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– Porque sí… Porque no tiene ningún sentido… Es un trabajo de esclavos… ¿Tú has visto mi vida cómo es? De locos. Bueno… esto… no me gusta nada hablar de mí… ¿Y tu libro, entonces, de qué iba?

– Sí, mi libro… Pues es el diario íntimo que escribió Durero durante su viaje a los Países Bajos entre 1520 y 1521… Es una especie de cuaderno, o de agenda… Es sobre todo la prueba de que hago mal en considerarlo un dios. La prueba de que él también era un tipo normal y corriente. Un tipo que contaba su dinero, que se ponía furioso cuando se daba cuenta de que acababa de dejarse enganchar por alguien, que siempre dejaba tirada a su mujer, que no podía evitar perder dinero en el juego, un tipo ingenuo, goloso, machista y también un poco orgulloso… Pero bueno, nada de esto importa demasiado, al contrario, lo hace más humano… Y… entonces…

– Sí.

– Al principio, el viaje lo emprende por un motivo muy serio, a saber, su supervivencia, la de su familia y las personas que trabajaban con él en su taller… Hasta ese momento, estaba bajo la protección del emperador Maximiliano I. Un megalómano perdido que le había hecho un encargo descabellado: representarlo a la cabeza de un cortejo extraordinario para inmortalizarlo para siempre… Una obra que será realizada por fin unos años más tarde, y que llegará a medir más de cincuenta y cuatro metros de largo… ¿Te haces una idea?

»Para Durero, era lo mejor que le podía pasar… Años de trabajo asegurado… Pero mala suerte, Maximiliano la palma poco después, y por ello, su renta anual queda en entredicho… Un drama… De modo que aquí tenemos a nuestro hombre, que se echa a los caminos con su mujer y su criada, para congraciarse con Carlos V, el futuro emperador, y con Margarita de Austria, la hija de su antiguo protector, porque es absolutamente necesario para él recuperar esa renta oficial…

»Éstas son pues las circunstancias… De modo que al principio de su viaje Durero está un poco agobiado, pero eso no le impide ser un turista perfecto, que se maravilla ante todo: los rostros, las costumbres, los trajes. Va a visitar a otros pintores, a artesanos, para admirar su obra. Entra en todas las iglesias, compra un montón de chucherías recién llegadas del Nuevo Mundo: un loro, un babuino, un caparazón de tortuga, coral, canela, y sobre todo, entusiasmo como para parar un tren, etc. Se comporta como un niño… Llegará incluso a dar un rodeo para ver una ballena varada pudriéndose a orillas del Mar del Norte… Y, por supuesto, dibuja. Como un loco. Tiene cincuenta años, está en la cumbre de su talento, y haga lo que haga, un loro, un león, una morsa, un candelabro o el retrato del posadero es… es…

– ¿Qué?

– Toma, míralo tú mismo…

– ¡No, no, que yo no entiendo nada de esto!

– ¡Pero que no hace falta entender! Mira este anciano de aquí, ¿a que impone…? Y este joven tan guapo, ¿ves qué orgulloso se siente? ¿Ves cuánta seguridad en sí mismo aparenta? Se parece a ti, mira tú por donde… La misma altanería, la misma nariz…

– ¿Ah, sí? ¿Te parece guapo?

– Tiene un poco cara de tonto, ¿no?

– Es por el sombrero…

– Ah, sí… Tienes razón -sonrió Camille-, debe de ser por el sombrero… ¿Y esa calavera de ahí? No me digas que no es adorable… Parece que nos estuviera desafiando, provocando: «Eh… a vosotros también os llegará la hora, chicos… Esto es lo que os espera…»

– A ver.

– Ésta. Pero lo que más me gusta son sus retratos, y lo que me fascina es la desenvoltura con la que los realiza. Aquí, en el transcurso de este viaje, los utiliza sobre todo como moneda de cambio, como un trueque, ni más ni menos: tu habilidad a cambio de la mía, tu retrato a cambio de una cena, un rosario, una baratija para mi mujer, o un abrigo de piel de conejo… Me hubiera encantado vivir en esa época… Para mí el trueque es una economía fantástica…

– ¿Y cómo acaba? ¿Al final recupera el dinero?

