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Sólo quería que supieras que volveré a por ti cuando esté preparado.

La nota no estaba firmada, cosa que no le sorprendió. Jeffrey Clayton notó un vacío en su interior que no era producto, sin embargo, ni del miedo ni de la angustia ante una amenaza, ni siquiera de la tristeza. Pensó que en muy poco tiempo había aprendido mucho y que, durante toda su vida, el conocimiento era lo único que lo había distinguido de su padre y de otros como él.

Notó que una sonrisa irónica asomaba a sus labios, y entonces comprendió por qué su padre no había enviado su carta sensacional a los periódicos. Porque sabía lo que estaba dejando a la posteridad. Era un tipo de legado distinto. Y lo que había dejado tenía todo el potencial del mundo para superar sus propios logros. Padres e hijos.

Jeffrey dejó a un lado la carpeta azul. Acogió incluso esta inquietante información con un entusiasmo frío y descarnado. Contempló la nota una vez más y cayó en la cuenta también de que el profesor muerto que aparecía en la portada del periódico de la mañana formaba parte de la nota tanto como las palabras escritas a mano que tenía ante sí. Supuso que debería estar asustado, pero en cambio se sentía intrigado y lleno de energía.

Sacudió la cabeza. «No si yo te encuentro primero», le dijo en silencio a la imagen fantasmal de su hermano.

John Katzenbach

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