Allí estaba Kevin con una rubia muy alta y muy guapa que se le pegaba como el envoltorio de plástico de un DVD. EL beso que compartían resultaba lo suficientemente apasionado como para que se le empañaran los cristales del escaparate. Se separaron de mala gana cuando oyeron que entraba Jesse.
La rubia lo mira y se echó a reír.
– Huy…
Kevin sonrió.
– No pasa nada, Trace. Jesse, ésta es mi novia, Traci Bennett. Traci, Jesse King.
La rubia lo miró y Jesse se dio cuenta de que la reconocía. Su rostro aparecía en cientos de anuncios. Era alta, hermosa e iba vestida con discreta elegancia, pero él sólo podía pensar en una mujer mucho más baja, mal vestida y con el cabello oscuro.
– Tú eres el ex surfista que ha estado arreglando todo esto -dijo Traci-. Buen trabajo. Me encanta lo que has hecho en esta ciudad.
– Gracias.
– Me alegro mucho de conocerte -insistió la rubia-, pero siento que nos hayas interrumpido el beso. He estado fuera cuatro semanas y he echado mucho de menos a Kevin.
– No hay problema -dijo Jesse-. Yo sólo necesito hablar con Kevin unos minutos, si no te importa.
– En absoluto -respondió ella. Limpió las manchas de carmín que le había dejado a Kevin en los labios y tomó su bolso antes de dirigirse hacia la puerta-. Dejaré que habléis. Te espero luego en mi casa, cariño…
– Por supuesto -dijo Kevin, con ojos brillantes.
– Vaya -comentó Jesse cuando ella se hubo marchado-, es cierto que tienes novia.
– Sí. ¿De qué querías hablarme? -le preguntó Kevin sin preámbulo alguno-. Pon el cartel de cerrado y vente conmigo a la trastienda.
Resultaba evidente que Bella ya le había contado todo a su amigo. Kevin se había puesto ya del lado de su amiga. Jesse aceptaría todo lo que él quisiera decirle. Se lo merecía, pero no se iba a marchar de allí sin saber dónde se encontraba Bella.
Jesse hizo lo que Kevin le pidió, además de echar la llave a la puerta y luego siguió a Kevin a lo que podría considerarse un pequeño almacén. Allí, había también un pequeño fregadero, un frigorífico y una mesa con dos sillas.
– Siéntate -le dijo Kevin-. ¿Te apetece una cerveza?
– Claro.
Cuando estuvieron los dos sentados, Kevin tomó un sorbo de su cerveza y preguntó:
– ¿Por qué estás buscando a Bella?
– ¿Que por qué? Pues porque tengo que hablar con ella.
– A mí me parece que vosotros ya os habéis dicho todo lo que os teníais que decir.
– Veo que te lo ha contado todo.
– Sí. Estuvo llorando.
– Maldita sea…
Jesse no había creído que pudiera sentirse peor de lo que se sentía en aquellos momentos, pero se había equivocado. Odiaba el hecho de que ella hubiera estado llorando y mucho más aún el saber que era él el causante de aquellas lágrimas.
– Ha dejado la tienda.
– Tú la has desahuciado.
– Eso no es cierto. Rompí la orden. Le dije que podía quedarse…
– ¿Y acaso tú crees que Bella podría quedarse después de todo lo ocurrido?
– No, claro que no. Bella tiene demasiado orgullo para eso. Y es muy testaruda, ¿Qué diablos quiere de mí?
– Me parece que nada.
Jesse tomó la botella entre las manos y sintió que la frialdad del cristal le llegaba muy dentro. Así era precisamente como se sentía sin Bella…
– Dejó la tienda. No está en su casa y, cuando la llamo al móvil, me salta inmediatamente el buzón de voz.
Kevin suspiró y le dio un trago a su cerveza.
– No quiere hablar contigo, hombre. Quiere que la dejes en paz.
– Eso no es cierto -replicó Jesse-. Sé que me ama.
– Te amaba.
– ¿Y ha dejado de hacerlo de la noche a la mañana?
– ¿Por qué has venido a verme si no quieres escuchar lo que te estoy diciendo?
– No he venido aquí para que me des consejo. He venido aquí para buscar a Bella.
