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Si él había creído que podría desaparecer así por las buenas, estaba muy equivocado.

Estaba a punto de averiguar lo que Bella pensaba de él.

Capítulo Diez

Una hora más tarde, Jesse frunció el ceño al oír que alguien llamaba a la puerta de su despacho. Antes de que pudiera dar su permiso para que quien ahí estuviera entrara. La puerta se abrió. Dave Michaels asomó la cabeza. Parecía preocupado.

– Jefe, hay un problema.

– ¿De qué se trata?

– Oh -dijo Bella. Empujó a Dave a un lado y entró en el despacho sin más preámbulos-. Hay más de un problema.

La expresión del rostro de Dave pasó de reflejar preocupación a pánico. Sin embargo, Jesse no se percató porque toda su atención se centraba en la furiosa mujer que acababa de entrar en su despacho. Los ojos de Bella brillaban como señales de peligro y su rostro estaba completamente tenso. Prácticamente vibraba de ira.

– Gracias, Dave -le dijo Jesse-. Puedes irte. Ya me ocupo yo.

Agradecido de verse relevado de la situación, Dave dio un paso atrás y cerró la puerta.

Jesse, por su parte, se puso de pie y se acercó a Bella. Al ver que trataba de tocarla, ella dio un paso atrás y levantó una mano para impedírselo.

– Ni siquiera te acerques a mí, canalla.

– Espera un minuto…

– Ha sido todo un juego, ¿verdad? -le espetó ella con frialdad.

– ¿De qué estás hablando?

– De esto -replicó ella. Se metió la mano en un bolsillo de la falda y se sacó un papel muy arrugado que le arrojó a la cara.

Jesse lo atrapó en el aire y lo examinó rápidamente. Entonces, sintió que el alma se le caía a los pies.

– ¿Qué diablos…?

– ¿Acaso no reconoces lo que tú mismo has ordenado? -se mofó ella-. En ese caso, permíteme que te lo explique. Se trata de una orden de desahucio en la que se me conceden tres semanas para abandonar mi local. El local del que tú eres dueño.

– Bella, tienes que saber que todo esto ha sido un error.

– No. No lo sé. Está todo ahí, escrito. Está todo muy claro.

– Yo no te estoy desahuciando.

– ¿De verdad? Pues parece que ese papel lo hace oficial. Mi contrato de alquiler termina dentro de tres semanas y tú me quieres fuera. Está todo muy claro -repitió.

– Yo no he ordenado esto…

Jesse se interrumpió. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. En silencio, maldijo a su asesor de asuntos económicos. Cuando compró el edificio en el que se encontraba el local de Bella a la familia del antiguo propietario, le dijo a su asesor que la dejara en paz hasta que terminara su contrato. Efectivamente, su contrato terminaba dentro de unas pocas semanas y, aparentemente, su asesor había hecho lo que él le había pedido, Jesse no había pensado en aquel maldito contrato desde hacía semanas. Debería haber prestado más atención.

– Está bien. Deja que te explique…

– No hay nada que me puedas decir que me explique esto.

– Te repito que esto es un error. Sí. Admito que la orden de desahucio fue redactada hace unos meses, pero le dije a mi asesor de asuntos económicos que no hiciera nada hasta que tu contrato estuviera a punto de…

– Enhorabuena. Ese hombre sigue tus órdenes a pies juntillas.

– Yo jamás tuve en mente desahuciarte, Bella. Quería tener la oportunidad de convencerte para que te unieras a mi empresa. Sólo… sólo se me olvido informar a mi asesor.

– ¿Que se te olvidó? -rugió ella, con una expresión horrorizada en el rostro-. ¿Se te olvidó decir a alguien que no debía desahuciarme?

– Sí, lo admito. Es así. Sin embargo, debo decir en mi defensa que en estas últimas semanas he estado muy ocupado, principalmente contigo.

– Entonces, es culpa mía, ¿no?

– Está bien, Bella. Tranquilízate. Podemos hablar de esto.

Una vez más, Jesse trató de acercarse a ella, pero Bella se lo impidió.

– Si me tocas, te juro que me defenderé. Y no lo haré pacíficamente.

