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Se reclinó en su asiento mientras el inspector aceleraba. Las estribaciones, que parecían ostensiblemente más cercanas, se elevaban sobre la llanura, verdes, marrones y ligeramente más oscuras que el resto del mundo. Al principio le dio la impresión de que se hallaban a sólo unos pocos kilómetros, pero luego comprendió que aún les quedaban varias horas de trayecto. Se recordó a sí mismo que en el Oeste las distancias son engañosas. Las cosas suelen estar más lejos de lo que uno cree. Pensó que lo mismo ocurría con la mayor parte de las investigaciones de homicidios.

A primera hora de la tarde llegaron a la zona donde se había encontrado el cuerpo número tres. Hacía más de una hora que habían pasado por la última población, y las señales de la autopista les advertían de que se hallaban a unos 150 kilómetros de la frontera recién trazada que separaba el territorio del sur de Oregón. Era un terreno agreste, densamente arbolado, y en él reinaba una calma opresiva. Había pocos vehículos que adelantar. Clayton se dijo que estaban en medio de uno de los parajes inhóspitos del mundo: un lugar donde dominaban el silencio y la soledad. La región apenas estaba urbanizada; había un vacío inmenso que resultaría difícil de llenar artificialmente. Las montañas a las que se aproximaban se alzaban imponentes, grises como el granito, coronadas de blanco y escarpadas. Un territorio implacable.

– No hay mucha cosa por aquí -comentó Clayton.

– Sigue siendo tierra salvaje -convino Martin-. No lo será siempre, pero aún lo es. -Titubeó antes de añadir-: Hay estudios psicológicos, y algunas encuestas supuestamente científicas que dicen que la gente se siente a gusto y está a favor de las zonas salvajes siempre y cuando estén limitadas en su extensión. Declaramos bosques estatales y áreas de acampada, y luego apenas los tocamos. Eso hace felices a los fanáticos de la naturaleza. La civilización gana terreno despacio, inadvertidamente. Eso ocurrirá aquí también. Dentro de cinco años, quizá diez. -Hizo un gesto con el brazo derecho-. Ahí delante hay una carretera que usaban los madereros. Ya no se talan árboles, por supuesto. Los ecologistas han ganado esa batalla. Pero el estado mantiene los caminos transitables para los excursionistas. Es un lugar estupendo para la caza y la pesca. Además, resulta cómodo. Se tarda sólo tres horas en llegar en coche desde Nueva Washington, y menos todavía desde Nueva Boston y Nueva Denver. Están en vías de crear todo un sector económico nuevo. Se puede ganar un montón de pasta con la naturaleza controlada.

– Fue así como la encontraron, ¿verdad? ¿Un par de pescadores?

El inspector asintió.

– Un par de ejecutivos de seguros que se habían dado un día libre para buscar truchas salvajes. Encontraron más de lo que esperaban.

Tomó una salida de la autopista, y el coche de pronto iba dando tumbos y cabeceando como una barca en un mar picado. El polvo se arremolinaba tras ellos, y la grava repiqueteaba contra la parte inferior del vehículo como una ráfaga de disparos. A causa de los bandazos, los dos hombres se quedaron callados. Avanzaron así durante unos quince minutos. Clayton se disponía a preguntar cuánto faltaba cuando el inspector detuvo el coche en un pequeño apartadero.

– A la gente le gusta -dijo Martin-. Para mí es un coñazo, pero a la gente le gusta. Yo por mí mandaría asfaltar el puto camino, pero me dicen que, según los psicólogos, la gente prefiere la sensación de aventura que les da el ir botando. Les hace creer que los treinta de los grandes que se gastaron en su cuatro por cuatro valieron la pena.

Clayton bajó del coche y de inmediato vio un sendero angosto que discurría entre matorrales y árboles. A la orilla del apartadero, allí donde arrancaba el camino, había una placa de madera color castaño con un mapa plastificado.

– Ya estamos llegando -dijo el inspector.

– ¿Él la dejó aquí?

– No, más lejos. A un kilómetro y medio de aquí, tal vez un poco menos.

