– ¿Qué? -Me quedé tan asombrada que derramé café encima de la servilleta de lino de Lotty.
– Sí. Frankie fue realmente una punta de lanza del South Side. Su familia vivía en Gage Park y, cuando ella se interesó por los derechos civiles, su padre se enfureció, pero su madre la apoyó en silencio. Fue entonces cuando descubrió su vocación de monja. Eran tan valientes, esas hermanas… Y aún lo son, ciertamente. Frankie vive y trabaja en una cosa llamada Centro Libertad Aguas Impetuosas.
– Harmony Newsome -la interrumpí, tratando de que la conversación siguiera su rumbo.
– Perdona, sí. Frankie estuvo en Selma con Ella Baker y se manifestó con King y los otros líderes en Chicago. Y estaba con Harmony Newsome cuando mataron a la chica. ¿No te parece increíble?
– Es extraordinario. ¿Y qué…? ¿El asesino…? ¿Lo vio?
– Ignoro lo que sabe de todo eso. Lo único que me ha dicho es que la detención de Steve Sawyer siempre la preocupó y que quiere hablar contigo de ello.
Bombardeé a Karen con preguntas. ¿Por qué a la monja le había preocupado la detención? ¿Había presenciado el asesinato? ¿Había mantenido contacto con Sawyer?
– Pregúntale a Frankie -dijo Karen, alzando las manos-. Yo no sé nada de eso.
Max se echó a reír y dijo:
– Victoria, rara vez te veo cuando trabajas, pero ahora comprendo por qué tienes tanto apego a ese perrazo tuyo. Eres como un perro cobrador que intenta que salte la liebre, ¿sabes?
Me uní a las risas generales y a los esfuerzos de Lotty para llevar la conversación a otros temas. Max trajo una botella de armagnac e incluso Lotty bebió un poco. Nos quedamos charlando hasta muy tarde, resistiéndonos a abandonar la calidez de la mesa de Lotty y a volver al mundo de frío, indigencia y desesperación en el que Karen y yo trabajábamos.
– Le he conseguido una habitación individual a tu amigo sin techo, pero no se ha presentado y me ha extrañado. No fue fácil encontrarle esa habitación. Las viviendas de renta baja desaparecen más deprisa que la selva pluvial.
– Has sido muy amable y te agradezco el esfuerzo, pero parece ser un tipo que tiene alergia a la gente, de modo que prefiere correr el riesgo de vivir en la calle.
Llegamos a su coche. Mientras montaba, comenté lo colmada que estaba su vida, el trabajo en Lionsgate, con los indigentes, contra la pena de muerte…
– ¿No te relajas nunca?
– ¿Y tú? -replicó con descaro-. A excepción de tu periplo italiano, das el callo por la mañana, por la tarde y por la noche.
Solté una carcajada pero, mientras recorría las dos manzanas que me separaban de mi coche, me di cuenta de que tenía razón. En aquellos tiempos, no estaba teniendo precisamente una buena vida.
12 Encuentro con el Martillo en la prisión
Lo primero que hice por la mañana fue llamar al Centro Libertad Aguas Impetuosas y preguntar por la hermana Frances. La mujer que respondió me dijo que la hermana no estaba en el centro aquel día y me dio su número de móvil.
– Ha salido de la ciudad para intentar encontrar vivienda a las familias de algunos de los inmigrantes arrestados en Iowa la semana pasada. Aquí no encuentra casas suficientes.
Llamé al móvil de la hermana Frances y no me sorprendió que saliera el buzón de voz. Dejé un mensaje lo más conciso que pude. Detective privada, el juicio de Steve Sawyer. Si se acordaba de algún detalle después de tantos años, le pedía por favor que me llamara.
Llegó Marilyn Klimpton, enviada por la agencia de trabajo temporal. Dediqué el resto de la jornada a trabajar con ella en mis ficheros y a crear un listado de los clientes clave.
Por la tarde, recibí la llamada de la hermana Frances. No estaba segura de si regresaría a Chicago ese mismo día, pero me daría una cita tan pronto llegara.