A juzgar por la mirada que ella tenía en los ojos, Jesse la creyó. Un hombre sabio debía conocer cuando dar un paso atrás. Jesse se quedó inmóvil y la miró a los ojos.

– Te he dicho esto ya en un millón de ocasiones, pero te repito que es un error, Bella. No te puedes creer que yo quisiera echarte de tu propia tienda.

– ¿Por qué no puedo?

– Maldita sea, Bella… yo te aprecio.

– No te atragantes con las palabras.

Las cosas no iban bien. Se lo tendría que haber imaginado, pero había tenido tantos asuntos en el aire últimamente que no le había resultado fácil ocuparse de todo. Por supuesto, Bella no aceptaría esto como explicación y él no la culpaba por ello. Levantó una mano y se agarró el cabello con las dos manos, tirándose de él de pura frustración.

– Esto no tiene sentido. Piénsalo. Demonios, pero si acabas de acceder unirte a mi empresa. ¿Porqué iba a querer yo hacerte esto ahora?

– Eso tengo que admitir que fue un error. Allí has metido la pata -comentó ella, riendo sin alegría alguna-. Deberías haber conseguido que yo te firmara los papeles antes de enviar a tu lacayo con la orden de desahucio. Has metido la pata, señor depredador empresarial.

– ¿Ahora volvemos con ésas? Creía que ya lo habíamos dejado atrás. Que nos comprendíamos.

– Yo también creía muchas cosas. Pensaba que tú eras más de lo que parecías. Que tenías un corazón en alguna parte, pero parece que los dos cometemos errores.

– Bella…

Ella seguía muy enfadada con él y eso le preocupaba, sobre todo porque en sus ojos seguía reflejándose una expresión gélida que auguraba que ella no iba a escuchar nada de lo que él le dijera. Sin embargo, iba a intentarlo de todos modos.

Demonios… la apreciaba. Mucho. Tal vez algo más que eso. Tal vez incluso era amor. Tal vez se había enamorado de Bella y no se había dado cuenta hasta que era ya demasiado tarde.

Dios. Era un verdadero idiota. ¿De verdad iba a perderla justamente cuando se había dado cuenta de lo mucho que la necesitaba? Ni hablar. No iba a permitir que ella se marchara. Tenía que decírselo. Pronunciar las palabras que jamás le había dicho a nadie. Entonces, ella lo creería. Tendría que hacerlo.

– Bella, yo te amo.

Ella parpadeó y ahogó una carcajada.

– ¿Tan desesperado estás que tienes que sacar la artillería pesada?

No era la respuesta que él había esperado.

– Maldita sea. Lo digo en serio. Eres la única mujer a la que le he dicho algo así.

– Y, sólo por eso, yo debo creerte, ¿verdad?

– ¡Sí!

– Pues no te creo. ¿Por qué iba a creerte? Yo accedí a unirme a King Beach y tú desapareciste inmediatamente. Hace días que no te veo porque ya has conseguido lo que querías.

– No es eso. He estado pensando. Sobre nosotros. Sobre… nuestro futuro.

Bella lanzó un bufido. Y esa risotada triste que lo desgarraba por dentro.

– Nosotros no tenemos ningún futuro, Jesse. Jamás lo tuvimos. Lo único que hemos tenido siempre ha sido una noche en la playa hace tres años. Todo lo demás, no ha sido real. Estas últimas semanas, las que hemos compartido, han sido sólo una farsa.

– No es cierto.

– El romance, la seducción, el acto sexual, las risas… Todo. Tú jamás me has deseado. Sólo deseabas mi negocio. Todo ha sido un juego.

Jesse sintió vergüenza y odió la sensación que experimentó. Había temido aquel momento y había esperado poder evitarlo a toda costa. Daría cualquier cosa por poder decirle que estaba equivocada, pero sabía que no la ganaría mintiendo.

– Sí, así fue como empezó todo. Lo admito -dijo. Observó el dolor que se reflejó en los hermosos ojos de Bella. Se sintió como el canalla que ella le había dicho que era-. Oí que Nick Acona estaba interesado en tu negocio y…