– Para lo que te va a servir…
– Esto también es una parida. ¿Por qué tendría que «servirme»? ¿Por qué siempre este concepto de rentabilidad? Me trae al pairo que me sirva o no, lo que me interesa es saber que existe…
– Ves como somos diferentes… Ni Philou ni tú estáis en el mundo real, no tenéis ni idea de la vida, de lo que hay que luchar para sobrevivir y todo eso… Yo nunca había visto a ningún intelectual antes de conoceros, pero sois igualitos que la idea que me había hecho…
– ¿Y qué idea era ésa?
Franck agitó las manos como si volara.
– Era: pío, pío… huy, los pajaritos y las maripositas… pío, pío, ¡qué lindos son! ¿Tomará un poco más de capítulo, querido? ¡Por Dios, claro que sí, dos incluso! Así no tendré que bajar de la nube en la que estoy… ¡Oh, no, no baje usted, huele demasiado mal allí abajo!
Camille se levantó y apagó la música.
– Tienes razón, no lo vamos a conseguir… Más vale que te largues… Pero déjame decirte un par de cosas antes de desearte buen viaje: la primera tiene que ver con los intelectuales, justamente… Es muy fácil descojonarse de ellos… Sí, es fácil que te cagas… Muchas veces no son muy cachas y además no les gusta meterse con nadie… No les emocionan las demostraciones de fuerza, ni las medallas, ni los cochazos, así que sí, es muy fácil… Basta con arrebatarles el libro de las manos, la guitarra, la pluma o la cámara de fotos, y ya no dan pie con bola, los muy gilipollas… De hecho, es la primera cosa que suelen hacer los dictadores: romper gafas, quemar libros o prohibir conciertos, no les sale caro, y les puede evitar más de un problema más adelante… Pero déjame que te diga que si ser intelectual significa que a uno le guste aprender, ser curioso, atento, admirar, emocionarse, tratar de comprender cómo funcionan las cosas e intentar irse a la cama un poco menos tonto que la víspera, entonces sí, reivindico mi condición totalmente: no sólo soy una intelectual, sino que además estoy orgullosa de serlo… Súper orgullosa incluso… Y porque soy una intelectual, como dices, no puedo evitar leer las revistas de motos que dejas tiradas en el retrete, y sé que la nueva BMW R 1200 GS tiene un chismito electrónico que le permite funcionar con gasolina de mierda… ¡Ea!
– ¿Pero tía, de que me estás hablando?
– Y con todo lo intelectual que soy, el otro día te mangué tus cómics de Joe Bar Team y me estuve descojonando toda la tarde… Y la segunda cosa que quería decirte es que no eres el más indicado para darnos lecciones, chaval… ¿Tú te crees que tu cocina es el mundo real? Pues claro que no. Al contrario. No salís nunca, siempre estáis entre vosotros. ¿Qué conoces tú del mundo? Nada. Llevas más de quince años encerrado con tus horarios inamovibles, tu pequeña jerarquía de opereta y tu rutina cotidiana. ¿A lo mejor incluso has elegido ese curro por ese mismo motivo? Para no salir nunca de la tripa de tu madre y tener la certeza de que siempre estarás en un lugar calentito, con mucha comida alrededor… Vete tú a saber… Trabajas más y más duro que nosotros, eso es indiscutible, pero nosotros, por muy intelectuales que seamos, tenemos que lidiar con este mundo. Pío, pío, todas las mañanas bajamos al mundo desde nuestra nube. Philibert, a su tienda de postales, y yo, a mis oficinas, y no te preocupes que contacto con el mundo tenemos de sobra. Y esa historia tuya de supervivencia… En plan la vida es una jungla, hay que luchar para sobrevivir, esa cantinela ya nos la sabemos de memoria… Hasta te podríamos dar clases si quisieras… Dicho esto, adiós, buenas noches, y feliz año.
– ¿Cómo?
– Nada. Decía que no eres la alegría de la huerta, precisamente…
– No, yo más bien peco de acrimonia.
– ¿Y eso qué es?
– Abre un diccionario y lo sabrás…
– ¿Camille?
– ¿Sí?
– Dime algo agradable…
– ¿Por qué?
– Para que empiece bien el año…
– No. Yo no suelto cumplidos por encargo.
