No iba a fingir que lo odiaba. No iba a seguir mintiéndose. La sencilla verdad era que se había enamorado de él tres años atrás, cuando los dos hablaban de sus pasados, de sus futuros y compartían una sorprendente pasión bajo la luz de la luna.
No había deseado enamorarse de él. No lo había esperado nunca. Llevaba tres años tratando de esconderse de la verdad tras una cortina de odio porque estaba segura de que aquel sentimiento no iba a ir a ninguna parte. Los hombres como Jesse King no sentaban la cabeza y, si la sentaban, no se casaban con mujeres como Bella. Por lo tanto, había sido mucho más fácil decirse que lo odiaba antes que enfrentarse al hecho de que amaba a un hombre que jamás podía tener.
Ya había terminado con eso. Lo amaba, aunque jamás se lo confesaría. Iba a pasar otra noche con él, aunque eso fuera lo único que pudiera obtener.
Levantó las manos, le rodeó el cuello con los brazos y se puso de puntillas.
– Yo quiero estar aquí, Jesse. Contigo.
– Gracias a Dios -susurró él mientras inclinaba la cabeza para besarle los labios.
Bella sintió que el pensamiento se le hacía pedazos cuando él le separó los labios con la lengua para profundizar el beso, robándole el poco aliento que le quedaba y compartiendo el suyo. La lengua acariciaba suavemente la de Bella, enredándose juntas en una danza que ella llevaba tres años echando de menos. Ella extendió las manos sobre la ancha espalda y lo estrechó con fuerza contra sí para poder darle todo lo que tenía y aceptar todo lo que él le ofrecía.
Jesse la abrazó con fuerza, apretándola contra él, con una necesidad tan fiera que le inflamaba la suya propia. La levantó con facilidad entre sus brazos, haciendo que Bella se sintiera como la heroína de una película romántica. Dejó que él la condujera hasta una escalera. No le importaba adonde la llevara, siempre y cuando comenzara a besarla muy pronto.
Cuando finalmente se detuvo y la dejó sobre el suelo, Bella miró a su alrededor, Estaban en el que suponía que era el dormitorio de Jesse. Una enorme cama de bambú ocupaba la mayor parte del espacio. Sobre la cama había una claraboya que permitía que la luz de la luna cayera directamente sobre un edredón blanco y negro que parecía hecho a mano. Además, había una docena de cojines apilados contra el cabecero. Las ventanas proporcionaban una bella imagen del mar y permitían que la suave brisa marina ventilara la estancia.
– ¿Te gusta? -le preguntó él.
– Claro que sí…
– Creo que también te gustará esto -dijo. Retiró el edredón y dejó al descubierto unas sábanas blancas-. Algodón reciclado.
Bella suspiró.
– Creo que acabo de tener un orgasmo.
Jesse se echó a reír.
– Todavía no, cielo, pero lo tendrás muy pronto. Te lo prometo.
– ¿Los King siempre mantienen sus promesas?
– Efectivamente.
Jesse la estrechó contra su cuerpo de un modo que le provocó temblores de excitación a Bella por todo el cuerpo. Sentía cada firme centímetro de su cuerpo, lo que provocó que se olvidara de todo lo demás. Su negocio, su rivalidad con él, todo… Bella no quería pensar. Sólo deseaba sentir.
Y Jesse estaba completamente dispuesto a satisfacerla. Su beso se fue volviendo más apasionado, más frenético. Era como si no pudiera cansarse de su sabor. Bella le deslizó las manos por la espalda una y otra vez, sintiendo cómo flexionaba y tensaba los músculos tonificados por años de natación en el mar que tanto amaba. Jesse tenía los brazos como bandas de hierro, que la estrechaban con fuerza. Cuando le agarró el trasero y la acercó aún más contra su cuerpo, ella sintió la inconfundible longitud del miembro viril que se erguía entre ellos.
Bella sintió que el cuerpo se le encendía. La temperatura comenzó a subirle mientras se humedecía y preparaba para él. Jesse pareció sentir lo que ella estaba experimentando porque le agarró el bajo de la camisa y le sacó ésta limpiamente por la cabeza. En cuestión de segundos, también le había despojado de la falda. Bella estaba de pie, delante de él, cubierta tan sólo por un sujetador de encaje blanco y unas braguitas del mismo color.
