– Pino blanco occidental. Los tratamos con albardilla sueca y usamos aceite para rematarlo. Jack ha hecho la mayoría de los muebles de la casa. Es muy bueno trabajando la madera.
– Es hermosa. Adoro el porche.
– El techo está construido como zona de guerra, y tenemos un túnel de escape. Tenemos alarmas y unas pocas trampas que nos permiten saber si aparecen visitantes no deseados. La tienda de madera está justo en esa pradera, y el garaje más pequeño alberga el equipo. Tenemos un jardín de vegetales en esa zona pequeña de tierra donde el sol brilla la mayor parte del tiempo. Briony ha plantado flores por todas partes.
La mano de Mari agarró la suya.
– ¿Está ella aquí?
– No suenes tan asustada. No, Jack la traerá mañana. Quería verla primero. Es protector con ella.
– Todavía no confía lo bastante en mi, ¿verdad?
– Jack no confía en nada o nadie cuando se trata de Briony -dijo Ken-. Ella es su mundo, y si algo le sucediera se volvería loco. Estará aquí, dulzura, confía en mi; está emocionada por saber que estás viva y bien. Nada va a impedir que vuelva a casa.
– Excepto Jack.
– Durante una noche. La quería para él esta noche, y yo esperaba que tuviéramos unas pocas horas juntos.
Mari se detuvo en los escalones mirando a la galería que la rodeaba. La noche estaba cayendo y el viento susurraba entre los árboles. Había una dentellada de frío en el aire, lo bastante como para hacerla temblar.
– ¿Me tienes miedo, Mari? -preguntó Ken.
Ella levantó una mano hasta su cara. Como siempre, en las sombras de la noche, las cicatrices se desvanecían, dejando la perfección masculina.
– No. Ken, no eres tu. -Dudó como si buscara las palabras correctas, o la confianza que necesitaba para exponer sus miedos-. Soy yo. No sé nada sobre quién soy o qué quiero. Cuando estoy lejos de ti, me siento como si no pudiera respirar sin ti. ¿Cómo puedo aprender alguna vez a estar completa si nunca voy a tomar una simple decisión por mi misma estando en una relación tan intensa? -Parecía conmocionada-. Acabo de dar por sentado que quieres una relación. Nunca lo has dicho. Ni una vez.
Ella dio un paso atrás alejándose de él, de la casa. El bosque, con todos los árboles suavemente oscilantes y el espeso follaje, parecía un refugio, algo que conocía, donde podía ocultarse. Se sentía expuesta, vulnerable y muy confusa.
– Lo diré ahora, Mari. No quiero que me dejes nunca. Te quiero más que de lo que he querido algo en mi vida. Puedo darte tiempo, lo que sea que necesites. -Incluso mientras lo decía, no sabía si estaba diciendo la verdad. Quería darle tiempo, darle libertad, pero había límites a sus habilidades y las conocía mejor que la mayoría de la gente.
Ella le trazó la comisura de los labios.
– Estás frunciendo el ceño.
– Estaba mintiendo. No puedo mentirte. No soy un hombre perfecto, Mari. Quiero ser todo lo que necesites, pero no puedo verte con otros hombres mientras averiguas si esta relación es la que quieres o no.
– ¿Otros hombres? -Sus ojos oscuros brillaron-. ¿Qué tienen que ver otros hombres con esto?
– No te quiero mirando a otros hombres para ayudarte a comprender cosas.
Las cejas se juntaron, y ambas manos se apretaron en puños. Miró hacia el bosque otra vez, entonces resueltamente giró hacia la casa y subió lentamente las escaleras del porche para evitar golpearle.
– ¿Otros hombres? Tienes que estar loco. ¿Ya has olvidado de dónde vengo?
Mari anduvo por el porche, furiosa con él y consigo misma. Se había puesto en una posición vulnerable. Ella no pertenecía a aquí. Robó otra mirada al bosque. Pertenecía a allí. Pertenecía a sus hermanas. Podía confiar en ellas. Habían tenido un plan juntas, y ella se había desviado del plan. Presionó sus dedos contra sus de repente latentes sienes. ¿Qué había hecho?
Él se aclaró la garganta, frotándose el puente de la nariz, y entonces se pasó la mano por el pelo con agitación. ¿Cómo demonios hacían los hombres esta clase de cosas diariamente? Era como caminar por un campo de minas, un paso en falso y todo explotaría en su cara.
