– No pensé en eso. Sólo pensé en Whitney como demente. Empeora más y más con los años. No parece rendirle cuentas a nadie, y por eso, sus experimentos se han vuelto más extraños.
– ¿Piensas que el Senador Freeman sabe qué pasa aquí?
Ella negó con la cabeza.
– Violet se casó con él antes de que Whitney empezara con el programa de reproducción. No podía saberlo. Por eso es tan importante que alguno de nosotros hable con ella. ¿Por qué Sean me dejó escapar si planeaba matar a Freeman?
– Porque si Violet y el Senador Freeman estaban muertos, no importaría que estuvieras allí. Y tú eres un francotirador. Te podrían haber hecho cómplice de matar al candidato vicepresidencial. No habrías sido capaz de ir a ninguna parte o hacer nada con esa amenaza colgando sobre la cabeza.
Mari tiró de la cruz y la cadena bajo el colchón y los deslizó sobre la cabeza a fin de que su regalo descansara en el valle entre los senos. Le gustaba la percepción y el peso de eso. Los dedos fueron hacia el borde de la camiseta de él.
– El guardia no estará aquí hasta aproximadamente las cinco y media de la mañana. Tenemos tiempo antes de que tengas que irte. -Le levantó el dobladillo, exponiendo las cicatrices entrecruzadas-. He querido hacer esto desde la primera vez que te vi. -Dobló la cabeza y le besó, los suaves y satinados labios contra las formadas crestas-. ¿Puedes sentir esto?
Podía… a duras penas. No más que un suave resplandor de promesa, patinó sobre su piel. Debería detenerla. Cuanto más la tocara, cuanto más la poseyera, más difícil sería más tarde renunciar a ella.
– Como un susurro. -Su voz fue ronca.
No era lo bastante hombre para detenerla. Su errante y pequeña boca estaba justo bajo el ombligo, los dientes provocativos en las cicatrices, raspando sobre la rígida piel, la lengua haciendo una pequeña danza aliviando cada ardiente mordisco.
– ¿Qué hay de eso?
Cerró los ojos, moviéndose sobre la espalda, dejándola desabrocharle los pantalones y bajarlos de las caderas. La habitación estaba a oscuras, pero ella podía ver el patrón de las cicatrices yendo más abajo y cubriendo la gruesa y larga erección que estaba provocando con esos diminutos dientes afilados, suaves labios, y la húmeda lengua de terciopelo.
– Más abajo -gruñó-. Más abajo y un poco más fuerte.
– No tienes paciencia. -Su risa suave revoloteaba sobre el abdomen como una pluma-. Llegaré. Primero quiero explorar un poco, sólo ver que se siente mejor.
Lo mataría antes de que acabara la noche. Sus labios eran seda caliente, deslizándose sobre él como la mantequilla, una sensación casi más allá de su capacidad de sentir… casi. Fue justo la cantidad adecuada para hacer reaccionar a su polla y captó su atención en jadeante anticipación. Los dientes empujaron el aliento de sus pulmones y enviaron fuego intenso en la barriga. Diminutos y ardientes mordiscos cubiertos por golpes de lengua.
Espontáneamente su cuerpo se arqueó hacia ella, los puños agarrándole el pelo mientras un gemido le desgarraba la garganta. Las pelotas realmente se levantaron oprimidas, tan oprimidas que temía explotar mientras su pene se hinchaba, estirando las cicatrices dolorosamente, la erección engrosándose, alargándose, y sobresaliendo con urgente necesidad. Pensó decir algo -tal vez una protesta, con un poco de suerte no una súplica- pero ni su mente ni su lengua podían encontrar las palabras cuando le rodeó con los dedos la base del eje en un apretado puño.
Bajó la mirada hacia ella, a los grandes ojos chocolate, tan oscuros por el hambre, la expresión ansiosa y hambrienta. Estaba salvajemente hermosa, las sombras oscuras jugaban sobre el cuerpo desnudo. La cruz de oro se meció entre sus senos, provocadora sobre la piel, acariciándola mientras se movía sobre él. Podía ver las marcas de posesión sobre su piel de su anterior relación sexual y eso envió otra ráfaga de calor avanzando a través de sus venas.
