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Bella sacudía la cabera. Simplemente no se lo podía creer. Jesse… era mucho más ecológico que ella.

La casa estaba diseñada para parecer una antigua vivienda de adobe de estilo español. Estaba rodeada por multitud de arbustos en flor y docenas de árboles. Sobre el tejado, había paneles solares. Unas amplias ventanas vigilaban el océano. Incluso la puerta principal tenía un aspecto rústico.

– No me lo puedo creer -susurró ella.

– ¿Sorprendida? ¿Tal vez incluso atónita?

Bella levantó el rostro para mirarlo. Jesse la había engañado muy bien porque él tenía que saber que ella jamás se habría creído que él era tan consciente de los asuntos medioambientales. Jesse tenía la fama de destruir y cambiar, pero era él quien tenía los felpudos de las puertas de yute.

Dios.

Estaba metida en un buen lío.

– Me has tendido una trampa.

– La trampa te la has tendido tú, Bella -replicó él riendo mientras le abría la puerta y le franqueaba el acceso a la casa-. Diste por sentado que lo sabías todo sobre mí y estuviste dispuesta a apostar al respecto.

– Pero tú me lo permitiste -replicó ella, entrando al interior de la casa. Dentro, resultaba aún más perfecta que fuera. Maldita sea.

– Sí, bueno, te lo permití.

– Me engañaste. Sabías que yo nunca esperaría algo así. Es decir, yo trato de hacer las cosas todo lo ecológicamente que puedo, pero esto es…

– ¿Por qué estás tan sorprendida?

– ¿Estás de broma? Tú eres el hombre que desgarró por completo el corazón del barrio comercial de la ciudad y le dio la personalidad de una piedra.

– Así son los negocios. Y, para que lo sepas, todos los materiales que utilizamos fueron verdes.

– ¿Por qué? ¿Por qué te importa tanto?

– Soy surfista, Bella. Por supuesto que me interesa el medio ambiente. Quiero océanos y aire limpios. Simplemente, no doy publicidad a lo que hago.

– No. Lo ocultas.

– Eso no es cierto. Si te hubieras molestado en investigarme un poro más, habrías encontrado bastante información. La Fundación «Salvemos las olas» es mía, King Beach la financia.

Bella necesitaba sentarse. Lo miró fijamente, sorprendida e impresionada. ¿Cómo iba a poder reconciliar su imagen del depredador empresarial con aquel lado tan inesperado de Jesse King? ¿Sería posible que se hubiera equivocado sobre él? Si lo había hecho, ¿en qué otras cosas se había creado una imagen falsa sobre él?

Miró a su alrededor. Suelos de bambú. Claraboyas en el techo que permitían que la luz de la luna iluminara el vestíbulo, lo que le daba a la casa entera un aspecto mágico. Estaba más que atónita. Se sentía encantada. Casi orgullosa. ¿Cómo podía ser tan ridícula?

Jesse la agarró por el brazo y la condujo por un largo y amplio pasillo.

– Vamos. Le he pedido al ama de llaves que sirva la cena en el jardín.

A ambos lados, las paredes encaladas estaban cubiertas de fotos familiares. Las miró de pasada, tratando de verlas todas. Sin embargo, le fue imponible. Había demasiadas.

– Ya te dije que tenía muchas más en casa. Te las mostraré todas después de cenar, si así lo deseas.

Cenar. Dado que él la había dejado completamente atónita, ella sería el postre. A menos que se echara atrás. Que huyera. Podía decirle que había cambiado de opinión. Seguramente se molestaría, pero no tenía ninguna duda de que la dejaría marchar.

– Estás pensando demasiado -dijo él.

– Me has dado muchas cosas sobre las que pensar

– Sabía que tú te quedarías atónita, pero no puedo evitar preguntarme por qué.

Salieron a un patio con el suelo de baldosas. Al verlo, Bella sintió que se quedaba sin aliento.

