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Nueva Washington era un lugar meticulosamente planificado, esbozado, medido y modelado antes de que se excavara una sola palada de tierra. No es que todo fuera igual. En apariencia, al menos, no lo era. Diferentes diseños y formas distinguían cada manzana. No obstante, el hecho de que todo fuera tan nuevo lo abrumaba. Aunque arquitectos distintos habían proyectado edificios diferentes, saltaba a la vista que, en algún momento, todos los planos habían pasado por las manos de la misma comisión y de este modo la ciudad había impuesto, más que la uniformidad, una visión común. Eso es lo que le resultaba opresivo.

Sin embargo, también reconocía que esta repugnancia seguramente sería transitoria. Al caminar por Main Street, advirtió que la acera estaba limpia de toda basura del día anterior, y cayó en la cuenta de que no tardaría mucho en acostumbrarse al nuevo mundo creado en Nueva Washington, aunque sólo fuera porque era un sitio pulcro, no recargado y tranquilo.

Y seguro, se recordó Jeffrey. Siempre seguro.

La recepcionista del vestíbulo de las oficinas del periódico le sonrió cuando entró por unas puertas batientes de cristal. En una pared había números destacados del periódico ampliados a un tamaño gigantesco, con unos titulares que pedían atención a gritos. Esto no le pareció a Clayton una entrada atípica de un periódico, pero lo que le sorprendió fue la selección de ampliaciones. En otras publicaciones lo habitual era ver ediciones famosas del pasado que reflejaban una mezcla de éxitos, desastres e iniciativas, todo ello de gran importancia para el país -Pearl Harbor o el día de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, el asesinato de Kennedy, el crac de la bolsa, la dimisión de Nixon, la llegada del hombre a la Luna -, pero aquí los titulares eran absolutamente optimistas y considerablemente más restringidos al ámbito locaclass="underline" SE ALLANA EL TERRENO PARA NUEVA WASHINGTON, LA CATEGORÍA DE ESTADO ES PROBABLE, ANEXIÓN DE TERRITORIO NUEVO EN EL NORTE, SE CIERRAN ACUERDOS CON OREGÓN Y CALIFORNIA.

«Sólo noticias buenas», pensó Jeffrey.

Apartó la vista de la pared y le devolvió la sonrisa a la recepcionista.

– ¿Tiene morgue su periódico?

La mujer abrió los ojos como platos.

– ¿Que si tiene qué?

– Un departamento de archivo, donde se guardan ediciones anteriores.

La recepcionista era joven e iba bien peinada y mejor vestida de lo que cabría esperar de una persona de su edad y posición.

– Ah, por supuesto -respondió rápidamente-. Es que no había oído a nadie emplear esa expresión. La que se refiere al depósito de gente muerta.

– En los viejos tiempos, así es cómo llamaban a los archivos de los periódicos -le explicó él.

Ella sonrió de nuevo.

– No te acostarás sin saber una cosa más. Cuarta planta, a la derecha. Que pase un buen día.

Encontró el archivo sin mayor dificultad, al fondo de un pasillo que salía de la sala de redacción. Se detuvo por un momento a contemplar a los hombres y mujeres trabajando ante sus mesas, frente a monitores de ordenador. Había una fila de pantallas de televisión sintonizadas con las cadenas de noticias por cable, colgadas del techo sobre una mesa de redacción central. La sala estaba en silencio, salvo por el omnipresente tecleteo de los ordenadores y alguna que otra voz que estallaba en carcajadas. Los teléfonos emitían zumbidos bajos. Todo le pareció elegante y eficiente, desprovisto de todo el encanto del periodismo de otros tiempos. No tenía el aspecto de un sitio propicio para la pasión, para lanzar cruzadas, para la rabia ni la indignación. No había nadie remotamente similar a Hildy Johnson o el señor Burns de Primera Plana. No se respiraba un ambiente de ajetreo. El lugar era como cínicamente se imaginaba las oficinas de una compañía de seguros grande; unos oficinistas grises procesando información para homogeneizarla con vistas a su difusión.

