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– Mi padre…

– ¿Quería ahondar en la muerte? ¿Tenía curiosidad sobre el asesinato, la tortura, todas las ocasiones en que aflora la cara más oscura de la naturaleza humana? Él era el hombre al que había que consultar. Toda una enciclopedia del maclass="underline" los autos de fe, la Inqui sición, Vlad el Empalador, los cristianos en las catacumbas, Tamerlán el Conquistador, la quema de herejes durante la guerra de los Cien Años. Estas son las cosas que él sabía. ¿Qué parte del riñon de la mujer envió Jack el Destripador a las autoridades junto con su famoso desafío? Su padre lo sabía. ¿El arma preferida de Billy el Niño} Un revólver Cok calibre cuarenta y cuatro, no muy distinto del Charter Arms Bulldog cuarenta y cuatro que David Berkowitz, el Hijo de Sam, utilizaba. ¿ La fórmula exacta del Zyklon B? Su padre también la conocía, así como la temperatura de los hornos de Auschwitz. ¿Cuántos hombres murieron en los primeros momentos después de que sonaran los silbatos en el Somme y ellos saltaran el parapeto? Él lo sabía. ¿Limpieza étnica y campos de exterminio serbios? ¿Tutsis y hutus en Ruanda? Él había memorizado perfectamente los pormenores de todas esas atrocidades. Sabía cuántos latigazos se necesitaban para matar a un hombre condenado en los campos de concentración zaristas de la Rusia prerrevolucionaria, y sabía cuánto tardaba en caer la cuchilla de la guillotina, y te contaba, con una sonrisita muy suya, que monsieur Guillotin, el inventor del aparato, les aseguró de forma tajante y poco sincera a las autoridades francesas cuando estaban contemplando la posibilidad de emplear su ingenio que las víctimas de aquella máquina infernal notarían poco más que «un ligero cosquilleo en la nuca». Él contaba todas estas cosas y muchas más. -El anciano tosió-. Si quiere conocer a su padre, entonces debe conocer a la muerte.

Jeffrey hizo un leve gesto con la mano, como para disipar el olor de los recuerdos que flotaban ante él.

– ¿Le daba miedo?

– Por supuesto. Una vez se jactó ante mí de que si algo nos enseña la historia es lo fácil que resulta matar.

– ¿Se lo dijo usted a la policía?

El profesor de Historia sacudió la cabeza.

– ¿Decirles qué? ¿Que su sospechoso parecía estar familiarizado con los detalles históricos de la vida y muerte de los asesinos del mundo moderno, desde el más célebre hasta el más insignificante? ¿Qué demuestra esto?

– Seguramente la información les habría resultado útil.

– La chica fue asesinada. A varias personas de aquí, entre ellas su padre, las interrogaron. Pero él no fue el único. Sometieron a interrogatorio a un par de profesores más, un conserje, un empleado del comedor y el entrenador del equipo femenino de lacrosse de la escuela. Como a los demás, lo dejaron libre sin cargos, porque no había pruebas contra él. Sólo sospechas. Al poco tiempo, de buenas a primeras, renunció a su empleo. Unas semanas después, recibimos la chocante noticia de su muerte. Su presunta muerte, según dice usted. Pero noticia al fin y al cabo. Esto suscitó una conmoción menor. Una sorpresa momentánea. Un poco de curiosidad, tal vez, dado el extraño momento en que se produjo. Pero surgieron pocas preguntas y menos respuestas todavía. En cambio, todo el mundo siguió adelante con su vida. Es lo que ocurre invariablemente en colegios como éste. Pase lo que pase en el mundo, la escuela sigue adelante como antes y como hará siempre.

Jeffrey pensó que había similitudes entre la escuela y el estado para el que trabajaba. Ambos creían que, cada uno a su manera, podían aislarse del resto del mundo. Ambos tenían los mismos problemas para mantener viva esa ilusión.

– ¿Por casualidad recuerda lo que él dijo cuando renunció?

