– ¡Espero que no le lleve tanto tiempo! Ah, ¿oye la puerta? Debe de ser el médico…
– ¿Philibert?
– ¿Sí?
– No llevo nada encima… ni talonario, ni dinero, nada…
– No se preocupe. Ya arreglaremos eso más tarde… Cuando llegue el momento del tratado de paz…
23
– ¿Y bien?
– Está dormida.
– Ah…
– ¿Es familiar suyo?
– Es una amiga…
– ¿Qué tipo de amiga?
– Pues es… esto… una vecina, o sea, u… una vecina amiga -se trabó Philibert.
– ¿La conoce bien?
– No. No muy bien.
– ¿Vive sola?
– Sí.
El médico esbozó una mueca.
– ¿Le preocupa algo?
– Sí, por así decirlo, sí… ¿Tiene usted una mesa? ¿Algún sitio donde pueda sentarme?
Philibert lo llevó a la cocina. El médico sacó su libreta de recetas.
– ¿Conoce su apellido?
– Fauque, creo…
– ¿Lo cree o está seguro?
– ¿Su edad?
– Veintiséis años.
– ¿Seguro?
– Sí.
– ¿Trabaja?
– Sí, en una empresa de mantenimiento.
– ¿Cómo?
– Limpia oficinas…
– ¿Estamos hablando de la misma persona? ¿De la chica que descansa en esa gran cama antigua al fondo del pasillo?
– Sí.
– ¿Sabe cuál es su horario de trabajo?
– Trabaja por la noche.
– ¿Por la noche?
– Sí, bueno, a primera hora de la noche, cuando las oficinas se quedan vacías…
– Parece usted contrariado -se atrevió a decir Philibert.
– Lo estoy. Su amiga está agotada… Francamente, no le queda ni un gramo de fuerza… ¿Se había dado usted cuenta de ello?
– No, bueno, sí… Saltaba a la vista que tenía mala cara, pero yo… El caso es que no la conozco muy bien, ¿sabe?… Yo… Yo me limité a ir a buscarla la otra noche porque no tiene calefacción y…
– Escúcheme, le voy a hablar claramente: dado su estado de anemia, su peso y su tensión, podría hospitalizarla inmediatamente, pero cuando le he mencionado esta posibilidad, me ha parecido tan angustiada que… Bueno, yo no tengo su historial, ¿comprende? No conozco ni su pasado, ni sus antecedentes, y no quiero precipitarme, pero cuando se encuentre un poco mejor, tendrá que someterse a una serie de pruebas, es evidente…
Philibert se retorcía las manos.
– Mientras tanto, una cosa está muy clara: tiene usted que ayudarla a recuperarse. Es absolutamente necesario que la obligue a alimentarse y a dormir, porque si no… Bueno, por ahora le voy a firmar una baja de diez días. Aquí tiene también una receta para los analgésicos y la vitamina C, pero se lo repito: nada de esto podrá sustituir nunca un buen filetón, pasta, verdura y fruta fresca, ¿comprende?
– Sí.
– ¿Tiene familia en París?
– No lo sé. ¿Y la fiebre?
– Un gripazo. No hay nada que hacer… Esperar a que pase… Vigile que no se abrigue demasiado, evite las corrientes, y oblíguela a guardar cama durante varios días…
– Bueno…
– ¡Ahora el que parece preocupado es usted! Bueno, es verdad que se lo he pintado todo muy negro, pero… tampoco tanto en realidad… ¿La cuidará bien, verdad?
– Sí.
– Y dígame, ¿ésta es su casa?
– Pues… sí…
– ¿Cuántos metros cuadrados tiene en total?
– Algo más de trescientos…
– ¡Caray! -exclamó el médico con un silbido-. Tal vez le parezca un poco indiscreto pero, ¿qué hace usted en la vida?
– Arca de Noé.
– ¿Cómo?
– No, nada. ¿Qué le debo?
24
– Camille, ¿está usted durmiendo?
– No.
