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Las palabras del hombre se destacaban sobre el papel.

«¿Qué le hace pensar que puedo ayudarle, inspector? ¿Qué le hace pensar que yo participo en este juego?»

«¿Acaso no es el asesinato un medio de encontrar la verdad, sobre uno mismo, sobre la sociedad? ¿La verdad sobre la vida?»

«¿No es usted también un filósofo, inspector? Yo creía que todos los policías eran filósofos del mal. Tienen que serlo. Forma una parte esencial de su territorio.»

Y, finalmente: «Me sorprende, inspector. Me sorprende que no tenga usted nociones elementales de historia. Mi campo, la historia. La historia europea moderna, para ser exactos. El legado de hombres blancos y brillantes. Grandes hombres. Visionarios. ¿Y qué nos enseña la historia de esos hombres, inspector? Nos enseña que el impulso de destruir es tan creativo como el deseo de construir. Cualquier historiador competente le diría que, en definitiva, seguramente se han construido más cosas a partir de las cenizas y los escombros que sobre los cimientos de la paz y la opulencia.»

Las réplicas del agente Martin -y sus preguntas- habían sido neutras, breves. Sólo buscaba respuestas, sin entrar en el debate. A Clayton le pareció una buena técnica. De libro, como Martin le había dicho antes. Una técnica que habría debido dar resultado. Que probablemente había dado resultado en noventa y nueve de cada cien casos.

Pero esta vez no.

Cuanto más interrogaba a su padre, más indirectas y abstrusas eran sus respuestas. Cuantas más preguntas le hacía, más distante y elusivo se volvía. No mordió uno solo de los anzuelos que el inspector le lanzó a lo largo de la entrevista, ni hizo declaraciones comprometedoras.

A menos, pensó Jeffrey, que uno considerase que todo lo que decía era comprometedor.

Se meció en su asiento, repentinamente nervioso. Notaba las gotas de sudor que le corrían por debajo de los brazos. De pronto, extendió el brazo y agarró un bolígrafo que tenía sobre el escritorio.

Lo tiró al suelo, levantó el pie y lo aplastó de un fuerte pisotón. La furia se había apoderado de él. «Está ahí-pensó-. Lo que decía era sencillo: "Sí, soy quien usted cree… pero no puede demostrarlo."»

Jeffrey dejó caer la entrevista sobre la mesa, incapaz de seguir leyendo. «Te conozco», pensó.

Pero, casi en el acto, lo puso en duda para sus adentros: «¿De verdad lo conozco?»

Se produjo una ligera corriente cuando la puerta de la oficina se abrió a su espalda. Dio media vuelta en su silla y vio al agente Martin entrar a toda prisa y dar un portazo. La cerradura electrónica emitió un sólido chasquido.

– ¿Ha hecho progresos, profe? -preguntó-. ¿Se está ganando ya su sueldo? ¿Va camino de amasar su primer millón?

Clayton se encogió de hombros, intentando disimular la oleada de emociones que acababa de invadirlo.

– ¿Dónde ha estado?

El inspector se desplomó en una silla, y su tono cambió.

– Investigando la desaparición de nuestra segunda adolescente. Aquella de quien le hablé en Massachusetts. Diecisiete años, bonita como una animadora: rubia, de ojos azules, una piel tan tersa que debía de parecer recién salida de la cuna, y desaparecida el martes de hace dos semanas. Los agentes que llevan el caso no han conseguido nada que se asemeje remotamente a la prueba de un crimen. No hay testigos presenciales, ni señales de lucha, ni marcas de neumáticos reveladoras, huellas dactilares sospechosas ni chaquetas manchadas de sangre. No se ha encontrado una bolsa de libros tirada junto a la carretera, ni una nota de rescate de algún secuestrador. Iba camino de casa, y al momento siguiente se esfumó. La familia todavía espera una llamada lacrimógena de una hija descarriada, pero creo que usted y yo sabemos que eso no sucederá. Varios boy scouts y voluntarios rastrearon el bosque adyacente durante un par de días, pero no encontraron nada. ¿Quiere oír algo patético? Después de que se diera por concluida la búsqueda a pie, la familia contrató un servicio de helicóptero privado con un detector de infrarrojos para peinar de manera sistemática la zona en la que desapareció. Se supone que la cámara capta cualquier fuente de calor. Tecnología militar aplicada. El caso es que debía detectar la presencia de animales silvestres, cuerpos en descomposición, lo que sea. De momento, han encontrado algún que otro ciervo y un par de perros salvajes mientras vuelan por allí cobrando más de cinco mil por día. Un buen trabajo, para quien puede conseguirlo. Patético.

