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»Así que, ea, mira, ésa es mi vida: nada. No hago nada. No veo nada. No conozco nada y lo peor es que no entiendo nada… En toda esta mierda sólo había una cosa positiva, una nada más, y era la casa que había encontrado, con esta especie de tío raro del que suelo hablarte. Ese que es noble, ¿te acuerdas? Bueno, pues hasta eso, últimamente, es una mierda… Se ha traído a casa a una tía que vive ahora con nosotros, y que me toca las pelotas de una manera que no te puedes ni imaginar… ¡Y ni siquiera es su novia! No sé si ese tío llegará a mojar alguna vez, esto… perdón, no sé si llegará a dar el paso alguna vez… No, no es más que una pobre chica que le ha dado por proteger, y ahora, el ambiente en casa es francamente difícil, y tendré que buscarme otro sitio… Pero bueno, eso no es tan grave, me he mudado tantas veces que ya no es que me importe mucho… Ya me las apañaré… Pero en cambio, contigo, no me las puedo apañar, ¿entiendes? Por una vez, tengo un buen jefe. Te cuento a menudo que siempre anda gritando y tal, pero a pesar de eso es un tío legal. No sólo se trabaja bien con él, sino que encima es un crack… Con él de verdad tengo la impresión de estar progresando, ¿entiendes? Así que no me puedo largar así como así, en todo caso no antes de finales de julio. Porque le he dicho lo que pasaba contigo, ¿sabes? Le he dicho que quería volver a trabajar por aquí para estar más cerca de ti y sé que me ayudará, pero con el nivel que tengo ya, no quiero aceptar cualquier cosa. Si vuelvo por aquí, será para ser segundo cocinero en un restaurante normal, o para ser chef en uno de cocina tradicional. Ya no quiero hacer de criado, ya he tenido bastante… Así que tienes que tener paciencia, y dejar de mirarme con esa cara porque si no, te lo digo claramente: ya no vendré más a verte.

»Te lo repito, sólo tengo un día libre a la semana y si ese día me tiene que deprimir, entonces estoy apañado… Además, llegan las fiestas de Navidad y voy a currar aún más que de costumbre, así que tú también tienes que ayudarme un poco, joder…

»Espera, una última cosa… Me ha dicho una empleada que no querías ver a los demás viejos, que conste que te entiendo porque tus amiguitos no parecen la alegría de la huerta, pero por lo menos podrías hacer un pequeño esfuerzo… A lo mejor, quién sabe, también hay por aquí otra Paulette, escondida en su habitación, tan perdida como tú… A lo mejor a ella también le gustaría hablar de su jardín y de su maravilloso nieto, ¿pero cómo quieres que te encuentre si te quedas aquí encerrada, de morros, como una cría?

Paulette lo miraba desconcertada.

– Bueno, pues ya está, he dicho todo lo que me agobiaba, y ahora no puedo levantarme porque me duele el c… el trasero. Bueno, a ver, ¿qué estás cosiendo ahí?

– ¿Eres tú, Franck? ¿Eres tú de verdad? Es la primera vez en mi vida que te oigo hablar durante tanto tiempo… ¿No estarás enfermo, no?

– Qué va, no estoy enfermo, sólo cansado. Estoy hasta el cuello, ¿entiendes?

Paulette se lo quedó mirando largo rato y luego sacudió la cabeza como si por fin despertara de su torpor. Le mostró su labor:

– Huy, no es nada… Es de Nadège, una chiquita muy amable que trabaja aquí por las mañanas. Es su jersey, se lo estoy zurciendo… Ya que estamos, ¿me puedes enhebrar la aguja, que no encuentro mis gafas?

– ¿No te importa volverte a la cama, para que yo me pueda sentar en el sillón?

En cuanto se repantingó en el sillón, se quedó dormido.

El sueño de los justos.

Lo despertó el sonido de la bandeja.

– ¿Qué es eso?

– La cena.

– ¿Por qué no bajas al comedor?

– La cena siempre nos la sirven en la habitación…

– ¿Pero qué hora es?