El viejo señor Maynard asintió con la cabeza y se inclinó hacia delante.

– Tuve dos encuentros con él. Todavía los tengo grabados en la memoria, incluso después de todas estas décadas. Así debe ser un historiador, ¿sabe, señor Clayton? Tiene que tener ojo para los detalles, como un periodista.

– ¿Y bien?

– Nos reunimos dos veces. La primera fue poco después de las averiguaciones policiales. Me topé con su padre en la tienda de autoservicio de la localidad. Ambos teníamos que comprar algunas cosas. La tienda existe todavía, en la misma calle, enfrente de la escuela. Vende cigarrillos, periódicos, leche, refrescos y comida en un estado peor que incomible, ya sabe…

– Sí.

– Hizo algunas bromas, primero sobre la lotería estatal, luego sobre la policía. Al parecer no tenía un gran concepto de ella. ¿Sabe, señor Clayton, que su padre mostraba por lo general una actitud indiferente y despreocupada? Escondía mucho de sí mismo tras esa fachada desenvuelta. Desde luego, lograba disimular su sentido de la precisión y la exactitud. Más bien como un científico, supongo. Podía mostrarse divertido o tímido, pero en el fondo era frío y calculador. ¿Es usted así, señor Clayton?

Jeffrey no respondió.

– Era un hombre que daba mucho miedo. Tenía un aire disoluto, lascivo. Como un tiburón. Recuerdo que la conversación que mantuvimos aquella tarde me heló la sangre. Fue como hablar con un zorro hambriento frente a la puerta de un gallinero y que alguien me asegurase que no había por qué preocuparse. Luego, una semana después, se presentó de improviso en mi despacho. Fue algo de lo más inesperado. Sin apenas saludarme, anunció que se marcharía la semana siguiente. No me dio realmente una explicación, aparte de que había heredado un dinero. Le pregunté por la policía, pero él simplemente se rio y dijo que dudaba que hubiera que preocuparse por ellos. Cuando lo interrogué sobre sus planes, me dijo… y esto lo recuerdo con toda claridad… dijo que tenía que buscar a unas personas. «Buscar a unas personas.» Tenía mirada de cazador. Empecé a pedirle más detalles, pero giró sobre sus talones y salió de mi despacho. Cuando, más tarde, fui al suyo, ya se había ido. Había vaciado sus armarios y estanterías. Telefoneé a su domicilio, pero ya le habían desconectado la línea. Creo que al día siguiente, fui en coche a su casa, que estaba vacía, con un letrero de SE VENDE delante. En pocas palabras, se había marchado. Yo apenas había tenido tiempo de asimilar su desaparición cuando nos llegó la noticia de su muerte.

– ¿Cuándo ocurrió?

– Bueno, recuerdo que fue una suerte para nosotros, porque faltaba sólo una semana para las vacaciones de Navidad, de modo que sólo tuvimos que dar unas pocas clases en su lugar. Estábamos entrevistando a posibles sustitutos suyos cuando nos informaron de la colisión. Nochevieja. Alcohol y exceso de velocidad. Por desgracia, nada excesivamente fuera de lo normal. Esa noche cayó una lluvia desagradable y gélida en toda la Costa Este que dio lugar a muchos accidentes, entre ellos el de su padre. Al menos eso se nos hizo creer.

– ¿Por casualidad se acuerda de cómo se enteró del accidente?

– Ah, excelente pregunta. ¿Un abogado, tal vez? Mi memoria no es tan precisa respecto a ese punto como quisiera.

Jeffrey movió la cabeza afirmativamente. Eso tenía sentido para él. Sabía qué abogado había hecho esa llamada.

– ¿Y su entierro?

– Eso fue curioso. A ningún conocido mío se le dio la menor indicación sobre la hora, el lugar o lo que fuera, por lo que nadie asistió. Podría usted ir al archivo de microfilmes del Times de Trenton a comprobarlo.

– Eso haré. ¿Se acuerda de cualquier otra cosa que pueda serme de ayuda?