– ¡No, mujer, no! ¡Por supuesto que no! ¡Por Dios, si ustedes dos no navegan por las mismas aguas! Pero, ¿ha… ha visto usted cómo escribe? ¿Lo ha oído reír cuando escucha las groserías de ese estúpido pre… presentador? ¿Lo ha visto alguna vez leer algo que no sean sus revistas de motos de segunda mano? Pe… pero bueno, ¡pero si este chico tiene dos años de edad mental! Po… pobre, no es culpa suya… Me… me imagino que debió de entrar a trabajar en una cocina muy joven, y desde en… entonces no ha salido… Vamos, tó… tómese las cosas con un poco de distancia… Sea más tolerante, «pase de todo», como dicen ustedes…
– …
– ¿Sabe lo que me contestaba mi madre cuando me atrevía a evocar (con una voz a… apenas audible) la mitad de la mitad de los horrores a los que me sometían mis compañeros de cuarto, en el internado?
– No.
– «Aprenda, hijo mío, que las babas del sapo no alcanzan a la blanca paloma.» Eso me contestaba…
– ¿Y le consolaba?
– ¡En absoluto! ¡Al contrario!
– ¿Lo ve…?
– Sí, pero usted, con usted no es lo… lo mismo. Ya no tiene doce años… Y además no se trata aquí de tener que be… beberse el orín de un mocoso…
– ¿Le obligaron a hacer eso?
– Desgraciadamente, sí…
– Entonces claro… Entonces comprendo que lo de la blanca paloma, a usted…
– Como usted bien dice, lo de la blanca pa… paloma, nunca pude digerirlo… De hecho, aún la… la tengo aquí atragantada -bromeó Philibert algo forzadamente, señalándose la nuez.
– Sí… Bueno, veremos cómo van yendo las cosas…
– Y además, la verdad es muy simple, y usted sabe cuál es tan bien como yo: está ce… celoso. Se muere de celos. Intente ponerse en su lugar… Tenía la casa para él so… solo… iba y venía cuando y como le daba la gana, a menudo en calzoncillos, o persiguiendo a sus chicas por los pasillos. Podía gritar, blasfemar, eructar cuando quisiera, y nuestra relación se limitaba a algunos intercambios de orden p… práctico sobre el estado de la fontanería o las reservas de papel higiénico…
»Yo casi nunca salía de mi habitación y cuando necesitaba concentrarme me ponía tapones en los oídos. Franck estaba aquí como un rey… Hasta tal punto que incluso debía de tener la impresión de que, in fine, ésta era su casa… Y de pronto llega usted, y todo se va al traste. No sólo tiene que subirse la bragueta, sino que además sufre de nuestra complicidad, nos oye reír a veces y le… le llegan retazos de conversaciones de las que me imagino no debe de entender gran cosa… No de… debe de resultar fácil para él, ¿no cree?
– No pensaba que yo pudiera abultar tanto en esta casa…
– No, al contrario, es usted mu… muy discreta, pero si quiere que… que le diga la verdad… creo que usted le impone…
– ¡Ésta sí que es buena! -exclamó Camille-. ¿Yo? ¿Que yo le impongo? No lo dirá usted en serio. Pero si nunca antes me había sentido tan despreciada…
– ¿Pero qué dice, insensata? Este chico no tiene mucha cultura, eso es un hecho, pero está lejos de ser e… estúpido, y no se puede decir que sus novietas y usted jueguen en la misma liga precisamente, ¿sabe…? ¿Ha coincidido ya con a… alguna desde que está aquí?
– No.
– Pues ya verá usted, ya… Es s… sorprendente, de verdad… Sea como fuere, se lo ruego, manténgase por encima de todo esto. Hágalo por mí, Camille…
– Pero no me voy a quedar aquí mucho tiempo, lo sabe muy bien…
– Yo tampoco. Él tampoco, pero mientras tanto, intentemos vivir como buenos vecinos… El mundo ya da bastante miedo de por sí, ¿no le parece? Y además, me… me hace usted ta… tartamudear cuando dice to… tonterías…
Camille se levantó para apagar el fuego.
– N… no parece usted muy convencida…
– Sí, sí, lo voy a intentar. Pero no se me dan muy bien este tipo de enfrentamientos… En general tiro la toalla antes de empezar siquiera a buscar mis argumentos…
– ¿Por qué?
