas cercanas de los alrededores para ayudar a proporcionarse un pequeño refugio mientras trabajaba.

Le costó media hora abrirse camino por la delgada capa y otros pocos minutos verter el hormigón en el espacio hueco que encontró dentro. Sabía que a menudo había amplias áreas reforzadas con la nueva barra que dejaban abierta en las paredes de en medio de las más grandes, principalmente en los recintos militares y una vez dentro, nadie lo oiría o descubriría mientras se movía por los alrededores, con la esperanza de llegar hasta los niveles inferiores.

Estoy dentro. Encontró una caja de madera y la deslizó sobre la abertura para esconder el hueco. Tenía que hacerlo y probablemente no se notaría con tantas cajas amontonadas alrededor del área. Mientras se resbalaba hacia el interior, colocando la caja sobre él, la casa del doctor voló, haciendo explotar los escombros, enviando los restos como lluvia; llamas rojas y anaranjadas ondeaban mientras el negro humo de elevaba hacia el aire.

Los hombres salieron precipitadamente del cuartel y comenzaron a correr en todas las direcciones, perfilados por el furioso fuego. Una alarma comenzó a sonar, rompiendo el silencio de la noche con un rugido infernal. Ken hizo una pausa para ver como se quemaba la casa. Los cristales caían hacia abajo en forma de lluvia y puntos negros aparecían sobre las paredes, después eran consumidos por las hambrientas llamas. Había una intensa satisfacción al saber que nadie podría acercarse a ese lugar, hasta que comenzaran a intentar controlarlo con el agua. Era demasiado tarde. Había abierto cada puerta para asegurarse de que el gas había llenado la casa y con esto parecería que el Doctor Pervertido había intentado encender una de sus muchas velas, que accidentalmente había estallado y volado él mismo a través de la habitación, donde se golpeó directamente rompiéndose el cuello.

Los perros salieron precipitadamente desde algún sitio, de un túnel oculto a su izquierda. Sabían que había perros, pero no sabían que los mantenían dentro. Desde su ventajosa posición podía ver que la puerta no se abría de golpe para permitir a los perros escaparse del espacio entre las cercas dobles. Whitney no daba ninguna posibilidad a las mujeres para que pudieran aprovechar el caos e intentaran escaparse.