Jesse le dio un apetito que alimentó.
Le dio una pasión que prendió.
Le dio un deseo que nutrió.
Bella se aferró a él, apretándole contra su cuerpo, gozando con el contacto de la rígida prueba de su deseo. Mientras su cerebro se cerraba por completo, su cuerpo cantaba, ella sólo podía suplicar que Dios la ayudara si perdía el trato que los dos acababan de cerrar.
Capítulo Siete
Durante los siguientes días, Bella trató de olvidarse de Jesse y del beso que los dos habían compartido, lo que no le resultó nada fácil. Demonios, la noche que pasó con él hacía ya tres años seguía aún fresca en su mente.
La ayudaba mantenerse activa. Eran los momentos de relax lo que más le fastidiaban. En el momento en el que el cerebro se relajaba, comenzaba a pensar en Jesse y el cuerpo no le andaba a la zaga.
A lo largo de los años, casi había podido convencerse de que los besos de Jesse no eran tan maravillosos como ella creía. Sin embargo, habían bastado unos segundos en su despacho para darse cuenta de que se estaba engañando. Aquel beso había sido tan maravilloso como los que Jesse le había dado tres años atrás. La piel aún le vibraba. Ya era viernes y había llegado el momento de poner a prueba su acuerdo. Aquella noche, iban a cenar juntos. Si él conseguía dejarla verdaderamente atónita, tendrían sexo de postre.
– ¿Bella? -le preguntó una voz desde el probador. Bella agradeció profundamente la distracción.
– ¿Necesitas algo?
Una rubia de ojos azules asomó la cabeza por encima de la puerta del probador y sonrió.
– Necesito una talla más pequeña del bañador plateado.
Bella se echó a reír.
– ¿No te lo había dicho?
La mujer era una nueva clienta y, como todas las que acudían a su tienda por primera vez, no había creído a Bella cuando ésta le había dicho que sus bañadores le darían menos talla que los de las otras tiendas.
– No me lo puedo creer, pero sí, tenías razón.
– Volveré enseguida con una talla más pequeña.
– Madre mía, me encanta escuchar esas palabras -exclamó la mujer con una carcajada.
Bella pasó junto a tres otras clientas que estaban inspeccionando las perchas y se dirigió a la que correspondía a aquel bañador para encontrar una talla más pequeña. Inmediatamente, regresó al probador y se lo dio a su clienta. Entonces, regresó al mostrador.
Justo en aquel momento, la puerta se abrió. Bella esbozó inmediatamente una sonrisa, que se le borró del rostro al ver que se trataba de Jesse King. Él, que parecía estar por completo en su salsa, sonrió a las clientas y centró su atención en Bella.
Dios… Ella odiaba admitir lo que podía sentir con sólo verlo. Iba vestido con prendas de su línea de ropa deportiva. Tenía el cabello rubio revuelto por el viento. Las arrugas de expresión que tenía en torno a los ojos se profundizaron un poco más cuando sonrió.
– Buenos días, señoras -dijo. Entonces, se dirigió directamente hacia el lugar en el que se encontraba Bella.
– ¡Dios mío! Es Jesse King -exclamó una de las mujeres. Inmediatamente después, siguió a la declaración una suave carcajada.
Naturalmente, él escuchó este comentario y profundizó aún más la sonrisa. «Genial», pensó Bella.
– Bella-dijo él, colocando las manos sobre la vitrina de cristal. Entonces, bajó el tono de voz-. Me alegro de volver a verte. ¿Me has echado de menos?
– No -replicó, cuando la realidad era bien distinta. Jesse se había mantenido alejado de ella durante tres días. Sin duda, lo había hecho deliberadamente para volverla loca. ¡Pues no estaba funcionando!
«Sé muy bien que no es así», se dijo.
Jesse sonrió como si supiera lo que ella estaba pensando.
– Te he echado de menos-susurró.