El archivero era un hombre de mediana edad, unos años mayor que Jeffrey y con un ligero sobrepeso, que resollaba un poco al hablar, como si trabajara constantemente bajo los efectos de un resfriado o del asma.

– El archivo está cerrado al público ahora mismo -dijo-, a menos que haya concertado una cita. El horario general está expuesto en la placa de la derecha. -Hizo un gesto con la mano como para despachar al visitante.

Jeffrey extrajo su pasaporte de identificación provisional.

– Se trata de un asunto oficial -aseguró en el tono más profesional del que fue capaz. Sospechaba que el archivero era el tipo de persona que adoptaba una actitud protectora de su territorio durante unos momentos pero que acababa por ceder e incluso por mostrarse servicial.

– ¿Oficial? -El hombre se quedó mirando el pasaporte-. ¿Oficial de qué tipo?

– Seguridad.

El archivero alzó la vista con curiosidad.

– Le conozco -dijo.

– No, no lo creo -repuso Jeffrey.

– Sí, estoy seguro -insistió el hombre-. Segurísimo. ¿Ha estado antes por aquí?

Jeffrey se encogió de hombros.

– No, nunca. Pero necesito ayuda para encontrar unos archivos.

El hombre volvió a mirar el pasaporte, luego al visitante y finalmente asintió con la cabeza. Le señaló al profesor un asiento desocupado frente a una pantalla de ordenador y arrimó una silla para sentarse junto a él. Jeffrey se percató de que el hombre parecía estar sudando, aunque el ambiente era fresco en la sala. Además, el archivero hablaba en voz baja pese a que no había nadie más por ahí, actitud que a Jeffrey le pareció de lo más normal en un bibliotecario.

– Muy bien -dijo el hombre-. ¿Qué necesita?

– Accidentes -contestó Jeffrey-. Accidentes en los que se hayan visto envueltos mujeres jóvenes o adolescentes. En los últimos cinco años, más o menos.

– ¿Accidentes? ¿De tráfico, quiere decir?

– De lo que sea. De tráfico, ataques de tiburones, impactos de meteoritos, lo que sea. Toda clase de accidentes sufridos por mujeres jóvenes. Sobre todo casos en los que la chica haya permanecido desaparecida durante algún tiempo antes de que la encontraran.

– ¿Desaparecida? ¿Así, zas, sin más?

– Exacto.

El archivero puso los ojos en blanco.

– Extraña petición -gruñó-. Palabras clave. Siempre se necesitan palabras clave. Así es como está archivado en la base de datos. Identificamos palabras o frases comunes y luego las registramos electrónicamente. Cosas como «ayuntamiento» o «Super Bowl». Probaré con «accidente» y «adolescente». Déme más palabras clave.

Clayton reflexionó por un instante.

– Pruebe con «fugitiva» -dijo-. También con «desaparecida» y «búsqueda». ¿Qué otras palabras emplean los periódicos para describir los accidentes?

El archivero movió afirmativamente la cabeza.

– «Suceso» es una de ellas. Además, se aplica automáticamente un adjetivo a casi todos los accidentes, como «trágico». Lo introduciré también. ¿Los últimos cinco años, dice? En realidad, sólo llevamos una década en circulación. Ya puestos, podemos hacer la búsqueda desde el principio.

El archivero pulsó varias teclas. Al cabo de unos segundos el ordenador había procesado la orden, y para cada palabra clave había una respuesta con el número de artículos en que aparecía. Al escribir «Detalles» en el teclado, el ordenador mostraba el titular, la fecha y la página del periódico en que cada uno de ellos se había publicado. El archivero le enseñó cómo abrir los artículos para leerlos y cómo dividir la pantalla para cotejar dos textos.

– Bueno, todo suyo. -El archivero se levantó-. Estaré por aquí, por si tiene alguna duda o necesita ayuda. Conque accidentes, ¿no? -Clavó una vez más los ojos en Jeffrey-. Sé que he visto su cara antes -comentó antes de alejarse arrastrando los pies.