– Porque sí.
– ¿Porque es menos cansado?
– Sí.
– No es una buena estrategia, créame. A… a largo plazo, será su ruina.
– Ya lo ha sido.
– A propósito de estrategia, la semana que viene voy a asistir a una co… conferencia sobre las artes militares de Napoleón Bonaparte, ¿le apetece acompañarme?
– No, pero ahora que lo menciona, le escucho; hábleme de Napoleón…
– ¡Ah! Tema amplísimo este… ¿Quiere limón con el té?
– ¡Quite, quite! ¡Yo el limón ya no lo toco! De hecho, ya no pienso tocar nada…
Philibert la miró con aire reprobador:
– Manténgase p… por encima de todo eso, le he dicho.
6
El tiempo recuperado, vaya nombrecito para un sitio al que la peña iba a palmarla… Desde luego, a quién se le ocurre…
Franck estaba de mal humor. Su abuela ya no le dirigía la palabra desde que estaba allí ingresada, y él tenía que estrujarse la cabeza desde que salía de París para encontrar cosas que contarle. La primera vez no había pensado en nada, y se pasaron la tarde mirándose sin decir nada… Por fin se colocó delante de la ventana, y se puso a comentar en voz alta lo que ocurría en el aparcamiento: los familiares cargando y descargando viejos en los coches, las parejas discutiendo, los niños correteando entre los coches, uno que acababa de llevarse una colleja, una chica llorando, que si el Porsche Roadster, la Ducati, el serie 5 nuevecito y el continuo ir y venir de las ambulancias. Una jornada verdaderamente apasionante.
La señora Carminot se encargó del traslado y él llegó tan campante el primer lunes, sin imaginarse ni remotamente lo que lo esperaba…
Para empezar el lugar en sí… Por motivos económicos, se había tenido que contentar con una residencia pública construida deprisa y corriendo en las afueras de la ciudad, entre un restaurante de carretera y una planta de tratamiento de residuos. Una Zona de Urbanización Concertada, una Zona de Intervención Urbanística, una Zona de Urbanización Prioritaria, una mierda. Una gran mierda colocada en medio de ninguna parte. Se perdió, y se tiró dando vueltas más de una hora por todas esas naves gigantescas buscando un nombre de calle que no existía y parándose en cada rotonda para tratar de descifrar unos planos incomprensibles, y cuando por fin aparcó la moto, y se quitó el casco, por poco sale volando del viento que hacía. «¿Pero de qué va esta movida? ¿Desde cuándo se planta a los viejos en plena corriente? Y yo que siempre había oído decir que el viento les hace perder la cabeza… Joder… Por favor, no puede ser verdad… No puede estar aquí… Que me haya equivocado, por favor…»
Dentro hacía un calor infernal, y conforme se iba acercando a su habitación, Franck notaba un nudo cada vez más grande en la garganta, tan grande que necesitó varios minutos antes de poder pronunciar una sola palabra.
Todos esos viejos tan feos, tristes, deprimentes, venga a quejarse y a gemir, arrastrando las zapatillas, haciendo ruidos de succión con la boca, con las dentaduras postizas, esos viejos con esos tripones y esos brazos esqueléticos. Uno con un tubo en la nariz, otro que hablaba solo en un rincón, y una hecha un ovillo en la silla de ruedas, como si le acabara de dar un ataque de tetania… Hasta se le veían las medias y el pañal…
¡Y qué calor, hostia! ¿Por qué no abrían nunca las ventanas? ¿Para que la palmaran antes?
Cuando volvió el lunes siguiente, se dejó puesto el casco hasta la habitación 87 para no tener que volver a ver nada de aquello, pero una enfermera lo pilló por banda y le ordenó que se lo quitara inmediatamente porque estaba asustando a los ancianos.
Su abuela ya no le dirigía la palabra, pero buscaba sus ojos para quedárselo mirando, para desafiarlo y avergonzarlo: «¿Qué? ¿Estás orgulloso, hijo? Contéstame. ¿Estás orgulloso?» Eso le repetía en silencio mientras él apartaba las cortinas, buscando su moto con la mirada.