– Anda…
Camille se dio la vuelta y le dijo:
– Mezcla un poco las churras con las merinas, la vida es más divertida cuando hay un poco de desorden…
– ¿Y yo? ¿No quieres que te diga yo algo agradable para que empieces bien el año?
– No. Sí… Venga, dime.
– ¿Sabes…?, eran maravillosas tus tostadas…
TERCERA PARTE
1
Eran más de las once cuando Franck entró en su habitación a la mañana siguiente. Camille le daba la espalda. Vestía un kimono, y estaba sentada frente a la ventana.
– ¿Qué haces? ¿Estás dibujando?
– Sí.
– ¿Y qué dibujas?
– El primer día del año…
– Enséñamelo.
Camille levantó la cabeza y se mordió el interior de los carrillos para no reír.
Franck llevaba un traje súper hortera, estilo Hugo Boss de los linos ochenta, un pelín demasiado grande y brillante, con hombreras en plan Mazinger Z, una camisa de viscosa color mostaza y una corbata de colorines. Los calcetines iban a juego con la camisa, y los zapatos, de piel de cabra lacada, le hacían un daño espantoso.
– Bueno, ¿se puede saber qué te pasa?
– No, nada, es que… Estás hecho un brazo de mar…
– Muy graciosa… Es porque voy a invitar a mi abuela a comer…
– Caray… -Camille ahogó a duras penas una carcajada-. Pues estará orgullosísima de salir con un chico tan guapo como tú…
– Muy graciosa. Si supieras qué poco me apetece… Pero bueno, no hay más remedio…
– ¿Es Paulette? ¿La de la bufanda?
– Sí. Por eso estoy aquí, por cierto. ¿No me habías dicho que tenías algo para ella?
– Sí. Claro que sí.
Camille se levantó, apartó el sillón, y fue a rebuscar en su maletita.
– Siéntate aquí.
– ¿Para qué?
– Para hacerle un regalo a Paulette.
– ¿Me vas a dibujar?
– Sí.
– No quiero.
– ¿Por qué?
– …
– ¿No sabes por qué?
– No me gusta que me miren.
– Lo haré muy rápido.
– No.
– Como quieras… Había pensado que le haría ilusión tener un retrato tuyo… Otra vez esa historia de trueque de la que te hablé, ¿sabes? Pero no voy a insistir. Nunca lo hago. No es mi estilo…
– Bueno, venga, vale, pero rapidito, ¿eh?
– Así no está bien…
– ¿Y ahora qué pasa?
– El traje… la corbata y todo lo demás, no está bien. No eres tú.
– ¿Quieres que me quede en pelotas? -Franck se rió con malicia.
– ¡Ay, sí, qué bien! Un desnudo, fantástico… -contestó ella sin inmutarse.
– ¿Lo dices en serio?
Estaba muerto de miedo.
– Que no, hombre, que es una broma… ¡Eres demasiado viejo! Y además seguro que también eres demasiado peludo…
– ¡Qué va! ¡Qué va! ¡Peludo lo justo, nada más!
Camille se reía.
– Anda, quítate la chaqueta por lo menos y aflójate la corbata…
– Joé, pero si he tardao tres horas en hacerme el nudo…
– Mírame. No, así no… Ni que te hubieras tragado un palo de escoba, relájate… No te voy a comer, tonto, sólo te voy a bocetear.
– ¿A abofetear? O sea que te va la marcha, ¿eh…? -dijo con un tono lleno de sobreentendidos.
– Sí, perfecto. No borres esa sonrisa de bobo. Así eres tú, clavadito…
– ¿Falta mucho?
– Ya está casi.
– Me aburro. Háblame. Cuéntame algo para pasar el rato…
– ¿Esta vez de quién quieres que te hable?
– De ti…
– …
– ¿Qué vas a hacer hoy?
– Voy a ordenar mi habitación… Y a planchar un poco, también… Y voy a irme por ahí de paseo… Hay una luz muy bonita… Terminaré probablemente en un café o en un salón de té… Me tomaré unas magdalenas con mermelada de arándanos… Mmm, qué ricas… Y con un poco de suerte, también habrá un perro… Ahora me ha dado por coleccionar perros de salón de té… Tengo un cuaderno especial para ellos, un Moleskine, precioso… Antes tenía uno para las palomas. Soy una experta en palomas. Las de Montmartre, las de Trafalgar Square, en Londres, o las de la plaza de San Marcos, en Venecia, las plasmé a todas…