– Estoy segura de ello -replicó Bella-. ¿Has venido para decirme que te has echado para atrás en lo de la cena? -le preguntó, sin muchas esperanzas.
– ¿Y por qué iba yo a hacer algo así cuando estoy decidido a llevarte donde tanto deseo verte? No. He venido para decirte que, si te parece bien, pasaré a recogerte a las siete.
– Oh, no tienes por qué hacer eso. Puedo reunirme contigo donde sea.
– ¿En nuestra primera cita oficial? -replicó él-. No lo creo. Te recogeré en tu casa.
– Bien -accedió ella-. Te escribiré mi dirección.
– Oh, ya sé dónde vives.
– ¿Qué? ¿Cómo? -preguntó. Entonces, recordó el contrato de arrendamiento.
– Hice todo lo posible por enterarme -respondió él. A continuación, se inclinó sobre ella por encima del mostrador y le plantó un rápido beso en la boca. Por último, le guiñó un ojo-. Bueno, nos vemos a las siete.
– De acuerdo. A las siete.
– ¡Excelente! Hasta luego.
Bella estaba completamente segura de que oyó cómo sus clientas suspiraban. O tal vez, había sido ella…
Jesse se dio la vuelta y les dedicó una deslumbrante sonrisa a las señoras que estaban en la tienda.
– Señoras…
Los suspiros velados comenzaron prácticamente en el momento en el que la puerta se cerró. Bella decidió no escuchar. En vez de eso, se enterró en su trabajo y trató de no pensar en la noche que le esperaba.
Jesse se marchó de la tienda de Bella y se dirigió a un pequeño café que había en una esquina cercana. El establecimiento contaba con una pequeña terraza desde la que se dominaba una hermosa vista de la playa, del muelle y de unos hombres que trabajaban para colgar un gran cartel en el que se leía Exhibición de surf: venid a ver a los campeones.
Lo de la exhibición había sido idea suya. Había decidido reunir a algunos de sus amigos para que todos pudieran divertirse en el océano. Al mismo tiempo, la exhibición supondría una importante publicidad para su empresa. Vendrían muchos turistas a la ciudad y gastarían mucho dinero en las tiendas.
No le gustaba admitirlo, pero echaba de menos la competición. La excitación de una reunión con expertos surfistas. No echaba de menos a la prensa o a los fotógrafos, aunque nada podía superar la excitación de una victoria.
Sonrió y se sentó en una de las mesas. Esperó a que una joven camarera llegara para atenderlo.
– Sólo un café, por favor -dijo Jesse.
– Por supuesto, señor King-respondió la chica muy dispuesta-. Va a participar usted en la exhibición de surf, ¿verdad^
– Así es.
– Es genial. ¡Me muero de ganas por verlos a todos en acción!
La joven rubia sonrió y se echó la coleta hacia atrás. Entonces, sacó pecho por sí él no se había dado cuenta.
Jesse asintió con indiferencia. Claro que se había dado cuenta, pero no le interesaba. No hacía mucho tiempo, habría comenzado a flirtear con aquella joven y se habría aprovechado del brillo que relucía en los ojos de la camarera. La única mujer que a él le interesaba tenía otra clase de brillo en los ojos, el de la batalla. Lo más extraño de todo era que aquella clase de brillo lo atraída más que el de la descarada rubia.
La camarera sonrió esperanzada y desapareció en el interior del café. Jesse se quedó solo, a excepción de unos cuantos desconocidos que también estaban sentados en el café. Notó que uno le dedicaba una mirada de interés, pero no le prestó atención. El lado negativo de la fama era que uno jamás podía estar solo.
– Bueno -dijo una voz profunda a sus espaldas-. Creo que deberíamos hablar.
Jesse giró la cabeza y vio que se trataba de Kevin, el amigo de Bella. El recién llegado rodeó la mesa y fue a sentarse en la silla que quedaba enfrente de la de Jesse. Antes de que él tuviera oportunidad de hablar, llegó la camarera con el café de Jesse.