– Estos trajes de baño -dijo Dave- son cada vez más populares. Están manufacturados con tejidos ecológicos y las mujeres que los compran aseguran que no hay nada igual.
De repente, Jesse tuvo un mal presentimiento.
– El mes pasado, hubo una reseña en la revista del dominical y, por lo que me están contando, sus ventas suben como la espuma.
Oh, sí. El presentimiento se iba haciendo cada vez peor. Estudió las fotos más cuidadosamente y vio que algunos trajes de baño le resultaban familiares. De hecho, había visto algunos colgados de una pared de una destartalada tienda de la calle principal aquella misma mañana.
– ¿Estás hablando de una tienda que se llama Bella’s Beachwear?
– ¡Sí! -exclamó Dave con una sonrisa mientras señalaba una fotografía-. Mi esposa se compró ese biquini rojo cereza la semana pagada. Me ha dicho que es el más cómodo y que mejor le ha sentado de todos los que se ha comprado en su vida. Me preguntó por qué nosotros no ofrecemos este tipo de cosas.
– Me alegro mucho de que tu mujer esté contenta con sus compras.
– No se trata sólo de mi mujer-lo interrumpió Dave con los ojos brillándole de entusiasmo-. Desde que trasladamos el negocio a Morgan Beach, de lo único que he oído hablar ha sido de Bella Cruz. Sé que hay mujeres que vienen aquí desde muy lejos para comprar sus trajes de baño. Uno de nuestros chicos de contabilidad hizo una proyección. Si uniéramos nuestra línea a la suya, el negocio de esa mujer subiría como la espuma. Por supuesto, no hay ni siquiera que decir lo mucho que su línea influiría en las ventas de King Beach.
Jesse sacudió la cabeza. Aunque apreciaba la importancia de los márgenes de beneficio más altos, tenía su propio plan para su negocio. Cuando decidiera acometer las prendas femeninas, lo haría a su modo.
– Bella Cruz se ha hecho cargo de una parte del negocio que nunca antes se había tocado. La hemos investigado un poco y ha tenido ofertas de otras empresas muy importantes para absorber su negocio, pero ella los ha rechazado a todos.
Jesse se sintió intrigado. Se apoyó sobre su escritorio y cruzó los brazos bajo el pecho.
– Explícate.
– La mayoría de los trajes de baño de este país y, en realidad, de todo el mundo, están diseñados y creados para la llamada mujer «ideal». Una mujer delgada.
Jesse sonrió. Mujeres delgadas con biquinis. ¿Cómo no iba a sonreír? Aunque, en realidad, él prefería que sus mujeres tuvieran un poco más de carne.
Como si pudiera leerle el pensamiento a Jesse, Dave dijo:
– La mayoría de las mujeres de Estados Unidos no encajan con ese estereotipo. Afortunadamente, tienen curvas. Comen algo más que una hopa de lechuga. Y gracias a la mayoría de los diseñadores, sus necesidades se ignoran completamente.
– ¿Sabes una cosa, Dave? A mí me gustan las mujeres con curvas como al que más-dijo Jesse-, pero no todas las mujeres deberían llevar biquini. Si Bella quiere vender a las mujeres que probablemente ni siquiera deberían ponerse biquini, que lo haga. No es para nosotros.
Dave sonrió. Entonces, se metió la mano en el bolsillo para sacarse otra fotografía.
– Me había imaginado que ésa sería tu reacción. Por eso, he venido preparado. Mira esto.
Jesse lomó la fotografía y frunció el ceño.
– Pero si ésta es tu esposa.
– Sí. Normalmente, Connie prohíbe las cámaras de fotos cuando vamos a nadar. Desde que se compró ese biquini, no hace más que posar.
Jesse entendía por qué, Connie Michaels había dado a luz a tres hijos en seis años. No estaba delgada, pero tampoco gorda y, con ese biquini, tenía un aspecto fantástico.
– Está muy guapa -musitó.
Inmediatamente, Dave le quitó la foto de la mano.
– Sí. Eso creo yo. Lo que en realidad quería decir es que si los trajes de baño de Bella le sientan tan bien a una mujer de tamaño normal, a las delgadas le sentarán también estupendamente. Te aseguro que esto es algo en lo que deberías pensar.
