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– Bella, sé que crees que quiero cambiar lo que tú haces, pero estás equivocada. Llevo años resistiéndome a vender ropa de baño femenina porque yo no sé lo que las mujeres quieren. Sólo vendo lo que me convence. Por eso quiero que tú formes parle de King Beach. Porque tú crees en tus productos del mismo modo en el que yo creo en los míos.

– Lo mío no son «productos».

Jesse soltó una carcajada, lo que hizo que Bella se enfureciera aún más.

– Lo entiendo. Tu línea no es intercambiable con los trajes de baño que venden los grandes almacenes.

– No deseo que compres mi empresa para que la aplastes o la absorbas en lo que es King Beach, No puedes comprarme tal y como lo hiciste con esta ciudad, Jesse. No voy a permitirte que estropees lo que más quiero sólo por el bien de tu negocio.

– ¿Acaso tienes algo en contra de convertirte en millonaria? -replicó él-. Porque te prometo que, si te unes a mí, eso será en lo que te convertirás.

Durante un instante, Bella consideró su oferta. Pensó en lo que significaría para ella ser económicamente independiente. Podría comprarle a Kevin la casita que éste le alquilaba. Podría donar todo el dinero que quisiera a diferentes organizaciones benéficas. Podría…

– Eres el mismísimo diablo -le espetó finalmente.

– Bien. Me alegra ver que estás empezando a pensarlo.

– Lo hice. Durante treinta segundos.

– Es un comienzo.

– No lo es. No estoy preparada para la producción a gran escala. Soy una empresa pequeña y me gusta que sea así. Conozco a mis costureras. Elijo personalmente las telas y diseño los modelos. Las mujeres que trabajan para mí cuidan tanto su producto como yo.

– Sí, pero, ¿tienes que hacerlo siendo pobre? Piénsalo. Si te alias con King Beach, crearás más puestos de trabajo. Habrá mejores sueldos para tus tejedoras y para tus costureras. Estoy seguro de que podremos contratarlas. Podrán enseñarles a los profesionales un par de cosas.

– Ellas son también profesionales.

– Estoy seguro, pero a una escala mucho menor. ¿No te das cuenta, Bella? Si te unes a mí, conseguirás mucho más para tu empresa.

– Sé que quieres mi empresa, pero no te la voy a entregar.

– No es sólo tu negocio lo que quiero, Bella. Te quiero a ti.

Dios. Una oleada de algo cálido, delicioso y turbador la atravesó de la cabeza a los pies. Jesse la deseaba. ¿Lo había dicho en serio? ¿Y cómo la deseaba? ¿Durante cuánto tiempo? Oh, Dios. Estaba nerviosa. Excitada. Experimentaba cientos de sensaciones diferentes y vibraba con las posibilidades que le ofrecían aquellas palabras. Todo cambió cuando Jesse siguió hablando e hizo añicos todo lo que ella había pensado.

– Quiero que seas tú quien se ocupe del negocio. Seguirías estando a cargo del diseño y tendrías la última palabra en todo lo relacionado con Bella’s Beachwear.

El calor que había estado sintiendo se transformó en una gélida sensación. Muy bien. No la deseaba a ella. Quería que trabajara con él. Para él. Nada más.

Tenía que dejar de imaginarse sueños perfectos para evitar desilusiones.

– Este ha sido tu plan desde el principio, ¿verdad? Tanto flirteo y tanta seducción estaban sólo destinados a pillarme desprevenida.

– Eso depende. ¿Lo estás?

– Todos tus comentarios sobre el hecho de que King Beach no se ocupa de las mujeres eran sólo eso. Comentarios. Llevas planeando la absorción de mi empresa desde el principio.

– Lo he considerado, sí. El día de la sesión de fotos me abrió los ojos. Pero tú eres la única culpable de eso. Tú me enseñaste lo que tus trajes de baño podían hacerle al cuerpo de una mujer. Tú me lo pusiste todo en bandeja. ¿Es culpa mía que me hicieras pensar?