La luna llena lucía en el cielo y se reflejaba sobre el mar, creando un camino plateado que parecía conducir a algún lugar maravilloso. Las estrellas brillaban en un cielo casi negro y la brisa del mar se acercaba suavemente hasta ellos, como si quisiera acariciarles la piel. Había una pequeña mesa redonda puesta con un mantel de fino lino, delicada porcelana y reluciente cristal. En el centro, había una botella de vino y las llamas de las velas ardían bajo la protección de delicadas pantallas.

– Vaya…

– Estoy completamente de acuerdo.

Bella se volvió a mirarlo y comprobó que Jesse la estaba mirando a ella. ¿Era todo aquello parte de su juego, su rutina para encandilar a las mujeres o era algo más? ¿Algo sólo para ella?

Ese pensamiento resultaba de lo más peligroso.

– Esto es muy hermoso -susurró ella, muy impresionada.

– Lo es-replicó él. Se acercó a la mesa y sirvió una copa de vino para cada uno-. Encontré este lugar la última vez que estuve en Morgan. La posición es maravillosa, pero yo quería algo más ecológico. Por eso, decidí reformarla.

– Parece que te gusta mucho lo de reformar edificios.

– No puedo evitarlo. Soy un manitas -bromeó.

Bella sintió que el estómago le daba un vuelco. Entonces, se paró a pensar en lo que él le había dicho.

– ¿Compraste esta casa hace tres años?

– Sí -respondió él mientras se acercaba a Bella con las dos copas en las manos.

Ella aceptó la copa, dio un sorbo al vino y dijo:

– Entonces, estabas planeando desde siempre mudarte aquí.

– No siempre -dijo él-. En realidad, fue una reunión con una cierta mujer sobre una playa lo que me decidió a hacerlo.

Jesse conocía demasiado bien el arte de la seducción, las palabras exactas, los gestos adecuados. Bella sentía que se estaba rindiendo. Si hubiera tenido el más ligero retazo de sentido común, habría salido huyendo tan rápido como hubiera podido. Sin embargo, no quería hacerlo.

– ¿Por qué haces así las cosas?

– ¿Cómo? -preguntó él.

– Hablarme como si estuvieras tratando de seducirme.

– Eso es precisamente lo que estoy haciendo. No lo he guardado precisamente en secreto.

– ¿Por qué cumples con todas las reglas del juego? No tienes que halagarme ni flirtear conmigo. Ni ninguna de las cosas que haces normalmente para seducir a las mujeres. Ya sabes que yo también te deseo. Entonces, ¿por qué fingir que sientes por mí algo que no sientes?

Los rasgos de Jesse se quedaron completamente inmóviles. Bajo la luz de la luna, sus ojos azules relucían como si fueran de plata. Tensó la barbilla. La brisa le revolvía ligeramente el cabello.

– ¿Y quién dice que no lo siento?

Capítulo Ocho

Bella se volvió para mirarlo. Cuando su mirada se cruzó con la de él, sintió que todo su cuerpo vibraba silenciosamente. Jesse tenía una mirada salvaje en los ojos, que reflejaban pasión, deseo y algo más que ella no pudo identificar del todo. Sin embargo, fuera lo que fuera, Bella sintió que una emoción similar se despertaba en ella.

– ¿Qué es lo que quieres de mí, Jesse?

Jesse se acercó a ella y dejó la copa sobre la mesa. Entonces, colocó las dos manos sobre los hombros de Bella.

– Esta noche, sólo te deseo a ti y no quiero que sea porque he ganado esta estúpida apuesta -susurró. Deslizó las manos hasta el rostro de ella y se lo enmarcó delicadamente-. Deseo que vengas a mi dormitorio porque tú también lo desees. Porque los dos necesitamos estar allí.

Bella se dio cuenta de que Jesse le estaba dando la oportunidad de echarse atrás. Sin embargo, no iba a hacerlo. En el momento en el que supo que Jesse había regresado a Morgan Beach, había sido consciente de que iban a terminar así. Que, al final, terminarían juntos una vez más, aunque sólo fuera por una noche. Además, sí aquella noche iba a ser la única, estaba decidida a aprovecharla al máximo.

No iba a seguir escondiéndose de lo que sentía.