– Las cinco y media.

– ¿Pero de qué va esta gente? ¿Os hacen cenar a las cinco y media?

– Sí, los domingos es así. Para que se puedan marchar antes…

– Pues vaya… ¿Pero qué es eso? Qué mal huele, ¿no?

– No sé lo que es y prefiero no saberlo…

– ¿Qué es? ¿Pescado?

– No, parece más bien un gratén de patatas, ¿no crees?

– Qué dices, pero si huele a pescado… Y esa cosa marrón de ahí, ¿qué es?

– Una compota…

– Anda ya…

– Sí, creo que sí…

– ¿Estás segura?

– Huy, qué sé yo…

En ese punto estaban de su investigación cuando volvió a aparecer la chica:

– ¿Ya? ¿Ha terminado?

– Pero oiga -intervino Franck-, si acaba de traerle la bandeja hace dos minutos… ¡Déjele al menos tiempo para comer tranquilamente!

La chica se marchó dando un portazo.

– Es así todos los días, pero los domingos es aún peor… Tienen prisa por marcharse… No se les puede culpar, ¿eh?

La anciana bajó la cabeza.

– Ay, pobre abuela… Todo esto es una mierda… Una mierda…

Paulette dobló su servilleta.

– ¿Franck?

– ¿Qué?

– Quería pedirte perdón…

– No, la culpa es mía. Nada funciona como a mí me gustaría. Pero no importa, ya empiezo a acostumbrarme…

– ¿Me la puedo llevar ya?

– Sí, sí, llévesela…

– Felicite al cocinero, señorita -añadió Franck-, de verdad, estaba todo delicioso…

– Bueno, pues me voy a ir yendo…

– ¿Te importa esperar a que me ponga el camisón?

– Vale.

– Ayúdame a levantarme…

Oyó ruido de agua en el cuarto de baño y se volvió de espaldas púdicamente mientras su abuela se metía en la cama.

– Apaga la luz, mi vida.

Paulette encendió su lamparita de noche.

– Ven, siéntate aquí, un minutito nada más…

– Sólo un minutito, ¿eh? Que no vivo a la vuelta de la esquina…

– Un minutito.

Apoyó la mano en la rodilla de su nieto y le hizo una pregunta del todo inesperada:

– Dime una cosa, esa chica de la que me hablabas antes… La que vive con vosotros… ¿Cómo es?

– Tonta, pretenciosa, flaca y tan chalada como Philibert…

– Caray…

– Y…

– ¿Qué?

– Parece una intelectual… No, no es que lo parezca, lo es. Philibert y ella siempre están metidos en sus libros, y como todos los intelectuales, son capaces de hablar durante horas de cosas que le traen al pairo a todo el mundo, pero además, lo más raro es que trabaja de señora de la limpieza…

– ¿De verdad?

– De noche…

– ¿De noche?

– Sí… Ya te digo, es de lo más rara… Y si vieras lo flaca que está… Te daría hasta pena…

– ¿Es que no come?

– Ni idea. Me trae sin cuidado.

– ¿Cómo se llama?

– Camille.

– ¿Cómo es?

– Ya te lo he dicho.

– ¿Cómo es de cara?

– Eh, ¿pero por qué me preguntas todo esto?

– Para que te quedes más tiempo conmigo… No, porque me interesa.

– Pues a ver, tiene el pelo muy corto, casi rapado, castaño, castaño claro… Tiene los ojos azules, creo. Yo qué sé… bueno, claros en todo caso. Y… ¡bueno, yo qué sé, te he dicho que paso!

– Y su nariz, ¿cómo es?

– Normal y corriente.

– …

– También me parece que tiene pecas… Y también… ¿Por qué sonríes?

– Por nada, dime, te estoy escuchando…

– No, paso, me largo, que eres una pesada…

7

– Odio el mes de diciembre. Tanta fiesta me deprime…

– Ya lo sé, mamá. Es la cuarta vez que me lo dices desde que estamos aquí…