– No está aquí.
– Sí. Eso ya lo veo. ¿Y dónde está?
– ¿Y por qué crees que yo te lo diría a ti? Le has roto el corazón.
Jesse hizo un gesto de dolor. No le había resultado fácil ir a ver al amigo de Bella, pero, tanto si quería admitirlo como si no, necesitaba ayuda. Tenía que encontrarla. Hablar con ella. Convencerla de que regresara junto a él. Si alguien sabía dónde estaba Bella, ése era Kevin.
– Tengo que hablar con ella.
– ¿Y qué le vas a decir?
– Todo.
– No te fue muy bien la última vez.
– No -admitió Jesse-, pero es que ella no me dio oportunidad. Fue a mi despacho, me echó la bronca y desapareció.
Kevin sonrió. Dio un trago a su cerveza y dijo:
– ¿Y qué vas a hacer al respecto?
– Aparentemente, voy a sentarme en la trastienda de la tienda de su mejor amigo para que éste me torture.
– Además de eso.
– Voy a encontrarla -le dijo Jesse mirándolo fijamente-. Aunque tú no me digas dónde está, yo la encontraré. Entonces, la ataré a una silla si es eso lo que tengo que hacer para asegurarme de que me escucha y le diré que me ama y que nos vamos a casar.
– Creo que me gustaría verlo.
– Estás disfrutando mucho con esto, ¿verdad?
– No tanto como había pensado -replicó Kevin-. Ya te dije en una ocasión que Bella es como un miembro de mi familia para mí. Le has hecho mucho daño en dos ocasiones, pero estoy dispuesto a darte otra oportunidad porque sé que ella está loca por ti.
La esperanza prendió en el pecho de Jesse.
– No obstante -prosiguió Kevin-, te advierto una cosa. Si le vuelves a hacer daño, yo encontraré el modo de hacértelo a ti.
– Comprendido.
Kevin lo estudió durante un largo instante. Luego asintió y dijo:
– Muy bien. Se ha estado alojando en mi casa, pero regresó a la suya esta misma mañana.
– Gracias.
Jesse se puso de pie y se dirigió a toda velocidad a la puerta principal.
Una hora más larde. Bella estaba acurrucada en el salón. Sentía mucha pena de sí misma.
Cuando alguien llamó a la puerta, levantó la cabeza como movida por un resorte. Sin ni siquiera mirar por la ventana, sabía perfectamente que se trataba de Jesse. Parecía capaz de sentir su presencia.
A pesar de que no le apetecía verlo, sabía que no podía ocultarse de él eternamente. Había tenido un par de días para llorar y desahogarse. Había llegada el momento de volver a retomar las riendas de su vida. Aquélla era su casa, su ciudad. No iba a dejarlo todo porque hubiera cometido el error de enamorarse de un hombre que era incapaz de corresponderla.
Se secó las lágrimas y se miró en el espejo más cercano. Estaba muy despeinada, iba sin maquillar y parecía exactamente lo que era: una mujer que se había pasado demasiado tiempo llorando.
Jesse volvió a llamar, aquella vez con más fuerza. Bella se armó de valor y abrió la puerta. Al verlo, el corazón le dio un vuelvo. Era tan guapo y lo había echado tanto de menos…
– Bella-susurró él, con una sonrisa de alivio-. Gracias a Dios. Llevo días buscándote.
– ¿Qué es lo que quieres, Jesse? -le preguntó ella, colocándose junto a la puerta de tal modo que pudiera impedirle el acceso con facilidad si hacía ademán de entrar.
– Quiero hablarte de muchas cosas, pero vamos a empezar con esto -le dijo entregándole un montón de papeles.
Bella suspiró, los tomó y los examinó. Se trataba de una escritura.
– ¿Qué es esto?
– Es la escritura del edificio, Bella. Quiero que la tengas tú. Haz lo quieras con él. Amplía tu negocio o ciérralo. Es tuyo. Sin ataduras.
– ¿Es que no lo entiendes, Jesse? Yo no quiero esto. No quiero nada tuyo -replicó. Arrojó la escritura por encima de la cabeza de él. Tras aletear unos segundos en el viento, fue a caer sobre el césped-. Ahora, por favor, te ruego que te marches.