Yvonne Carminot estaba pensativa: ¿de modo que era eso, una vida? ¿Tan poco pesaba? ¿Tan ingrata era? Y sin embargo, Paulette… ¡Qué mujer más guapa había sido! ¡Y qué buena! Qué radiante era antaño… Y entonces, ¿dónde había ido a parar todo aquello?
En ese momento, los labios de la anciana empezaron a moverse. En un segundo, Yvonne se sacudió de encima toda esa filosofía que le estorbaba:
– Paulette, soy Yvonne. No pasa nada. Paulette mía… Había venido para ir a la compra y…
– ¿Estoy muerta? ¿Estoy ya muerta? -murmuró.
– ¡Pero claro que no, Paulette! ¡Claro que no! ¡Claro que no está usted muerta, mujer!
– Ah -dijo la anciana, cerrando los ojos-, ah…
Ese «ah» era horroroso. Una sola sílaba decepcionada, desalentada, y resignada ya.
Ah, no estoy muerta… Ah, vaya… Ah, pues qué se le va a hacer… Ah, disculpe…
Yvonne no lo veía así:
– ¡Vamos! ¡Hay que vivir, Paulette! ¡Hay que vivir, caramba!
La anciana movió la cabeza de derecha a izquierda. Casi imperceptiblemente y muy despacio. Minúscula pena triste y terca. Minúscula rebelión.
La primera tal vez…
Y luego, silencio. Yvonne ya no sabía qué decir. Se sonó la nariz y volvió a tomar la mano de su amiga, con más delicadeza esta vez.
– Me van a meter en un asilo, ¿verdad?
Yvonne dio un respingo:
– ¡Que no, mujer, no la van a meter en un asilo! ¡No, mujer! ¿Y por qué dice usted eso? ¡La van a curar y listo! ¡En unos días estará en su casa!
– No. Sé muy bien que no…
– ¡Anda, vaya unas cosas se le ocurren! ¿Y eso por qué, vamos a ver?
El bombero le hizo un gesto con la mano para pedirle que no hablara tan alto.
– ¿Y mi gato?
– Ya me ocuparé yo de su gato… No se apure.
– ¿Y mi Franck?
– Ya lo vamos a llamar, a su chico, enseguida lo llamamos. Yo me encargo.
– No encuentro su número. Lo he perdido…
– ¡Ya lo encontraré yo!
– Pero no hay que molestarlo, ¿eh?… Trabaja mucho, ¿sabe?
– Sí, Paulette, ya lo sé. Le dejaré un mensaje. Ya sabe cómo son esas cosas hoy en día… Los chicos tienen todos móvil… Ya no se les molesta…
– Le dirá usted que… que me… que…
La anciana se ahogaba.
Cuando el vehículo acometió la cuesta del hospital, Paulette Lestafier murmuró llorando: «Mi huerto… Mi casa… Llévenme a mi casa por favor…»
Yvonne y el joven camillero ya se habían puesto de pie.
4
– ¿Cuándo fue la última vez que tuvo la regla?
Estaba ya detrás del biombo, peleándose con las perneras de su pantalón vaquero. Suspiró. Sabía que le iba a hacer esa pregunta. Lo sabía. Y eso que se había preparado una treta… Se había recogido el pelo con una horquilla de plata muy pesada, y se había subido al dichoso peso cerrando los puños y tensando el cuerpo lo más posible. Incluso había dado algún saltito para mover la aguja… Pero nada, no había sido suficiente, y ahora tendría que tragarse el sermón del medico…
Ya lo había visto antes en su manera de arquear la ceja al palparle el abdomen. Sus costillas, sus caderas demasiado prominentes, sus ridículos pechos y sus muslos descarnados, todo eso lo contrariaba.
Terminó de abrocharse el cinturón tranquilamente. Esta vez no tenía nada que temer. Estaba en el medico del trabajo, no en el del colegio. Un trámite sin más, y fuera.
– ¿Y bien?
Ahora estaba sentada frente a él, sonriéndole.
