– ¿Qué te resulta tan divertido? -preguntó él frunciendo el ceño.
– Oh, nada -respondió mientras apoyaba las manos sobre el cristal de la vitrina-. Simplemente, mis trajes de baño están manufacturados por mujeres locales a partir de tejidos orgánicos y los suyos los cosen niños encorvados sobre sucias mesas de talleres clandestinos.
– Yo no tengo talleres clandestinos -le espetó él.
– ¿Está seguro?
– Sí, claro que lo estoy. Y no he venido a esta ciudad para saquear y quemar.
– Ha cambiado el aspecto del centro de esta ciudad en menos de un año.
– Y las ventas al por menor han subido un veintidós por ciento. Sí, claro, deberían fusilarme.
Bella estaba a punto de explotar
– En esta vida hay algo más que los beneficios.
– Sí. Está el surf. Y el sexo de calidad -replicó él con una sonrisa.
Bella jamás dejaría que supiera lo mucho que la afectaban aquella sonrisa y los encantadores hoyuelos, como tampoco la mención al sexo. A Jesse King no le costaba encontrar mujeres. Había aprendido la lección tres años atrás, cuando ella se convirtió en una de sus admiradoras.
La World Surf se había celebrado en la ciudad y Morgan Beach llevaba una semana de celebraciones. Una noche, Bella estaba en el muelle cuando Jesse King se le acercó. En aquella ocasión, también le había sonreído. Y había flirteado con ella. La besó a la luz de la luna y la llevó al pequeño bar que había al final del muelle. Allí, ambos tomaron demasiadas Margaritas.
Admitía que se había sentido halagada por las atenciones que le dedicó. Era guapo. Famoso. Además, le había parecido que, bajo tanta sofisticación, había un buen chico.
Aquella noche, pasearon por la arena hasta que el muelle y la playa quedaron muy atrás. Entonces, se quedaron de pie frente al océano y observaron la luna llena sobre las olas.
Cuando Jesse la besó. Bella se dejó capturar por la magia del momento y por la delirante sensación de sentirse deseada. Hicieron el amor sobre la arena, con la brisa del mar refrescándoles la piel y el pulso del océano como música de fondo.
Bella creyó alcanzar las estrellas, pero al día siguiente, él se marchó, bajo la dura luz del día. Había querido hablar con él sobre lo ocurrido, pero Jesse se limitó a decirle que se alegraba de verla y pasó a su lado sin decir nada más. Bella se quedó tan sorprendida que no pudo ni gritarle.
Volvió a mirarlo fijamente en el interior de su tienda. Sin poder evitarlo, recordó cada minuto de la noche que pasaron juntos y la humillación que había sentido al día siguiente. Pero ni siquiera eso borró los maravillosos recuerdos que tenía de haber estado entre sus brazos.
No le gustaba saber que una noche con Jesse le había cerrado la puerta con otros hombres, pero mucho menos le agradaba que él siguiera sin recordarla. Pero, ¿por qué iba a hacerlo?
No volvería a caer en el mismo error. Todo el mundo cometía equivocaciones, pero sólo los idiotas tropezaban sobre la misma piedra una y otra vez. Respiró profundamente y dijo:
– Mire, no hay razón para seguir discutiendo. Usted ya ha ganado y yo tengo un negocio del que ocuparme. Por lo tanto, si no ha venido aquí para decirme que se va a deshacer de mí, tengo que volver a mí trabajo.
– ¿Deshacerme de ti? ¿Y por qué iba a hacer eso?
– Es el dueño del edificio y yo he intentado librarme de usted desde hace unos meses.
– Sí-dijo él-, pero como ya has señalado, yo he ganado esa batalla. ¿De qué me serviría echarte?
– Entonces, ¿por qué está aquí?
– Para informarte de la próxima reforma de esta tienda.
– Bien. Ya lo sé. Muchas gracias. Adiós.
Jesse volvió a sonreír, lo que le provocó un vuelto en el estómago.
– ¿Sabes una cosa? Cuando una mujer no me tiene simpatía, tengo que descubrir por qué.
– Ya le he dicho por qué.
– Hay mucho más de lo que me has dicho -afirmó mirándola fijamente-. Y lo averiguaré.