– Bien. Lo pensaré -respondió Jesse, más que nada para que Dave dejara de hablar del tema.
– Sus ventas no hacen más que crecer y creo que esa mujer sería un miembro muy valioso de nuestra empresa.
Jesse recordó el gesto que se había dibujado en el rostro de Bella aquella mañana durante su conversación. Sí. Ya había rechazado ofertas de otras empresas. Se imaginaba lo contenta que se pondría cuando él se ofreciera a comprarle su negocio. Diablos. Probablemente sería capaz de atropellarlo con el coche. No iba a ser necesario.
– Nosotros no vendemos prendas femeninas.
– Se dice que Pipeline está empezando a tantearla.
– ¿Pipeline? -repitió Jesse. Era su mayor competidor. Nick Acona era el dueño, y entre Jesse y él siempre había existido una tremenda rivalidad. Si Nick estaba interesado en Bella… Eso bastaba para que Jesse también se sintiera interesado.
– Él dice que el modo de incrementar las ventas es a través de las mujeres -le dijo Dave.
Jesse lo miró atentamente. Sabía lo que Dave estaba tramando. Y estaba funcionando.
– Lo consideraré.
– Pero…
– Dave, ¿te gusta tu trabajo?
Dave sonrió. Había escuchado antes esa amenaza y no le daba mucho crédito,
– Claro que sí.
– Bien. Pues sigamos así.
– Está bien -replicó Dave. Comenzó a recoger sus fotos y sus notas. Entonces, se dirigió hacia la puerta-, pero me has dicho que lo iba a pensar.
– Y lo haré.
La verdad era que sabía que debería acometer las prendas femeninas. Simplemente, no había encontrado nada en lo que creyera. Hasta aquel momento. El desafío sería convencer a Bella para que se uniera a ellos antes de que Pipeline le echara el anzuelo.
Cuando Dave se marchó, algo le llamó la atención. Se inclinó para recoger algo del suelo y vio que se trataba de una fotografía que debía de habérsele caído. Era de un biquini verde mar, con finas cintas en el sujetador y anillos plateados en las caderas. Sin poder evitarlo, trató de imaginarse a Bella con él, pero no pudo conseguirlo y eso le resultaba muy irritante. Siempre iba con ropa con la que tratara deliberadamente de ocultar su figura.
Sonrió y dejó la fotografía en el escritorio. Entonces, se dio la vuelta y se puso a mirar por la ventana para observar la tienda de Bella. Parecía imposible dejar de pensar en ella. No hacía más que recordar el brillo acerado de sus ojos, como si estuviera dispuesta a entrar en batalla. Aunque fuera vestida como una refugiada, había algo en ella que…
No. Bella Cruz no le interesaba en absoluto. Sin embargo, sí le interesaba cierta mujer de Morgan Beach. La que estaba buscando. Su mujer misteriosa.
Miró fijamente el mar y pensó en una noche de tres años atrás. No recordaba mucho sobre esa noche ni sobre ella. Aquel día, había ganado una competición muy importante y llevaba todo el día de celebración. Entonces, se encontró con ella, Un poco más de celebración y, por fin, sexo en la playa. Una experiencia sexual completamente sorprendente. Arrebatadora.
No había podido olvidar nunca a aquella mujer. No podía recordar su rostro, pero conocía el fuego de sus caricias. No recordaba el sonido de su voz, pero sí el sabor de sus labios.
Había sido algo más que las olas lo que lo había llevado a Morgan Beach. Su mujer misteriosa seguía allí. Al menos, eso esperaba. Existía la posibilidad de que sólo hubiera estado en Morgan Beach para la competición, pero le gustaba pensar que ella vivía allí. Que, tarde o temprano, volvería a encontrarse con ella y, cuando la tuviera entre sus brazos, no la dejaría escapar.
Afortunadamente, su teléfono comenzó a sonar silenciando así sus pensamientos.
– King.
– Jesse, soy Tom Harold. Sólo te llamo para comprobar lo de la sesión de fotos que tenemos programada para mañana.