– Mire, tengo una sorpresa para usted…
Abrió la puerta y entró empujando su chimenea sintética.
– He pensado que le haría ilusión…
– Huy… Es usted muy amable, pero no me voy a quedar aquí, ¿sabe…? Mañana me subo a mi casa…
– No.
– No, ¿qué?
– Subirá usted cuando también suba el barómetro, mientras tanto se quedará aquí para descansar, lo ha dicho el médico. Y le ha dado diez días de baja…
– ¿Tantos?
– Pues sí…
– Tengo que mandarla…
– ¿Cómo?
– La baja…
– Voy a buscarle un sobre.
– No, pero… No puedo quedarme tanto tiempo, no… No quiero.
– ¿Prefiere ir al hospital?
– No bromee con eso…
– No estoy bromeando, Camille.
Camille se echó a llorar.
– No les dejará que me lleven al hospital, ¿verdad?
– ¿Se acuerda de la guerra de la Vendée?
– Pues… No mucho, no…
– Ya le prestaré unos cuantos libros… Mientras tanto recuerde que está en casa de los Marquet de la Durbellière, ¡y que aquí no les tenemos miedo a los Bleus!
– ¿Los Bleus?
– La República. Quieren meterla en un hospital público, ¿no es así?
– Seguramente…
– Entonces no tiene usted nada que temer. ¡Echaré aceite hirviendo a los camilleros por el hueco de la escalera!
– Está usted totalmente chalado…
– ¿No lo estamos todos un poco? ¿Por qué se ha rapado usted la cabeza, vamos a ver?
– Porque ya no tenía fuerzas para lavarme el pelo en el pasillo…
– ¿Se acuerda de lo que le dije sobre Diana de Poitiers?
– Sí.
– Pues bien, acabo de encontrar algo en mi biblioteca, espere…
Volvió con un libro de bolsillo deteriorado, se sentó en el borde de la cama y carraspeó.
– Toda la Corte -salvo la señora d'Étampes, por supuesto (más tarde le diré por qué)- convenía en que era adorablemente hermosa. Se imitaban sus andares, sus gestos, sus peinados. De hecho, sirvió para establecer los cánones de belleza, los cuales todas las mujeres, durante cien años, buscaron ardientemente seguir:
Tres cosas blancas: la piel, los dientes, las manos.
Tres negras: los ojos, las cejas, los párpados.
Tres rojas: los labios, las mejillas, las uñas.
Tres largas: el cuerpo, el cabello, las manos.
Tres cortas: los dientes, las orejas, los pies.
Tres estrechas: la boca, la cintura, el empeine.
Tres gruesas: los brazos, los muslos, las pantorrillas.
Tres pequeñas: el pezón, la nariz, la cabeza.
Una bonita forma de expresarlo, ¿verdad?
– ¿Y cree usted que me parezco a ella?
– Sí, bueno, según ciertos criterios…
Estaba colorado como un tomate.
– No… no todos, por supuesto, pero ¿sa… sabe usted?, es una cuestión de estilo, de gra… gracia, de… de…
– ¿Es usted quien me ha desnudado?
Se le cayeron las gafas sobre el regazo y se puso a ta… tartamudear como nunca.
– Yo… yo… Sí, o sea… yo… yo… Muy ca… castamente, se lo pro… prometo, primero la ta… tapé con las sábanas, y…
Camille le tendió sus gafas.
– ¡Eh, no se ponga así! Era sólo por saberlo, nada más… Estoo… ¿estaba también el otro?
– ¿Q… quién?
– El cocinero…
– No. ¡Por supuesto que no!
– Ah, bueno, menos mal… Ayyy… Me duele tanto la cabeza…
– Voy a bajar a la farmacia… ¿Necesita algo más?
– No. Gracias.
– Muy bien. Ah, sí, tenía que decirle que… nosotros aquí no tenemos teléfono… pero si quiere avisar a alguien, Franck tiene un móvil en su habitación y…
– No hace falta, gracias. Yo también tengo uno… Sólo necesito el cargador, que lo tengo arriba…