Capítulo Dos
Jesse no comprendía por qué estaba aún pensando en Bella. Por qué el aroma que emanaba de su cuerpo todavía lo perseguía. Por qué una mujer mal vestida con unos ojos mágicos seguía turbándolo horas más tarde.
– Según nuestros datos, los artículos de playa de las mujeres se venden dos veces más que los de los hombres -dijo Dave.
Jesse interrumpió sus pensamientos y se reclinó sobre la butaca de su escritorio.
– Dave, ya le lo he dicho. No tengo ningún interés en las mujeres, al menos en lo que se refiere a lo que se vende en mis tiendas -añadió con una sonrisa,
– Pues te estás perdiendo un filón -se apresuró a decirle Dave, que era calvo y bajito-. Sí pudieras dedicarme un minuto de tu tiempo, podría demostrarte a lo que me refiero.
Dave Michaels era el director de ventas de King Beach y siempre estaba tratando de convencerlo para que pensara en la diversificación. Sin embargo, Jesse tenía una política muy firme; sólo vendía productos que conociera y utilizara personalmente. Como miembro de la familia King, había aprendido muy pronto que el éxito se basaba en adorar lo que uno hace. En conocer el negocio mejor que nadie, A pesar de que sabía que Dave no iba a hacerle cambiar de opinión, sabía también que no se rendiría hasta que hubiera tenido oportunidad de explicarse.
– Está bien, tú dirás-dijo Jesse.
Se puso de pie porque odiaba verse atrapado tras un escritorio. Aunque era una elegante y ligera combinación de cromo y cristal, el mueble siempre le recordaba a su padre, atrincherado tras un enorme escritorio y diciéndoles a sus hijos que se fueran a jugar porque él estaba demasiado ocupado para hacerlo con ellos.
Molesto por esos recuerdos, comenzó a recorrer su despacho. Contempló con gesto ausente las estanterías, repletas de los trofeos que había ganado a lo largo de los años. De las paredes colgaban fotos enmarcadas de él compitiendo, de sus playas favoritas y retratos de su familia. Su tabla de la suerte estaba en un rincón y desde las ventanas que había detrás de su escritorio se dominaba una hermosa vista de la calle principal de la ciudad y del océano a sus espaldas.
Como si necesitara esa unión con el océano que tanto amaba, Jesse se acercó a las ventanas y fijó la mirada en el agua. La luz del sol se reflejaba en el mar e iluminaba a los afortunados que estaban esperando la siguiente ola subidos en sus tablas. Allí era donde él debería estar. Se preguntó cómo había pasado a los despachos, terminando exactamente como su padre.
Sus hermanos seguramente se estaban riendo a carcajadas con sólo pensarlo.
– Aquí en la ciudad hay una tienda con la clase de productos que nosotros deberíamos estar vendiendo -decía Dave.
Jesse casi no lo oía. Estaba dispuesto a hacer el trabajo que se había creado para sí mismo, pero eso no significaba que fuera lo que más le gustara de su vida. Al contrario que el resto de su familia, Jesse se consideraba el polo opuesto a un King. Le gustaba el dinero, pero no vivía para trabajar. El trabajo era sólo eso: trabajo, y le permitía hacer lo que quería. Disfrutar de la vida. Surfear. Salir con hermosas mujeres. No iba a terminar como su padre, un hombre que lo había dedicado todo a la familia King y que jamás había vivido.
– Si quisieras mirar estas fotografías, estoy seguro de que comprenderías que los productos de esa mujer serían un complemento perfecto para King Beach.
– ¿Los productos de esa mujer?
– Sé que no quieres añadir artículos femeninos a la línea, pero si quisieras echarles un vistazo…
Jesse lanzó una carcajada.
– No te rindes nunca, ¿verdad, Dave?
– Nunca cuando sé que tengo razón.
– Deberías haber sido un King -de mala gana, tomó las fotografías que le estaba ofreciendo. Cuanto antes terminara de trabajar, antes podría estar bajo la luz del sol-. ¿Qué es lo que estoy viendo aquí? -añadió mientras ojeaba las fotografías en color que Dave le había dado. Bañadores. Biquinis. Vestidos de playa. Todo era muy bonito, pero no comprendía la emoción de Dave.