– He contemplado esa posibilidad.
A Jeffrey se le ocurrió otra idea.
– Quizás un historiador, o alguien relacionado de alguna manera con el arte religioso. ¿Sabe? Los pintores del Renacimiento casi siempre representaban a Cristo en una posición similar a la de esos cadáveres. ¿Será un pintor que oye voces? Es otra posibilidad.
– Interesante.
– Ya lo ve, inspector: una vez que uno introduce el componente religioso, se ve empujado en ciertas direcciones específicas. Pero, a menudo, se requiere una interpretación ligeramente más indirecta. O una mezcla de ambas. Por ejemplo, podría ser un ex monaguillo que al cabo de los años llegó a ser historiador del arte. ¿Entiende por dónde voy?
– Sí, eso tiene algo de sentido.
Otra idea le vino a Clayton a la cabeza.
– Un profesor -barbotó-. Tal vez sea un profesor.
– ¿Por qué?
– Los sacerdotes tienden a ir a por hombres jóvenes, y estamos hablando de tres chicas. Podría haber un elemento de familiaridad. Se me acaba de ocurrir.
– Interesante -repitió el inspector tras la breve pausa que necesitó para digerir lo que acababa de oír-. ¿Un profesor, dice?
– Exacto. Es sólo una idea. Tendría que saber más para estar más seguro.
– Continúe.
– Aparte de eso, no he sacado mucho más en claro. La ausencia de pruebas de eyaculación, aunque hay indicios de actividad sexual, me lleva a sospechar que debemos seguir la pista religiosa en este caso. La religión siempre trae consigo toda clase de sentimientos de culpa, y quizá sea eso lo que le impide a su hombre llegar hasta el final. A menos, claro está, que haya llegado hasta el final antes, que es lo que yo me imagino.
– Nuestro hombre.
– No, me parece que no.
El agente sacudió la cabeza.
– ¿Qué más ha visto?
– Es un cazador de souvenirs. Debe de tener el tarro con los dedos en algún lugar accesible, para poder revivir sus triunfos.
– Sí, yo también lo sospechaba.
– ¿Qué más se llevó?
– ¿Qué?
– ¿Qué otra cosa, agente Martin? ¿Aparte de los dedos índices, qué se llevó?
– Es usted muy astuto. Lo esperaba. Se lo diré más tarde. Jeffrey suspiró.
– No me lo diga. No quiero saberlo. -Titubeó antes de añadir-: Es pelo, ¿verdad? Un mechón de la cabellera, y algo de vello púbico, ¿me equivoco?
El agente Martin hizo una mueca.
– Ha acertado, en ambas cosas.
– Pero no las mutiló, ¿verdad? No hay cortes en los genitales, ¿correcto? Sólo en el torso, ¿no?
– ¡Ha vuelto a acertar!
– Se trata de un patrón poco común. No es algo sin precedentes, pero sí bastante atípico. Un modo extraño de expresar su ira.
– ¿Eso despierta su interés? -inquirió el agente.
– No -contestó Jeffrey sin rodeos-. No despierta mi interés. Sea como fuere, su problema gordo es que cada víctima parece haber sido asesinada por una persona distinta, y después trasladada al lugar donde la descubrieron. Así que tendrá que encontrar el medio de transporte que utilizó. Creo que en el informe policial no se mencionan fibras ni otros indicios del tipo de vehículo en el que viajaron. Quizás el tipo las envolvió en una lámina de goma. O quizá forró el interior de su maletero con plástico. Hubo un tipo en California que hizo eso. Llevaba a la pasma de cabeza.
– Me acuerdo del caso. Creo que tiene usted razón. ¿Qué más?
– A primera vista, el tipo presenta más o menos las mismas características de muchos otros asesinos.
– A primera vista.
