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– Pero Matt -terció el abogado-, necesitamos saber algún detalle. Necesito una valoración de qué demonios significa exactamente todo esto.

Cowart sintió un arrebato de ira.

– No, joder, no necesitas nada. No necesitas saber ni una jodida cosa más, salvo que Becky corre peligro. Que hay un tipo peligroso ahí fuera que sabe dónde vivís y quiere arruinarme utilizando a Becky. ¿Lo entiendes? ¿Te queda claro? Eso es lo único que necesitas saber. Así que, Sandy, coge una maleta y llévate a Becky a algún sitio neutral. Por ejemplo, a Michigan con tu tía. Pero ya. Coged el primer vuelo de la mañana. Iros hasta que logre arreglar este entuerto. Lo arreglaré, os lo prometo. Pero no puedo hacer nada hasta que sepa que Becky está lejos de todo peligro, en algún sitio donde ese hombre no pueda encontrarla. Tenéis que iros ahora. ¿Lo entiendes? No merece la pena arriesgarse.

Hubo otra pausa y luego su ex mujer contestó:

– De acuerdo.

– ¡Sandy! -exclamó su marido-. Por el amor de Dios, no sabemos…

– Lo sabremos enseguida -dijo ella-. Matty, ¿me vas a llamar? ¿Llamarás a Tom y le explicarás todo esto? ¿En cuanto puedas?

– Claro.

– Dios mío -dijo el marido, y añadió-: Matty, espero que esto no sea ninguna tontería… -Titubeó y añadió-: Bueno, espero que sí lo sea. Espero que todo esto no sea más que una broma pesada. Y que cuando me llames para darme una maldita explicación, sea muy buena. No entiendo por qué no llamo ahora mismo a la policía o incluso contrato a un detective privado…

– ¡Porque la puta policía no puede evitar una amenaza! ¡No pueden hacer nada hasta que pase algo! Ella no estará a salvo aunque contrates a la puta Guardia Nacional para vigilarla. Tienes que llevarla a un lugar donde ese maníaco no pueda localizarla.

– ¿Y qué le digo a Becky? -preguntó su ex mujer-. Se va a morir de miedo con todo esto.

– Ya lo sé -respondió Cowart. La desesperación y la impotencia lo envolvían como volutas de humo-. Pero las alternativas son mucho peores.

– Ese hombre… -comenzó el abogado.

– Ese hombre es un asesino -dijo Cowart.

El abogado suspiró.

– Vale. Cogerán el primer vuelo de la mañana. ¿De acuerdo? Yo me quedaré aquí. El tipo no me amenazó a mí, ¿no?

– No.

– Vale. Bien.

Volvió a hacerse el silencio, y Cowart añadió:

– ¿Sandy?

– Dime, Matt.

– Cuando cuelgues no pienses que se trata de una tontería y que no tienes que hacer nada. Sal inmediatamente. Mantén a Becky a salvo. Yo no puedo moverme hasta que ella esté a salvo. ¿Me lo prometes?

– Lo entiendo.

– ¿Me lo prometes?

– Sí…

– Gracias -dijo. Se debatía entre el alivio y la tensión-. Os llamaré con más detalles en cuanto los tenga.

El nuevo marido gruñó en señal de asentimiento. Cowart colgó el auricular con cautela, como si fuera frágil, y volvió a recostarse en la cama del motel. Se sentía mejor y peor al mismo tiempo.

Cuando Brown y Shaeffer regresaron al motel parecía pesarles el desánimo que se sumaba al tremendo agotamiento.

– ¿Han conseguido algo? -preguntó Cowart.

– Al parecer la policía local cree que estamos locos -dijo Shaeffer-. O si no locos, que somos unos incompetentes. En el fondo, no quieren que nadie los importune. Habría sido diferente si hubieran visto la posibilidad de sacar tajada. Pero no.

Cowart asintió con la cabeza.

– ¿Y qué opciones nos quedan?

Brown respondió en voz baja.

– Perseguir a un hombre culpable de algo y sospechoso de todo sin pruebas de nada. -Soltó una leve carcajada-. Madre mía, debería haberme hecho escritor, como usted, Cowart.

Shaeffer se frotó la cara con las manos y se apartó el pelo, estirándose la piel como si de ese modo pudiera pensar con mayor claridad.

