Выбрать главу

– ¿Quiere que le fastidie la vida y que la meta en una perrera sólo porque se dejó una cacerola en el fuego, es eso?

– ¡Pero bueno! ¡Hablas de ella como si se tratara de un perro!

– ¡No, no estoy hablando de ella! ¡Y sabe muy bien de qué estoy hablando! ¡Sabe perfectamente que si la meto en un moridero no va a aguantar! ¡Joder! ¡Ya vio el número que nos montó la otra vez!

– No es necesario que seas tan maleducado, ¿sabes?

– Perdóneme, señora Carminot, perdóneme… Es que estoy muy perdido… No… No puedo hacerle eso, ¿lo entiende? Para mí sería como matarla…

– Si se queda sola, se matará ella…

– ¿Y qué? ¿Acaso no sería mejor?

– Ésa es tu manera de ver las cosas, pero yo no funciono así. Si el cartero no hubiera llegado en el momento oportuno el otro día, habría ardido toda la casa, y el problema es que no siempre va a estar ahí el cartero… Y yo tampoco, Franck… Yo tampoco… Esto ya es demasiada carga… Demasiada responsabilidad… Cada vez que me acerco a vuestra casa, me pregunto qué es lo que me voy a encontrar, y los días que no me acerco, no consigo pegar ojo. Cuando la llamo y no contesta, me pongo enferma, y al final siempre acabo por ir a ver qué le ha pasado esta vez. El accidente que tuvo la ha trastornado, ya no es la misma mujer. Se pasa el día entero en bata, ya no come, no habla, no lee el correo… Ayer, sin ir más lejos, volví a encontrármela en combinación en el jardín… Estaba totalmente helada, la pobrecita… No, esto es un sin vivir, siempre estoy imaginándome lo peor… No se la puede dejar así… No se puede. Tienes que hacer algo…

– …

– ¿Franck? ¿Franck, estás ahí?

– Sí…

– Tienes que resignarte, hijo…

– No. Vale, estoy dispuesto a meterla en un asilo porque no hay más remedio, pero no me puede pedir que me resigne, eso es imposible.

– Perrera, moridero, asilo… ¿Por qué no dices «residencia de ancianos» sencillamente?

– Porque sé muy bien cómo va a terminar esto…

– No digas eso, hay sitios que están muy bien. La madre de mi marido, por ejemplo, estuvo…

– ¿Y usted, Yvonne? ¿No se puede ocupar usted de ella del todo? Le pagaré… Le doy todo lo que quiera…

– No, eres muy amable, pero no, soy demasiado vieja. No quiero asumir una cosa así, bastante tengo ya con ocuparme de mi Gilbert… Y además tu abuela necesita seguimiento médico…

– Pensaba que era amiga suya…

– Y lo es.

– Es amiga suya, pero no le importa empujarla a la tumba…

– ¡Franck, retira ahora mismo lo que acabas de decir!

– Son todos iguales… ¡Usted, mi madre, los demás, todos! Dicen que quieren a la gente, pero en cuanto se trata de demostrarlo, todo el mundo se escaquea…

– ¡Haz el favor de no meterme en el mismo saco que a tu madre! ¡Eso sí que no! Pero qué ingrato eres, hijo… ¡Ingrato y malo!

Yvonne colgó el teléfono.

No eran más que las tres de la tarde, pero Franck sabía que no podría dormir.

Estaba agotado.

Golpeó la mesa, golpeó la pared, aporreó todo cuanto había a su alcance.

Se puso el chándal para ir a correr y se desplomó sobre el primer banco que encontró.

Al principio no fue más que un pequeño gemido, como si acabaran de pellizcarlo, y después todo su cuerpo lo abandonó. Empezó a temblar de pies a cabeza, su pecho se abrió en dos y liberó un enorme sollozo. No quería, no quería, joder. Pero ya no era capaz de controlarse. Lloró como un crío, como un desgraciado, como un tío a punto de cargarse a la única persona del mundo que lo había querido en su vida. La única a la que él había querido.

Estaba doblado en dos, desgarrado por la tristeza y lleno de mocos.

Cuando admitió por fin que ya nada podía parar aquello, se envolvió la cabeza en el jersey y cruzó los brazos.

Sentía dolor, frío y vergüenza.

Permaneció bajo la ducha, con los ojos cerrados y los músculos de la cara tensos hasta que se terminó el agua caliente. Se cortó al afeitarse porque no tenía el valor de mirarse al espejo. No quería pensar en ello. Ahora no. Ya no. Los diques eran frágiles y si se dejaba llevar, miles de imágenes arrasarían su cabeza. Nunca había visto a su abuelita en otro sitio que en esa casa. Por la mañana, en el jardín, el resto del día, en la cocina, y por la noche, sentada junto a su cama…

Cuando era niño, no podía dormir por la noche, tenía pesadillas, gritaba, la llamaba, insistiendo en que cuando cerraba la puerta, sus piernas se caían por un agujero y él tenía que agarrarse a los barrotes de la cama para no hundirse con ellas. Todas las maestras le habían aconsejado que fuera a ver a un psicólogo, las vecinas asentían gravemente con la cabeza, y le decían que lo que tenía que hacer era llevarle al sanador para que le pusiera los nervios en su sitio. En cuanto a su marido, no quería dejarla subir. «¡La que lo mima eres tú! -le decía-, ¡eres tú la que trastorna al muchacho! ¡Me cago en la mar lo que tienes que hacer es quererlo menos! Lo que tienes que hacer es dejarlo que llore un rato, para empezar se meará menos, y verás como termina por dormirse…»

Paulette decía «sí, sí, claro que sí» a todo el mundo, pero no hacía caso de nadie. Le preparaba un vaso de leche caliente con azúcar con un poco de agua de azahar, le sostenía la cabeza mientras bebía, y se sentaba en una silla. «Aquí, ¿ves?, a tu ladito.» Cruzaba los brazos, suspiraba, y se quedaba dormida a la vez que él. A menudo antes que él. No importaba, mientras estuviera ahí, a Franck le bastaba. Podía estirar las piernas…

– No queda agua caliente, te aviso… -soltó Franck.

– Ah, qué contratiempo… no sé qué decir, lo siento…

– ¡Pero deja de disculparte, joder! He sido yo el que se la ha terminado, ¿vale? He sido yo. ¡Así que no te disculpes!

– Perdona, creía que…

– ¡Bueno, mira, a mí me la suda, si quieres ir siempre en ese plan lastimero, es tu problema…!

Salió del cuarto de baño y fue a plancharse el uniforme. Necesitaba urgentemente comprarse alguna chaqueta más porque ya no conseguía tener siempre alguna a punto para el servicio, limpia y planchada. No tenía tiempo. Nunca tenía tiempo. ¡Nunca tenía tiempo para nada, joder!

Sólo libraba un día a la semana, ¡y no se lo iba a pasar en un asilo de viejos en el quinto cuerno, mirando lloriquear a su abuela!

Philibert ya se había instalado en su sillón con sus pergaminos, sus escudos y toda la pesca.

– Philibert…

– ¿Sí?

– Esto… mira… Quería disculparme por lo de antes, es que… En este momento estoy muy puteado, y estoy a la que salto, sabes… Además estoy baldao, tío…

– No tiene importancia…

– Sí, sí que la tiene.

– No, mira, lo importante es que digas «quería pedirte disculpas», y no «quería disculparme». No puedes disculparte tú solo, no es correcto lingüísticamente hablando…

Franck se lo quedó mirando un momento antes de sacudir la cabeza:

– Desde luego, tío, mira que estás pirao