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– Evidentemente, me está volviendo loca.

– No hay nada malo en un poco de locura -dijo Kevin.

– Resulta fácil decirlo cuando tú no eres la idiota en cuestión -musitó Bella. Se inclinó sobre una vitrina de cristal para examinar un nuevo par de pendientes-. ¿Son de turquesa?

– Dios, eres una plebeya -comentó él, riendo-. No, querida mía. Es lapislázuli. Es muy antiguo. Esa piedra era muy popular en los tiempos de los emperadores y los faraones.

– ¿Sabes una cosa? -le dijo ella con una sonrisa-. Si no hubiera conocido a tu novia, pensaría que eras homosexual.

– Los heterosexuales también saben mucho de joyas. Tu surfista compró un maravillo collar de esmeraldas, ¿te acuerdas?

Bella sintió un aguijonazo. ¿Para quién lo habría comprado? Esa mujer tenía que ser muy importante para él. No se compraban esmeraldas para una aventura casual.

– Ah, sí, el señor Considerado. Me pregunto quién de entre sus esclavas se queda con las esmeraldas -musitó Bella.

– Cielo, me estás pareciendo una esposa celosa.

Ella levantó inmediatamente el rostro y lo miró con dureza.

– Te aseguro que no lo soy.

– Pues yo creo que sí.

– No estoy celosa. Simplemente, irritada.

– Y lo ocultas muy bien. Bueno, entonces, él ya se ha enterado de lo de hace tres años.

– Sí, y tuvo la cara de decirme que le debería haber dicho antes quién era yo.

– ¡Qué idiota! ¿Cómo se atreve a utilizar la lógica?

– Qué gracioso -replicó Bella-. Esto no tiene nada que ver con la lógica. Se mostró completamente insultante.

– ¿Insultante? Vamos, Bella. Dale a ese pobre hombre un respiro. Te dijo que se acordaba de aquella noche. Que se acordaba de ti. ¿Por qué es eso insultante? Ah, te ruego que me hables despacio. No te olvides que tengo un cromosoma Y.

– Resulta insultante porque se acordaba del sexo, pero no de mí.

– Pues claro. Las mujeres siempre hacéis que estas cosas sean más difíciles de lo que tienen que ser. El se acordaba del sexo por ti. Por lo tanto, se acordaba también de ti.

– ¿Es obligatorio que los hombres os apoyéis siempre los unos a los otros?

– Contra las mujeres, sí -admitió Kevin-. Yo adoro a las mujeres, pero podéis conseguir que un hombre envejezca antes de tiempo.

– Kevin, ¿podrías ser mi amigo y no el hermano de armas de Jesse? ¿Es que no lo entiendes? Por lo que a él respecta, yo podría haber sido cualquiera.

– Soy tu mejor amigo y por eso te estoy diciendo la verdad a pesar de que tú no deseas escucharla. No fuiste cualquiera para él. Fuiste tú. Se acordaba de ti. Déjate de monsergas.

– No me puedo creer que sigas de su lado.

– La pregunta es, en realidad, por qué estás tú en contra de él. A mí me parece que estás obsesionada con Jesse.

– Eso no es cierto, Además, no lo entiendo. Tú solías apoyarme contra él. ¿No fuiste tú el que me ayudó a organizar la marcha de protesta contra las absorciones de empresas en Morgan Beach?

– Tú eres la única que sigue teniendo un problema con él.

– Bien. Loba solitaria. Esa soy yo.

La campaba de la puerta sonó. Kevin le sonrió.

– Volveré en un segundo, señora Loba. Tengo un cliente. Échales un vistazo a los nuevos pendientes de plata. Señora Latimer -dijo Kevin, dirigiéndose a la alta y elegante mujer que acababa de entrar en la tienda-, tengo unos jades que le van a encantar.

– Las cosas están muy feas cuando ni siquiera tu mejor amigo está de tu lado -murmuró Bella. Se dirigió a la vitrina donde Kevin guardaba la plata. La examinó, deslizando el dedo sobre el frío cristal-. Jade, esmeraldas, diamantes…

– ¿Cuál te gusta más?

Bella se quedó boquiabierta.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

Jesse sonrió. Con un dedo, la ayudó a cerrar la bota.