– Bueno, usted probablemente cuenta con mucha más información que no estaba dispuesto a compartir. Me he dado cuenta de que los protocolos de autopsia y los informes policiales eran más bien parcos. Por ejemplo, la ausencia de heridas claramente defensivas indica que todas las víctimas estaban inconscientes cuando abusaron de ellas y las asesinaron. Es un detalle intrigante. ¿Cómo las dejó inconscientes? No constan señales de traumatismo craneal. Y eso no es todo. Por ejemplo, no figuran datos que identifiquen a las jóvenes, ni fechas ni información sobre las escenas del crimen o investigaciones posteriores. Ni siquiera hay una lista de sospechosos interrogados.
– No, tiene razón. Eso no se lo he enseñado.
– Pues eso viene a ser todo. Siento no poder serle de más ayuda. Ha venido de tan lejos sólo para que le diga un par de cosas que usted ya sabía.
– No está usted formulando las preguntas adecuadas, profesor.
– No tengo preguntas, agente Martin. Soy consciente de que tiene un problema y de que no se solucionará fácilmente, pero eso es todo. Lo siento.
– No lo entiende, ¿verdad, profesor?
– ¿No entiendo qué?
– Le contaré algo que no figura en los informes que obran en su poder. ¿Se ha fijado en el distintivo impreso en la carpeta del tercer caso, una bandera roja?
– ¿El caso de la chica hallada en la roca? Sí.
– Pues bien, encontraron su cadáver hace unas cuatro semanas, en un lugar del Territorio del Oeste. ¿ Comprende lo que eso significa?
– ¿Dentro del Territorio? ¿Era residente de nuestro próximo estado número cincuenta y uno?
– Exacto -respondió el agente, en tono cortante y airado.
Jeffrey se reclinó en su sillón, reflexionando sobre lo que acababa de oír.
– Creía que esas cosas no debían pasar. En teoría, se han erradicado los delitos del Territorio, ¿no?
– Sí, maldita sea -farfulló el agente con amargura-. En teoría.
– Pero eso no es de recibo -repuso Jeffrey-. Es decir, la razón de ser del estado número cincuenta y uno es que allí esas cosas no ocurran. ¿No es así, inspector? Se supone que es un mundo sin crímenes, ¿no? Sobre todo sin crímenes como éstos.
De nuevo, el agente Martin dio muestras de que se esforzaba por contenerse.
– Tiene razón -dijo-. En realidad, ésa es la base de su existencia. Es la razón por la que se está estudiando la posibilidad de concederle la condición de estado. Piense en ello, profesor: el estado número cincuenta y uno, un lugar donde uno puede ser libre, llevar una vida normal, sin miedo. Como en otro tiempo.
– Un lugar donde uno tiene que renunciar a la libertad para ser libre.
– Yo no lo expresaría precisamente en esos términos -replicó el agente Martin con frialdad-, pero, en esencia, ésa es la idea.
Jeffrey asintió con la cabeza. Ahora vislumbraba el alcance del problema al que se enfrentaba el agente.
– O sea que su dilema tiene una doble vertiente, criminal y política.
– Veo que empieza a entender, profesor.
Jeffrey notó una punzada de compasión hacia el fornido policía, una sensación provocada principalmente por el vodka, según reconoció para sus adentros.
– Bueno, creo que ahora comprendo por qué tiene tanta prisa. La votación en el Congreso se celebrará justo antes que las elecciones, ¿verdad? Faltan sólo tres semanas. Lo que pasa es que los crímenes de este tipo no suelen solucionarse rápidamente, a menos que uno tenga un golpe de suerte y aparezca un testigo con una descripción o algo parecido. Pero, por lo general, si el caso llega a resolverse (y eso ya es mucho suponer, inspector), es más o menos de forma fortuita, y meses después de los hechos. Así que… -Tomó otro trago de vodka e hizo una pausa.
– ¿Así que qué? -preguntó Martin con aspereza.
– Así que me alegro de no estar en su pellejo.
El inspector achicó los ojos y clavó en el profesor una mirada hosca a través de la pantalla de televisión. Habló con una voz inexpresiva, serena, sin el menor asomo de nerviosismo.
– Pues lo está, profesor. -Martin señaló la pantalla con un gesto-. Le explicaré por qué en persona.