Jeffrey tomó algunas notas.

– Quizá debería entrevistarme con la familia. ¿En qué circunstancias desapareció la chica?

– Iba caminando de regreso a casa, del colegio. La escuela está en una zona poco urbanizada del estado, una de esas áreas de expansión de las que le hablaba, en las que apenas se ha empezado a edificar. Una bonita campiña. En dos años será el típico barrio residencial de las afueras, con un campo de béisbol para chavales, un centro social y un par de pizzerías. Pero todo eso está todavía en proyecto. Hay un montón de planos de diseñadores en diferentes fases de desarrollo. Ahora mismo está todo bastante verde. No hay mucho tráfico en las carreteras cercanas, sobre todo después de que enviaran a los trabajadores de la construcción locales a sus barracones. Ella se había quedado trabajando hasta tarde en la decoración para un baile del instituto y había declinado la oferta de sus amigos de llevarla en coche. Dijo que necesitaba algo de aire fresco y estirar las piernas. Aire fresco. Eso la mató. -Martin soltó estas palabras removiéndose en su asiento con frustración-. Por supuesto, nadie está seguro de eso todavía. El hecho de que ese maldito helicóptero no haya dado con el cadáver anima a todo el mundo a pensar que está viva, pero en otro sitio. La familia está sentada en la cocina intentando determinar si llevaba alguna vida secreta adolescente, con la esperanza de que se haya fugado con un novio, tal vez a Las Vegas o a Los Ángeles, y de que lo peor que pueda pasarle sea que acabe con un tatuaje morado de un dragón, o quizá de una rosa, grabado a fuego en la piel del muslo. Han puesto la habitación de la niña patas arriba, intentando encontrar un diario oculto en el que figure una expresión manida de amor eterno hacia algún chico que ellos no conocen. Quieren creer que se ha escapado. Rezan por que se haya escapado. Insisten en que se ha escapado. De momento, no ha habido suerte.

– ¿Se había escapado alguna vez?

– No.

– Pero, aun así, es posible, ¿no?

El inspector se encogió de hombros.

– Sí. Y tal vez algún día los cerdos vuelen. Pero lo dudo. Y usted también.

– No se lo niego. Pero ¿cómo sabemos que la raptó nuestro… -titubeó- sospechoso? Hay equipos de construcción por la zona, ¿no? ¿Los ha interrogado alguien?

– No somos idiotas. Sí. Y se han comprobado los antecedentes. Una de las pequeñas medidas de seguridad adicionales que tenemos aquí es que a todos los trabajadores que vienen de fuera se les exige una fianza. Además, los de seguridad los vigilan constantemente mientras están allí. Todos los que vienen a trabajar a este estado tienen que llevar una de esas prácticas pulseras electrónicas, para que sepamos dónde están en todo momento. Por supuesto, les pagamos a los obreros de la construcción cerca del doble de lo que suelen cobrar en los otros cincuenta estados, y eso les compensa por las molestias. Aun así, pese a las precauciones de todo tipo, fue el primer sitio que investigamos. Hasta ahora, los resultados han sido negativos, negativos, negativos. -El agente Martin hizo una pausa y luego prosiguió con su estilo sarcástico y desenfadado-: Así pues, ¿qué tenemos? Una adolescente que desaparece un buen día sin dejar rastro y de forma inexplicable. ¡Abracadabra! ¡Señoras y señores, tachan! El asombroso número de la desaparición. No nos engañemos, profesor. Está muerta. Tuvo una muerte dura, tras unos momentos de terror insoportables para cualquiera. Y, ahora mismo, está en algún lugar lejano, con los brazos extendidos como si la hubieran crucificado, el maldito dedo cercenado y un mechón de pelo cortado de su cabellera y de la entrepierna. Y ahora mismo, como no se me ocurre otra gran idea, albergo la creencia de que su padre… ah, perdón: su difunto padre, el tipo que seguramente usted sigue dando por muerto… es la persona que buscamos.