El sendero bordeado de árboles había sido despejado, por lo que no costaba caminar por él. Era justo lo bastante ancho para que los dos hombres pudieran andar uno al lado del otro. Bajo sus pies, el suelo del bosque estaba recubierto de agujas de pino marrones. De cuando en cuando se oía un correteo, cuando espantaban a alguna ardilla. Un par de mirlos protestaron por su presencia con un canto discordante y se alejaron aleteando ruidosamente entre los árboles.

El inspector se detuvo. Aunque hacía algo de fresco a la sombra, sudaba a mares, como el hombretón que era.

– Escuche -dijo.

Clayton se detuvo también y sólo alcanzó a distinguir el murmullo de agua que corría.

– El río está a unos cincuenta metros. Suponemos que los dos tipos debían de estar encantados. No es una excursión tremenda, pero llevaban botas de pescador e iban cargados con cañas, mochilas y todas esas cosas. Además, ese día hacía bastante calor. Más de veintiún grados. Póngase en su lugar. Así que iban a toda prisa, seguramente sin fijarse mucho en lo que pudieran encontrar por el camino.

El inspector hizo un gesto hacia delante, y Clayton reanudó la marcha.

– Janet Cross -dijo Martin entre dientes, un paso por detrás del profesor-. Así se llamaba.

El sonido del río se hacía más intenso conforme se acercaban, hasta que Clayton prácticamente no oía otra cosa. Atravesó un último grupo de árboles y de pronto se vio en lo alto de un ribazo, unos dos metros por encima del agua que burbujeaba y corría en unos rápidos salpicados de rocas. Parecía sinuosa, viva. Era un agua veloz, vigorosa, que bajaba con ímpetu por una cuenca estrecha como un pensamiento rabioso. El sol se reflejaba en la superficie, tiñéndola de una docena de tonos distintos de azul y verde veteados de espuma blanca

Martin se detuvo a su lado.

– Un lugar de primera para los pescadores. Hay truchas casi en todas partes. Son difíciles de pescar, según me cuentan, porque van a toda pastilla y se mueven mucho. Además, si uno resbala en una de esas rocas, bueno, digamos que se lía una buena. Pero no deja de ser un sitio estupendo.

– ¿Y el cadáver?

– El cadáver, sí. Janet. Buena chica. Siempre son buenas chicas, ¿no, profesor? Todo sobresalientes. Iba a matricularse en la universidad. Tengo entendido que también era gimnasta. Quería estudiar el desarrollo en la primera infancia. -El inspector levantó los brazos despacio y apuntó a una roca grande y plana situada en la margen-. Justo allí.

La roca medía al menos tres metros de ancho y parecía el tablero de una mesa inclinado ligeramente hacia donde ellos se encontraban. Jeffrey pensó que el cuerpo casi debía de parecer allí enmarcado o engastado, como un trofeo.

– Los dos pescadores… joder, al principio creyeron que ella sólo estaba tomando el sol desnuda. Una primera impresión, ¿sabe? Porque estaba ahí, abierta de brazos, cómo decirlo, como en un crucifijo. En fin, le gritaron algo y ella no reaccionó, de modo que uno se acercó caminando por el agua, subió de un salto, y lo demás ya se lo imaginará. -Sacudió la cabeza-. Ella debía de tener los ojos abiertos. Los pájaros se los habían sacado. Pero el cuerpo no presentaba más daños causados por animales. Y el estado de descomposición era mínimo; llevaba allí entre veinticuatro y cuarenta y ocho horas antes de que aparecieran esos tipos. Dudo que vuelvan a pescar mucho en este tramo del río.

Jeffrey bajó la vista y advirtió que la roca en la que habían encontrado el cadáver estaba a cierta distancia de la orilla. Descansaba sobre una base de grava, en menos de treinta centímetros de agua. Dominaba una charca de modestas dimensiones; un par de peñas más grandes en la cabecera de la charca dividían la energía del río, lanzando el agua más furiosa hacia el ribazo opuesto y creando una corriente más lenta tras la roca plana.

Clayton no sabía mucho de pesca, pero sospechaba que la roca era un lugar privilegiado. Desde su borde posterior se podía lanzar fácilmente el anzuelo hasta el otro lado de la charca. Pensó que el hombre que había dejado el cuerpo allí seguramente se había fijado en eso también.