Le acarició el cuerpo, delineando sus curvas, cubriéndole los senos hasta que ella notó el calor de su piel a través de la delicada tela.
– Jesse…
– No me metas prisa -dijo él, con una sonrisa-. Llevo esperando demasiado tiempo esta oportunidad,
– No hay prisa, pero creo que las rodillas se me están deshaciendo.
– En ese caso, veamos lo que podemos hacer al respecto.
La condujo hacia la cama y la empujó ligeramente para que ella terminara cayendo sobre el colchón. Las sábanas eran suaves y tenían un tacto frío, mientras que las manos de Jesse, cálidas y firmes, no dejaban de acariciarla. Bella cerró los ojos para disfrutar más de las sensaciones. Estaba allí, en la cama de Jesse, dejando que él le acariciara. Sabía que, pasara lo que pasara entre ellos, nada podría arrebatarles la perfección de aquella noche.
Cuando sintió que Jesse se apartaba de ella, abrió los ojos y observó cómo él se desnudaba rápidamente. La luz de la luna iluminaba su cuerpo desnudo, lo que provocó que Bella pensara que jamás había visto nada tan hermoso. Sonrió.
– Acabo de recordar lo hermosa que estás a la luz de la luna -susurró él.
– Qué raro. Yo estaba pensando justamente lo mismo sobre ti.
– Los hombres no son hermosos, Bella.
– Tú sí.
– Ya hemos hablado bastante -le dijo Jesse. Entonces, se inclinó sobre ella,
En cuestión de segundos, le desabrochó el sujetador y le quitó las braguitas. Bella se retorció debajo de él, tratando de apretarse aún más contra él, de sentir cada centímetro de su cálido cuerpo.
Las manos de Jesse parecían estar en todas partes al mismo tiempo. Los senos, el vientre y la entrepierna de Bella vibraban bajos sus caricias. Unos hábiles dedos acariciaban el centro de su feminidad, haciendo que ella se retorciera de placer a medida que la necesidad se iba convirtiendo en una tormenta que amenazaba con engullirla.
Una y otra vez, Jesse la empujaba hacia la cima del placer, pero evitaba que ella la alcanzara. Bella levantó las caderas hacia él, pero Jesse bajó la cabeza y le tomó primero un pezón entre los labios, que aspiró ávidamente hacia el interior de la boca. Labios, lengua y dientes estimulaban un pezón ya muy erotizado, haciendo que Bella gimiera de placer y le arañara la espalda mientras se retorcía de gozo debajo de Jesse. Ella levantó las manos para hundírselas en el cabello e inmovilizarle así la cabeza para que no pudiera apartarla de sus senos.
– Jesse…
– Pronto -prometió él.
Tendría que serlo o Bella se moriría de deseo. Sintió que el cuerpo se le tensaba un poco más. Sabía que ya no podría aguantar mucho más.
– Te necesito… Dentro de mí… Jesse, por favor…
Él levantó la cabeza, la miró fijamente y dejó que Bella comprobara en sus ojos que estaba sintiendo la misma pasión. Ella sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho y que algo salvaje y maravilloso se le iba extendiendo por las venas. Había mucho más que simple deseo. Había un vínculo íntimo entre ellos. Bella lo sentía. Lo conocía. Lo reconocía.
Jesse la besó una vez más, hundiéndole la lengua profundamente en la boca. Siguió acariciándola con los dedos, torturándola mientras se le colocaba entre las piernas.
Bella levantó las caderas a modo de invitación silenciosa. Cuando Jesse interrumpió el beso y la miró, ella se sintió la mujer más hermosa sobre la faz de la tierra. La observaba con tal anhelo que hacía que ella se sintiera poderosa, fuerte, arrebatadora.
Jesse le separó un poco más las piernas y le deslizó las manos por el interior de los muslos hasta que ella contuvo el aliento y susurró con voz entrecortada:
– Jesse, por favor…
– Sí -musitó él, hundiendo su cuerpo en ella con un largo y sensual movimiento-. Ahora…