– Tienes razón, eso fue estúpido por mi parte. No estoy haciendo esto muy bien.
– Supera esa preocupación sobre mi y otros hombres, Ken -dijo bruscamente.
Él asintió. Tenía que encontrar una manera de dominar sus celos rápidamente. Ella no era una mujer que lo aguantara. No había manera de no percibir el puño apretado.
– La mayoría de las mujeres tendrían problemas con la soledad de aquí arriba. En invierno, el camino es intransitable sin motonieves. No hay teléfonos. Tenemos una radio por supuesto, pero no demasiadas mujeres quieren estar tan aisladas.
La mirada de ella se movió rápidamente a su cara.
– ¿Te parezco la clase de mujer que tiene que ser entretenida todo el tiempo? Estoy acostumbrada al aislamiento.
– Mari, nunca he hecho esto antes. Nunca. Nunca he traído a una mujer a esta casa o querido una relación con alguna. Puedo estar cometiendo cada error de libro aquí, pero estoy intentando ser honesto, no juzgarte.
– ¿Nunca?
– ¿Nunca qué?
– ¿Nunca has traído a una mujer aquí antes?
– Este es mi santuario, cariño. Mi hogar. Vengo aquí cuando el mundo me rodea y necesito reagruparme. Es tranquilo y pacífico y se siente como un hogar. Perteneces a aquí, nadie más.
– No sé realmente cómo se siente un hogar. -Hizo gestos hacia el bosque-. Miro eso y me siento como si me llamara. Quiero correr libre, Ken. Solamente correr entre los árboles. -Sus ojos se encontraron con los suyos-. ¿Puedo hacer eso?
Él intentó tranquilizar el latido de su corazón. Sabía mejor que nadie lo que era intentar retener a un pájaro silvestre, pero quería asirla con ambas manos.
– Por supuesto. Mañana te conseguiremos un par de zapatillas. Puedes salir cuando quieras. Yo prefiero las mañanas, pero es hermoso todo el tiempo.
Ella no respondió, solo se quedó de pie mirando fijamente a los árboles que la llamaban.
Ken estiró la mano hacia ella. Quizás no estaba completamente comprometida en una relación con él, pero él lo estaba con ella. Ella parecía correcta y se sentía bien en su santuario. Por encima de todo, por toda su intranquilidad sobre lo que decir y hacer, se sentía feliz, realmente feliz con ella en su propiedad. Todo lo que tenía que hacer era encontrar una manera de hacerle sentir lo mismo.
Mari puso la mano en la suya y de mala gana le siguió a la sólida puerta, tratando de no mostrar miedo.
– ¿Cómo mantenéis la casa caliente cuando nieva?
– Usamos el calor de la madera. Tenemos chimeneas muy eficientes en los dormitorios, el gran salón y en la cocina. Podemos bloquear cada ala de la casa para que sea privada y aislada, o abrirlas y tener una gran casa.
– ¿Y Briony vive aquí todo el año? -Ella se aferró a eso. Quería ver a Briony, una vez nada más. Una vez había vivido con recuerdos y fantasías sobre su gemela durante tanto tiempo, quería verla.
– No la dejaríamos aquí sola si salimos en una misión. Jack nunca lo permitiría. -Las palabras escaparon antes de que pudiera censurarlas.
Mari le miró bruscamente mientras daba un paso por el umbral.
– ¿Permitir?
– Cuando se trata de Briony, somos muy conscientes de su seguridad. Imagino que tú también lo serás. Está esperando gemelos, y Whitney ha hecho varios intentos de cogerla. Su último intento nos costó parte de la casa y un edificio exterior, pero el hijo de puta no la cogió.
Mari miró a su alrededor. Podía ver el toque de una mujer en la casa, y su corazón hizo un pequeño y divertido salto. Su hermana. Briony estaba viva realmente y bien y vivía justo aquí, en esta casa. Su hermana, a quien no había visto en años, pero en quien había pensado cada día.
Había gruesas colchas colocadas en los muebles bien hechos, la clase de colchas que Mari sabía que estaban hechas con amor, a mano. Había vidrieras sobre cada ventana, un trabajo intrincado y hermoso, los colores se arremolinaban para formar imágenes de fantasía indudablemente escogidos, o hechos, por su hermana.