– He regresado para ver si Kevin tiene unos pendientes a juego con el collar que me llevé hace un par de semanas.

– Ah, sí, las esmeraldas -dijo. ¿Había sonado melancólica? Esperaba que no.

– ¿Tienes algo en su contra?

– En absoluto. Sólo espero que la mujer a la que se las has comprado aprecie el gesto. Hmm…, me pregunto si te acuerdas de como se llama.

– Claro que sí-replicó él-. Sin embargo, ahora me estoy preguntando yo por qué te importa. ¿Acaso estás celosa?

– Por favor…

Por supuesto que no estaba celosa. Lo miró a los ojos y se dijo que debía recordar que ella no significaba nada para él. Un borroso recuerdo de una noche.

– No es asunto mío que le compres joyas a una mujer -replicó-. Simplemente, espero que la pobrecilla sepa en lo que se está metiendo.

– Oh, creo que lo sabe -repuso él, sonriendo.

– Resulta sorprendente ver cuántas mujeres se ven absorbidas por tu órbita,

– Si no recuerdo mal, a ti te gustó bastante mi órbita.

Ella le dedicó una mirada de desaprobación.

– Creía que habías dicho que no te acordabas de mucho.

– Bueno, los recuerdos son algo vagos, pero ahí están. Piel ligeramente bronceada a la luz de la luna -susurró, inclinándose suavemente hacia ella-. El estallido de algo eléctrico cuando nos tocamos. El suspiro de tu aliento…

Se detuvo y Bella se echó a temblar.

– ¿Me puedes refrescar la memoria un poco más? -añadió Jesse.

Ella sintió que la indignación se le despertaba por dentro. Efectivamente, resultaba el hombre más atractivo sobre la faz del planeta. Sexy, guapo… pero completamente inmoral.

– Sí, claro -replicó ella con fiereza-. Por supuesto que sí. Estás aquí para comprar esmeraldas para una conquista mientras tratas de prepararte otra. Me da mucha pena esa mujer. Si supiera su nombre, iría a buscarla y le prevendría sobre ti.

– Confía en mí si te digo que no necesita que la adviertas de nada.

– Yo creo que sí. Seguro que está sentada en su casa, pensando que eres algo especial, sin tener ni idea de que estás tratando de ligar conmigo y…

– ¿Ligar contigo? Yo no creo que eso tenga nada de malo.

Bella lo miró boquiabierta.

– ¡Eres un verdadero cerdo!

– Tranquilízate, Bella. ¿Por qué no vamos a almorzar juntos y hablamos de todo esto?

– Ni hablar -dijo Bella, dando un paso atrás para que sus intenciones quedaran más claras. Sabía que Jesse King no era bueno para ella, pero su cuerpo respondía cuando él estaba cerca. Se preguntó qué decía eso de ella. Jesse era el único hombre que la afectaba de aquella manera-. No hay nada que pueda convencerme para que repita un error que he tardado tres años en bloquear de mi memoria -dijo, echando una pequeña mentira. No podía admitir delante de él todo lo que aquella noche había significado para ella. Además, después de haber empezado a conocerlo un poco mejor, estaba comenzando a replantearse aquellos momentos de placer.

La sonrisa desapareció de los labios de Jesse. Rápidamente, la irritación se le reflejó en los ojos.

– Si realmente has estado tratando de bloquear esa noche de tu mente, no estarías ahora tan enfadada por el hecho de que yo haya comprado joyas para otra mujer.

Bella contuvo el aliento. Cuando habló, su voz iba cargada de furia.

– ¿Hablas en serio? ¿De verdad es tan grande tu ego?

– Bella, si te callaras durante un momento…

– ¿Callarme dices? No me puedo creer que me acabes de decir eso.

– Bella, si me dejaras hablar…

– No. Ya has dicho más que de sobra. Estás aquí tratando de engatusarme mientras le compras carísimas joyas a otra pobre mujer que probablemente piensa que la amas.

– Y así es.

Bella se quedó boquiabierta. Dolida. Herida. Furiosa. Sorprendida. Se preguntó por qué aquellas palabras te habían dolido tanto. Jamás se había parado a pensar en lo que sentía por Jesse King, pero oírle admitir que amaba a otra mujer era simplemente… horrible.