– Sí, pero a qué precio… la gordinflona de Margarita lo desprecia, la muy tonta llegó incluso a rechazar el retrato de su padre, que Durero había hecho sólo para ella… ¡Así que él lo cambió por unas sábanas! Además, volvió enfermo, pilló no sé qué cosa al ir a ver a la ballena, justamente… La fiebre de los pantanos, creo… Anda, mira, ahí tienes una máquina libre…

Franck se levantó suspirando.

– Date la vuelta, no quiero que veas mis gayumbos…

– Huy, los tuyos no me hace falta verlos para imaginármelos… los de Philibert serán más bien boxers sueltos, de rayas, pero tú, seguro que llevas esos boxers apretaditos, con la marca en la goma de la cintura…

– Pero qué lista eres… Anda, mira para otro lado de todas maneras…

Franck se concentró en su tarea, fue a buscar su media botella de detergente y apoyó los codos sobre la máquina:

– Pero no, no eres tan lista como pareces… Si no, no trabajarías de señora de la limpieza, harías como el tío del libro… Te lo currarías…

Silencio.

– Tienes razón… Yo sólo sé de gayumbos…

– ¡Bueno, eso tampoco está tan mal, ¿eh?! Lo mismo tiene futuro… Por cierto, ¿estás libre el 31?

– ¿Tienes una fiesta que proponerme?

– No. Un curro.

16

– ¿Por qué no?

– ¡Porque no valgo para nada!

– ¡Pero si no se trata de que cocines! Sólo tienes que echar una mano en la preparación…

– ¿Y qué es eso de la preparación?

– Es todo lo que se prepara de antemano para ganar tiempo en el momento del pistoletazo de salida…

– ¿Y qué tendré que hacer?

– Pelar castañas, limpiar mízcalos, quitarles las pepitas a las uvas, lavar la lechuga… Vamos, un montón de cosas sin importancia…

– Ni siquiera sé si voy a saber hacer eso…

– Yo te lo enseñaré todo, y te explicaré bien…

– No tendrás tiempo…

– No. Por eso te pondré al corriente de todo antes. Mañana traeré material a casa y te formaré durante mi hora de descanso…

– …

– Anda, que te vendrá bien estar con gente… Tú vives sólo entre muertos, sólo hablas con tíos que ya no están aquí para contestarte… Estás siempre sola… Es normal que estés mal…

– ¿Yo estoy mal?

– Sí.

– Mira, te lo pido como un favor… Le he prometido a mi jefe que le encontraría a alguien para echarnos una mano, y no hay manera… Estoy jodido…

– …

– Anda… Un último esfuerzo… Después me largo y ya no me volverás a ver el pelo en tu vida…

– Tenía previsto ir a una fiesta…

– ¿A qué hora tienes que estar allí?

– No sé, hacia las diez…

– No hay problema. Allí estarás. Yo te pago el taxi…

– Bueno…

– Gracias. Date la vuelta otra vez. Ya está seca mi ropa.

– Tengo que irme de todas maneras… Ya llego tarde…

– Vale, hasta mañana…

– ¿Duermes en casa esta noche?

– No.

– ¿Qué, decepcionada?

– Joooooder, tío, mira que eres pesao

– ¡Lo digo por ti, eh! Porque, ¿quién sabe?, a lo mejor te has colado en lo de los gayumbos, ¿eh…?

– ¡Si supieras cómo paso de tus gayumbos!

– Pues tú te lo pierdes…

17

– ¿Preparada?

– Te escucho. ¿Eso qué es?

– ¿El qué?

– Ese maletín.

– ¿Ah, esto? Es mi caja de cuchillos. Vienen a ser como para ti tus pinceles, vaya… Si no la tuviera, no serviría para nada -suspiró-. ¿Ves a qué se reduce mi vida? A una vieja caja que cierra mal…

– ¿Desde cuándo la tienes?

– Ufff… Desde que era un chaval… Me la regaló mi abuela cuando empecé la formación profesional…