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Cerró la puerta y trató de no recordar la sorpresa que se le había reflejado en la mirada. Entonces, se apoyó sobre la puerta y volvió a llorar. Había pensado que ya había llorado más que suficiente, pero, aparentemente, aún le quedaban lágrimas.

Jesse no lo comprendía. Aquello no tenía nada que ver con su tienda, con su negocio ni con King Beach, sino con ellos. Tenía que ver con lo mucho que lo amaba y lo mucho que se había equivocado con él.

– Bella -dijo él, desde el otro lado de la puerta-, no me hagas esto…

Ella contuvo el aliento, cerró los ojos y esperó a que él se marchara. Por fin, oyó unos pasos que se alejaban. Cuando ya no oyó nada más, se sentó lentamente en el suelo, se agarró las rodillas y permaneció allí en silencio. Había hecho lo que debía. Estaba segura de ello. Tenía que ser fuerte. No podía permitir que él volviera a hacerle daño. En aquellos momentos, Jesse estaba reaccionando mal porque, según él mismo le había dicho, los King nunca pierden. Poco a poco, terminaría por darse cuenta de que debía dejarla en paz.

Sin embargo, a la mañana siguiente muy temprano, Jesse volvió a llamar a su puerta.

– ¡Bella! ¡Bella! ¡Abre La puerta! ¡Deja que hable contigo, maldita sea!

Ella se levantó de la cama en medio de la penumbra. Estaba amaneciendo. Había decidido que no le abriría la puerta si regresaba, pero no había contado con que él gritaría tan alto su nombre. Si no abría la puerta, la señora Clayton llamaría a la policía en pocos minutos.

Se puso una bata y abrió la puerta. Al mirar a Jesse, le pareció que él no había dormido en toda la noche, tenía el cabello alborotado, como si hubiera estado mesándoselo toda la noche. Tenía la camisa arrugada y la barba ya había comenzado a ensombrecerle el rostro. Tenía un café en cada mano.

– Te he traído café.

Bella suspiró y tomó uno. Jesse conocía bien su debilidad, pero eso no significaba nada. Tampoco el hecho de que ella hubiera aceptado el café.

– Jesse, tienes que dejar de hacer esto.

– No. No pararé nunca, al menos hasta que me hayas escuchado.

Bella volvió a suspirar

– Está bien, habla.

– ¿No puedo entrar?

– No.

– Está bien. No me quieres en tu casa, por lo que te diré lo que te tengo que decir aquí mismo. Bella, te amo -afirmó mirándola a los ojos.

– Jesse, no…

– Es cierto. Mira, sé que lo he fastidiado todo. Sé que estás herida y enojada. Tienes todo el derecho del mundo a estarlo, pero maldita sea, Bella, yo no me había sentido nunca antes de este modo. Tal vez por eso lo estoy estropeando todo tanto. Todo es nuevo para mí. Tú eres nueva para mí, pero eso no hace que lo que siento sea menos auténtico. Te amo, Bella. De verdad.

Bella sintió que se le hacía un nudo en la garganta. No quería llorar delante de él, pero los ojos se le estaban llenando de lágrimas. Si no cerraba la puerta rápidamente, eso era exactamente lo que iba a ocurrir, la humillación sería completa.

– ¿Cómo puedo creerte, Jesse? Me has estado mintiendo desde el principio.

– Lo sé y lo siento. Lo siento más de lo que te imaginas. Como te he dicho, sé que he cometido errores, pero amarte no es uno de ellos, Bella. Tienes que creerme. Tienes que saber que lo que siento es de verdad. Quiero casarme contigo… Vaya-añadió, con una ligera sonrisa-. Jamás pensé que me oiría pronunciar esas palabras.

Ella se echó a temblar y se esforzó un poco más en contener las lágrimas.

– Basta, por favor…

– No. No pararé nunca. Eres mi alma, Bella. Eres la pieza que siempre me ha faltado. Diablos, ni siquiera sabía que estaba incompleto hasta que te conocí a ti -susurró. Extendió una mano y la deslizó por la puerta hasta encontrarse con la de ella-. No puedo perderte ahora. No quiero volver a estar solo. Tú eras mi mujer misteriosa, Bella. Ahora veo que el único misterio es cómo he conseguido vivir sin ti toda la vida. Dame la oportunidad de compensarte, por favor. Danos a los dos esa oportunidad.