Mari no se retrajo por las intensas cicatrices, las rígidas líneas cruzaban una y otra vez sobre la ingle y el escroto. Lo estudió, fascinada, como si fuera un cucurucho de helado y no pudiera esperar para empezar, pero sin estar segura por dónde empezar. Aguantó la respiración cuando descendió la cabeza y lamió la reluciente gota de la parte superior de la ancha y arrugada cabeza. No sólo lamió. Tuvo la misma sensación como si las alas de una mariposa pasaran rozando sobre él, y luego siguieron los dientes, raspando a lo largo de la piel dañada, arrancándole un grito de placer.
Se quedó sin respiración. La mandíbula tensa. Cada músculo del cuerpo contraído. Luchando por el control. Un toque y lo destruiría. La tiró del pelo, tratando de apartarla, pero incluso mientras lo hacía, sus caderas se alzaban hacia delante, forzando la polla contra los suaves y satinados labios. Gimió otra vez cuando sopló el cálido aliento sobre él, mientras abría la boca y se deslizaba sobre la ancha cabeza, la lengua enroscándose y los dientes encontrando el punto más sensible bajo la cresta, el que sus enemigos habían tratado de destruir. Mordió experimentalmente y el fuego lo atravesó como un relámpago, pulsando en olas, hasta que no pudo respirar, luchando por aire, luchando por la cordura.
El placer era tan intenso que estaba seguro de no sobrevivir. Eficazmente estaba destruyendo la confianza de su propio control. No podía permitirle arrebatarle esto… era demasiado peligroso. Sus dientes raspándolo de nuevo, directamente sobre ese dulce punto, y se retorció bajo ella, olvidándose completamente del peligro. Las uñas participaron, arañando una y otra vez los bordes de las líneas en el apretado saco, y no estaba seguro de saber su propio nombre. Lo estaba matando, estrellas explotando tras los párpados, azotes de candentes rayos fustigaban velozmente a través de su corriente sanguínea.
– Más, Mari. Duro y caliente. -Ordenó entre dientes.
Cerró la boca sobre la cabeza de su eje, tirante y caliente y tan exquisito, añadiendo la succión a la combinación de dientes y lengua, y él casi saltó de la cama. No había preparación para lo que le estaba haciendo. Dulce infierno, lo estaba quemando vivo con su boca. Sus dientes se encontraban cada terminación nerviosa, estaba seguro que habían sido dañados, y estaban haciendo una reparación acelerada.
Ella gimió profundamente en la parte posterior de la garganta, y la vibración viajó directamente de la polla hasta sus pelotas, propagándose abajo hacia los muslos y arriba hacia la barriga. No podía detener el duro empuje de sus caderas. Lo probó, esforzándose por recuperar el control, pero fue imposible con el bramido en la cabeza y el corazón palpitando como el trueno en sus oídos.
Soltó una débil maldición mientras se deslizaba más profundo, mientras la garganta se constreñía apretada a su alrededor, ordeñándole hasta que su simiente hirvió cálida y viciosa. La cogió por la cabeza, agarrándola hacia él mientras la ardiente pasión lo inundaba, las llamas crepitaban en la base de la columna e invadían todo su cuerpo. Los dientes encontraron ese único lugar bajo el borde de la ancha cabeza, mordisqueándole mientras lo tomaba profundamente de nuevo, la garganta una vez más constriñendo.
Se hizo pedazos, una violenta explosión del cuerpo y los sentidos, su vida ya no le pertenecía, el placer lo consumía, comiéndoselo vivo. Temblaba por la liberación, las caderas casi sin control, empujando profundo e inútilmente, y cada vez que sus dientes o lengua aumentaban la caliente y fuerte succión, la agarraba más fuerte, sujetándose en la seda de su pelo.
Le pertenecía, en cuerpo y alma. Podía pensar que la podría hacer dependiente de él sexualmente, atarla a él por la forma en que podía controlar su cuerpo, pero ella nunca lo había necesitado de la forma en que él la necesitaba a ella. Lo supo, tan cierto como sabía que su corazón y alma estaban para siempre en sus manos.