– ¿Cuántas? -preguntó, volviéndose hacia los dos hombres-. Está la primera, sobre la que usted escribió…

Los dos hombres guardaron silencio, reservándose sus miedos.

– ¿Cuántas? -insistió ella-. ¿Qué pasa? ¿Creen que sucederá algo malo si comparten información? ¿Qué podría ser peor que lo que nos está pasando?

– Joanie Shriver -respondió Cowart-. La primera, que sepamos. Luego una niña de doce años en Perrine que desapareció…

– ¿En Perrine? -dijo Shaeffer-. No me extraña que…

– ¿Qué no le extraña? -preguntó Cowart.

– Fue la primera pregunta que Ferguson me hizo cuando fui a verlo. Quería asegurarse de que yo investigaba un caso del condado de Monroe. Parecía bastante preocupado respecto adonde caía la frontera entre los condados de Dade y Monroe. Una vez estuvo seguro, se relajó.

– Joder -susurró Cowart.

– Lo de esa niña no lo sabemos con certeza -precisó Brown-. Es pura especulación…

Cowart se levantó, sacudiendo la cabeza. Fue hasta su abrigo y sacó los folios impresos que había llevado consigo todo el tiempo. Se los entregó a Brown, que los leyó rápidamente por encima.

– ¿Qué es eso? -preguntó Shaeffer.

– Nada -respondió Brown, con tono de frustración. Dobló las hojas y se las devolvió a Cowart-. ¿Así que estuvo allí?

– En efecto, estuvo allí.

– Pero no tenemos nada contra él. Ningún cuerpo, quiero decir. Pero, a juzgar por lo que dice Shaeffer, sospecho que el cuerpo debe de estar en alguna parte de los Everglades, cerca de la frontera del condado.

– Cierto. -Cowart se volvió hacia la mujer-. Ve, ya son dos. Dos por lo menos…

– Tres -agregó Brown en voz baja-. Una niña de Eatonville. Desapareció hace unos meses.

Cowart miró fijamente al teniente.

– Usted no me lo… -comenzó.

Brown se encogió de hombros.

Cowart, con las manos temblorosas por la rabia, cogió su libreta de notas.

– Estuvo en Eatonville hace seis meses. En la iglesia presbiteriana de Cristo Nuestro Salvador. Pronunció su discurso sobre Jesús. ¿Fue entonces cuando…?

– No, un poco después.

– Mierda -masculló Cowart.

– Volvió. Debió de volver allí cuando sabía que nadie lo vería.

– Sí, seguro que sí. Pero ¿cómo podemos demostrarlo?

– Yo lo demostraré.

– Fantástico. ¿Por qué no me lo dijo antes? -La voz de Cowart se quebraba por la rabia.

Brown respondió igual de enfurecido.

– ¿Decírselo? ¿Para que usted hiciera qué? ¿Para publicarlo en su puto periódico antes de que yo investigara el caso? ¿Antes de que pudiera recorrer todos los pueblos negros de Florida? ¿Quería que yo se lo dijera para poder contárselo al mundo y así salvar su reputación?

– ¡Para conseguir algo! ¿Cuántas personas van a morir mientras usted ata cabos sueltos?

– ¿Y qué coño conseguiríamos publicándolo en el periódico?

– ¡Funcionaría! ¡Sacaríamos a Ferguson de la sombra!

– Más bien eso lo alertaría y empezaría a moverse con más cautela.

– No. Toda la gente estaría prevenida…

– Claro, y así él podría cambiar su modus operandi y no habría tribunal en el mundo al que pudiéramos llevarlo jamás.

Los dos hombres se habían puesto de pie, enfrentándose con la mirada, como a punto de llegar a las manos. Shaeffer se interpuso entre ambos.

– ¿Se han vuelto locos? -los reprendió-. ¿Han perdido la chaveta? ¿No han compartido toda la información? ¿A qué viene tanto secretismo?

Cowart la miró negando con la cabeza.

– Quizás a que nadie lo cuenta todo. Especialmente la verdad.

– ¿Cuántas personas han muerto por…? -comenzó Shaeffer, pero se interrumpió, consciente de que ella misma poseía información que no quería compartir.

Pero Cowart se percató.

– ¿Qué nos está ocultando, detective?