Ella lo miró a los ojos. Quería creer aquellas palabras, pero le costaba hasta intentarlo.

– Ojalá pudiera creerte, pero no puedo.

Entonces, cerró la puerta y permitió por fin que las lágrimas le rodaran por las mejillas.

Aquella noche, ya muy tarde, Jesse musitó una maldición cuando los cielos se abrieron sobre él. Nunca en toda su vida había tenido que esforzarse tanto para conseguir algo. Todo le había resultado fácil. Todo lo había conseguido con facilidad. Hasta aquel momento.

En aquellos momentos, todo dependía de que pudiera convencer a una mujer, a la mujer más importante de su vida. Y no estaba dispuesto a perder.

¿Que ella era testaruda? Él lo era más.

Si Bella creía que se iba a rendir tan fácilmente, le aguardaba una gran sorpresa.

Se empapó por completo en cuanto salió del coche. Estaba lloviendo a cántaros. Entonces, miró a las casas que flanqueaban la de Bella y vio que estaban a oscuras. Kevin estaba seguramente con Traci y la señora Clayton estaría durmiendo. No lo vería nadie. Entonces, centró su atención en el dormitorio de Bella. Ella estaría allí, acurrucada bajo las mantas. Sola.

No por mucho tiempo.

Se apartó el cabello mojado del rostro y se dirigió directamente hacia la ventana. Estaba harto de intentarlo por la puerta principal. De pedirle que lo dejara entrar. Bella iba a tener que escucharlo. Iba a tener que creerlo. Jesse no se iba a marchar hasta que consiguiera que ella lo creyera.

Sonrió y abrió la ventana. Se alegraba de que no estuviera cerrada con llave. La última vez que estuvo en casa de Bella, se dio cuenta de que el pestillo estaba defectuoso y había decidido cambiárselo. Se alegraba de no haberlo hecho.

El marco de madera crujió un poco. Se detuvo para asegurarse de que nadie se había percatado de su presencia. Vio que se había encendido una luz en la casa de la señora Clayton. Si se asomaba y lo veía entrando en casa de Bella por la ventana, llamaría a la policía inmediatamente.

No tenía tiempo que perder.

Al entrar, se golpeó la espinilla con el marco. Ahogó un grito de dolor, pero Bella se rebulló un poco bajo las mantas. Se dio la vuelta y la suave luz de la calle le iluminó el rostro. Jesse sintió que el corazón se le detenía un instante. La amaba más de lo que nunca hubiera creído posible que se pudiera amar a alguien.

Con sigilo, se dirigió hacia la cama. Se quitó la chaqueta y la arrojó al suelo. Entonces, sacudió la cabeza y le susurró:

– Bella, Bella. Despiértate.

Ella se desperezó con un lánguido movimiento. Abrió los ojos y lo miró atónita. Entonces parpadeó rápidamente y dijo:

– ¿Jesse?

– ¿Acaso esperabas a alguien más?

– No, pero tampoco te esperaba a ti -le espetó. Jesse extendió una mano y la estrechó contra su cuerpo-. Pero si estás empapado…

– Está lloviendo.

– ¿Cómo has entrado aquí?

– Por la ventana. Tienes que arreglar esa cerradura.

– Eso parece.

– Mira, Bella. La señora Clayton podría haberme visto entrar aquí, así que tenemos que hablar más rápido, porque, si me ha visto, probablemente habrá llamado a la policía.

– ¡Por el amor de Dios!

– ¿Ves lo que estoy dispuesto a hacer por ti? Seguramente me van a arrestar, por lo que ahora me tienes que escuchar.

– Jesse, estás loco…

– Probablemente.

– ¿Por qué estás haciendo todo esto? ¿Por qué no haces más que intentarlo?

– Porque mereces la pena.

– Jesse, quiero creerte. De verdad que lo deseo.

– Porque me amas. ¿Por qué no lo admites? -le preguntó él mientras le acariciaba suavemente los pómulos con los pulgares.

Bella cerró los ojos. Una única lágrima se le deslizó por debajo de un párpado. Jesse se la secó con un beso.

– No puedo. Si lo hago, volverás a romperme el corazón.