Le expuse mi interés por Steve Sawyer y dijo que no estaba segura de si lo que sabía me resultaría útil. «Yo no lo conocía y, cuando Harmony se desplomó a mi lado, me sentí tan conmocionada, tan abrumada, que me quedé en blanco, sin poder pensar. No fue hasta mucho después cuando intenté recordar los detalles de la manifestación y lo que recuerdo es tan… tan insustancial. Si se lo digo ahora, me temo que todo se evaporará. Dejémoslo hasta que podamos hablar cara a cara.»
Aquello fue frustrante y decepcionante. Debería haber caído en la cuenta de que, si la hermana Frances hubiese sabido quién había matado a Harmony Newsome, habría hablado cuarenta años antes. Tenía que aparcar de momento la búsqueda de Lamont, o arrinconarla al menos. En cualquier caso, debía esperar a que me llegara la transcripción del juicio y encontrar la ocasión de hablar con la señorita Claudia. Y, en una amarga ironía, Johnny Merton empezaba a configurarse como mi última esperanza.
Dado que en Stateville nada sucede deprisa, me sorprendió que mi visita a Merton se produjera antes de que llegase la transcripción y de que me reuniera con la hermana Frances. Las cartas a los reclusos suelen quedarse semanas, meses a veces, en el fondo de una saca esperando que alguien las clasifique y las reparta. Cuando Greg Yeoman me llamó, a los diez días escasos de que yo hubiese escrito a Johnny pidiéndole que me recibiera, y me comunicó que el viejo líder de la banda me recibiría, supe que el Martillo todavía tenía mucha influencia.
Mi visita a Stateville estaba programada para el día antes de que Brian Krumas diera una gran fiesta en el muelle. Antes de ir a Joliet, acompañé al señor Contreras a la caja de seguridad que tenía en un banco de su antiguo barrio para que recogiera las medallas.
Aunque estaba emocionado hasta lo indecible, hablando sin parar de la fiesta de recogida de fondos, de la ropa que creía que yo tenía que ponerme y de si debía llamar a Max Loewenthal para pedirle un esmoquin, el señor Contreras encontró tiempo para prevenirme, de nuevo, de que no me involucrara con Johnny Merton.
– El tipo tiene abogado, tú misma lo has dicho. Que sea él quien le haga las preguntas. Si sus amigos negros no quieren hablar contigo, hay muchas probabilidades de que Merton tampoco quiera hacerlo. ¿Confiarías en un detective negro que se presentara a hacerte preguntas sobre los amigos de tu infancia?
No era nuestra primera charla sobre el asunto.
– Espero que tendría la suficiente habilidad y sensatez para valorar si es sincero y tiene talento como detective. Y ni a él ni a otra persona la juzgaría por su raza.
– Bueno, sí, pero si para comer tienes que sentarte delante de un plato perfecto, te morirás de hambre, cariño, y eso es un hecho constatado. A los demás, nos resulta puñeteramente difícil ser lo bastante perfectos para ti.
Yo lo fui lo suficiente como para no decirle que fuera él solo a la maldita fiesta de recogida de fondos de Petra. Al llegar al banco, lo esperé en el vestíbulo mientras iba a recoger las medallas. Volvió radiante y lleno de justificado orgullo por su colección: una Estrella de Bronce, un Corazón Púrpura, la medalla de Buena Conducta con estrellas, y su medalla del Teatro de Operaciones Europeo, también con estrellas. Lo dejé abrillantándolas mientras yo me dirigía a la penitenciaría.
No era que me apeteciese visitar a Johnny, y lo que estaba claro es que no tenía ningunas ganas de ir a Stateville. En una ocasión, estuve encerrada. La experiencia casi me mató y la impotencia y el dolor de esos dos meses todavía pueblan mis pesadillas. La cárcel es una ronda interminable de violaciones de todos los límites humanos: el correo, el tiempo que pasas sola, el tiempo que pasas con los demás. Todo eso resulta invadido. Alguien escucha tus llamadas telefónicas. Los retretes y las duchas están abiertos a cualquier vigilante lasciva… Y tu propio cuerpo es violado constantemente y te ves impotente para protestar de los frecuentes cacheos y de que te obliguen a desnudarte.