Era su arma mortífera, su estrategia secreta, su pequeño truco. Sonreír a un interlocutor que te pone nerviosa, todavía no se ha inventado nada mejor para escaquearse de algo. Desgraciadamente, el muy granuja había ido a la misma escuela… Apoyó los codos sobre la mesa, entrecruzó los dedos de las manos, y sobre todo puso una sonrisa que te desarmaba. No le quedaba otra con la que contestar. De hecho, tendría que habérselo imaginado, era guapo, y ella no había podido evitar cerrar los ojos cuando le tocó el abdomen…
– ¿Y bien? Sin mentiras, ¿eh? Si no, prefiero que no me conteste.
– Hace tiempo…
– Por supuesto -dijo él con una mueca-, por supuesto… Cuarenta y ocho kilos y un metro setenta y tres, a este paso pronto adiós perfil…
– ¿Cómo que adiós perfil? -preguntó ella ingenuamente.
– Pues… que si se pone usted de perfil ya no se la va a ver…
– ¡Ah! ¡De perfil! Perdone, no conocía esa expresión…
Parecía a punto de contestar algo, pero luego no. Se inclinó para coger una receta, suspirando, antes de volver a mirarla a los ojos:
– ¿No se alimenta?
– ¡Pues claro que me alimento!
Un gran cansancio la invadió de pronto. Estaba hasta las narices de toda esa palabrería sobre su peso, ya había tenido bastante. Llevaban casi veintisiete años dándole la tabarra con eso. ¿Es que no se podía hablar de otra cosa? ¡Estaba ahí, joder! Estaba viva. Vivita y coleando. Tan activa como las demás. Tan alegre, tan triste, tan valiente, tan sensible y tan desalentadora como cualquier otra chica. ¡Había alguien ahí dentro! Había alguien…
¿Por favor, es que no podían hablarle de otra cosa de una vez?
– ¿Estará de acuerdo conmigo, verdad? Cuarenta y ocho kilos, no es mucho que digamos…
– Sí -asintió ella, vencida-, sí… Estoy de acuerdo con usted… Hacía tiempo que no había llegado tan bajo… Yo…
– ¿Usted qué?
– No, nada.
– Dígame.
– He… He vivido momentos mejores, creo…
El médico no reaccionaba.
– ¿Me va a hacer el certificado?
– Sí, sí, se lo voy a hacer -contestó, saliendo de su ensimismamiento-. Esto… ¿Que empresa era?
– ¿Cuál?
– Esta en la que estamos, o sea, la suya…
– Todoclean.
– ¿Disculpe?
– Todoclean.
– T mayúscula, o-d-o-c-l-i-n -deletreó el médico.
– No, c-l-e-a-n -rectificó ella-. Ya lo sé, no es muy lógico que digamos, mejor hubiera sido «Todolimpio», pero me imagino que les gustaba un toque yanqui, ¿ve usted?… Suena más profesional, más… wonderful dream team…
El médico no caía.
– ¿En qué consiste exactamente?
– ¿Perdón?
– La empresa, digo.
Se reclinó sobre el respaldo, extendiendo los brazos hacia delante para estirarse, y con una voz como de azafata expuso, con total seriedad, los pormenores de sus nuevas funciones:
– Todoclean, señoras y señores, responde a todas sus exigencias en materia de limpieza. Particulares, profesionales, oficinas, sindicatos, gabinetes, agencias, hospitales, viviendas, edificios o talleres, Todoclean está aquí para su satisfacción. Todoclean ordena, Todoclean limpia, Todoclean barre, Todoclean aspira, Todoclean encera, Todoclean restriega, Todoclean desinfecta, Todoclean saca brillo, Todoclean embellece, Todo clean higieniza y Todoclean desodoriza. Horario a su gusto. Flexibilidad. Discreción. Trabajo cuidado y tarifas ajustadas. ¡Todoclean, profesionales a su servicio!
Soltó ese admirable discurso de una vez y sin respirar. El doctorcito se quedó pasmado.
– ¿Es una broma?