– Ahora no importa -dijo Bella. De repente, se arrepintió profundamente de todo lo que había hecho ese día-. Nada ha cambiado. Yo no he cambiado. ¿Crees que eres la primera empresa que quiere comprarme el negocio? No lo eres. Y probablemente tampoco serás la última. Sin embargo, no voy a vender, Jesse. En esta ocasión, tú pierdes.

– Dios, eres muy testaruda.

– Yo estaba pensando lo mismo sobre ti -replicó ella. Al ver que él sonreía, se sintió aún más furiosa. Como si sólo con su sonrisa pudiera hacerle cambiar de opinión-. Lo llevas en la sangre, ¿verdad? Debe de ser un rasgo propio de los King. Siempre habéis conseguido todo lo que habéis querido. Has llevado una vida maravillosa -añadió-. Eso es algo que no le ocurre a todo el mundo.

Jesse cambió de posición un poco. Evidentemente, le incomodaba el giro que había dado la conversación.

– Está bien. Lo admito, pero si crees que los King se educan para ser perezosos o mimados, estás muy equivocada.

– ¿No me digas? -replicó ella. Entonces, señaló las fotografías familiares que colgaban de la pared-. Ninguna de estas personas parecer haber llevado una vida dura.

Jesse señaló a uno de ellos.

– Ese es mi hermano Justice.

– Es un nombre muy interesante.

– Mi padre ganó un pleito muy importante el día en el que él nació. De algún modo, logró convencer a mi madre de que Justice era un nombre perfectamente razonable. Pero deja que te hable de Justice y de la vida de los mimados ricos -dijo él. Se sentó sobre el brazo de la butaca-. Justice tiene un rancho aproximadamente a una hora de aquí. Se levanta al alba todos los días para ir a ver cómo está su ganado, sus vallas y enterarse de que tiempo va a hacer. Como si el tiempo cambiara tanto en el sur de California. Nuestro primo también tiene un rancho, algo más al norte. Cría caballos. Justice tiene ganado criado con productos orgánicos. Tiene cultivados enormes campos de heno. Trabaja dos veces más duro que ninguno de sus vaqueros y no sabría cómo es ser mimado ni aunque alguien le pagara para intentarlo.

Bella frunció el ceño.

– ¿Y éste?

– Ah, ése es mi primo Travis. Es el que tiene la hermosa esposa a la que le encantan las esmeraldas -explicó. Entonces, señaló algunas fotografías más-. Estos son sus hermanos, Jackson y Adam, con sus esposas, Casey y Gina. Ellos también tienen hijas. Dos niñas cada uno. Según me han dicho, Gina vuelve a estar embarazada. Este es mi primo Rico y su hermano Nick en el hotel que Rico tiene en México. Y éstos son Nathan y Gareth en la boda de una tía. Sus hermanos, Chance, Nash y Rieran son los tres que hay en esa fotografía y…

– ¿Cuántos sois en total? -preguntó ella, sorprendida.

– Docenas y docenas. ¡Y probablemente muchos más que ni siquiera conozco! -exclamó Jesse, riendo-. No se le puede dar una patada a una piedra en California sin que salga un King.

– Es…

– ¿Demasiado? -le preguntó él, sonriendo-. ¿Demasiados King?

– Es maravilloso -dijo ella, por fin, con la voz entrecortada.

Hacía un minuto se había sentido furiosa con él por haberse querido apropiar de su negocio, pero la ira había desaparecido, reemplazada por una enorme envidia. Ni siquiera se podía imaginar cómo sería tener una familia tan grande. De niña, había anhelado tener padres o, al menos, un hermano o hermana. Alguien a quien sentirse unida. Jesse era rico de verdad y ella se preguntaba si él sabía cuál era la verdadera riqueza de la familia King, que, según ella, no estaba en los bancos, sino en cada uno de los miembros de la familia.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó él. La sonrisa se le había borrado del rostro.

Ella asintió y señaló otra foto. No quería hablar de sí misma,

– ¿Quién es ése?

– Mi hermano mayor, Jefferson. El dirige King Studios. Hace películas y se mata trabajando porque no confía en que nadie se ocupe de los detalles.

– Entonces, ¿cuántos hermanos tienes? -susurró Bella. Hasta ella misma notaba el anhelo que había en su voz.