Camille hizo una mueca.
Unos horribles recuerdos le atenazaron la garganta…
¿Y el fantasma aturdido de antes? Parecía tan joven… ¿Y su perro? Era una tontería… Con un perro no podía ir a ningún lado… Debería haber hablado con él, advertirle que tuviera cuidado con la bestia de Matrix, y preguntarle si tenía hambre… No, lo que quería era su chute… ¿Y el chucho? ¿Cuándo sería la ultima vez que había comido? Camille suspiró. Qué idiota… Angustiarse por un perro callejero cuando media humanidad soñaba con un rinconcito sobre una boca de ventilación, qué idiota… Anda, tía, cállate que me avergüenzas. ¿De qué vas? Apagas la luz para no verlo más y luego te reconcomes en el asiento de atrás de un cochazo de lujo empapando en lágrimas tu pañolito de encaje…
Anda que desde luego…
La casa estaba vacía. Camille buscó algo de alcohol, lo que fuera, bebió lo necesario para encontrar el camino de la cama y se levantó en plena noche para vomitar.
7
Con las manos en los bolsillos y el cuello estirado, Camille daba saltitos debajo del panel de información cuando una voz conocida le dio el dato que buscaba:
– Tren procedente de Nantes. Efectuará su llegada a las 20:35 por la vía 9. Se calcula un retraso de unos quince minutos… Como de costumbre…
– ¡Anda! ¿Estás aquí?
– Pues sí… -añadió Franck-. He venido de carabina… ¡Anda, pero si te has puesto guapa! ¿Y esto qué es? ¿Me equivoco o te has pintado los labios?
Camille escondió su sonrisa entre los agujeros de su bufanda.
– Mira que eres tonto…
– No, estoy celoso. Por mí nunca te pintas los labios…
– No es pintalabios, es una cosa para cuando tienes los labios cortados…
– Mentirosa. Enséñamela…
– No. ¿Sigues de vacaciones?
– Mañana por la noche vuelvo al curro…
– ¿Ah, sí? ¿Qué tal tu abuela? ¿Bien?
– Sí.
– ¿Le diste mi regalo?
– Sí.
– ¿Y qué dijo?
– Pues dijo que para dibujarme tan bien, tienes que estar loca por mí…
– Anda ya…
– ¿Vamos a tomar algo?
– No. Llevo todo el día encerrada en casa… Me voy a sentar aquí, a mirar a la gente…
– ¿Puedo echar una ojeada contigo?
Se acurrucaron pues en un banco, entre un quiosco de prensa y una máquina validadora de billetes, y observaron el gran carrusel de viajeros apresurados.
– ¡Hala, chaval! ¡Corre! Huy, por poco… Demasiado tarde…
– ¿Un euro? No. Un cigarro si quieres…
– ¿Me podrías explicar por qué son siempre las chicas con peor tipo las que llevan pantalones de talle bajo? Yo es que no lo entiendo…
– ¿Un euro? ¡Eh, tío, que ya me has preguntado antes!
– Eh, mira a la viejita esa con su peinado de rulos, ¿te has traído el cuaderno? ¿No? Qué pena… Y ese de ahí… Mira qué contento parece de ver a su mujer…
– Es sospechoso -opinó Camille-, debe de ser su amante…
– ¿Por qué dices eso?
– Un hombre que llega a la ciudad con un maletín y se precipita sobre una mujer con abrigo de piel, besándola en el cuello… Hazme caso, es sospechoso…
– Qué va… a lo mejor es su mujer, ¿no?
– ¡Que no, hombre, que no! ¡Su mujer está en casita, y a la hora que es estará acostando a los niños! Mira, ésa sí que es una pareja de verdad -rió Camille con malicia señalándole a un hombre y un mujer muy vulgares que discutían a gritos junto al andén…
Franck negó con la cabeza:
– Eres una pesimista…
– Y tú, un sentimental…
Entonces pasaron delante de ellos dos viejitos a paso de burra, encorvados, tiernos, cautelosos, y cogiditos del brazo. Franck le dio un codazo a Camille:
– ¿Y ahora qué me dices?
– Esto merece una reverencia…
– Me encantan las estaciones.
– A mí también -dijo Camille.
– Para conocer un país, no hace falta hacer el chorra en un autocar de turistas, basta visitar las estaciones y los mercados y con eso ya lo entiendes todo…
– Estoy totalmente de acuerdo contigo… ¿Tú en qué sitios has estado?
– En ninguno…
– ¿Nunca has salido de Francia?
– Estuve dos meses en Suecia… De cocinero en la embajada… Pero fue en invierno y no vi nada. Allí no se puede beber… No hay bares, no hay nada…
– Pero… ¿y la estación? ¿Y los mercados?
– Nunca vi la luz del día…
– ¿Te gustó? ¿De qué te ríes?
– De nada…
– Cuéntamelo…
– No.
– ¿Por qué?
– Porque no…
– Oh, oh… Aquí hay una historia de faldas…
– No.
– Mentiroso, te lo veo en la… en cómo te está creciendo la nariz…
– Bueno, qué, ¿vamos? -dijo, señalándole los andenes.
– Antes cuéntame…
– Pero si no es nada… Son chorradas…
– ¿Te tiraste a la mujer del embajador, es eso?
– No.
– ¿A su hija?
– ¡Sí! ¡Has acertado! ¿Qué, estás contenta?
– Muy contenta -asintió Camille-, ¿y era mona?
– Un cardo borriquero.
– Anda ya…
– Sí. No se hubiera fijado en ella ni un sueco que se hubiera largado a Dinamarca a cogerse una buena cogorza…
– ¿Entonces por qué lo hiciste? ¿Por compasión? ¿Por capricho?
– Por crueldad…
– Cuenta.
– No. A no ser que me digas que te has equivocado y que la rubia de antes era de verdad su mujer…
– Me he equivocado: la puta del abrigo de piel de nutria sí que era su mujer. Llevan dieciséis años casados, tienen cuatro hijos, se adoran, y ahora mismo ella debe de estar precipitándose sobre su bragueta en el ascensor del aparcamiento sin perder de vista el reloj porque se dejó un guiso de ternera en el horno antes de irse y le gustaría hacerle llegar al orgasmo antes de que se le quemen los puerros…
– Anda ya… ¡El guiso de ternera no lleva puerros!
– ¿Ah, no?
– Lo confundes con el potaje…
– Bueno, ¿y qué pasó con la sueca?
– Que no era sueca, era francesa te digo… De hecho, la que me ponía era su hermana… Una princesita demasiado mimada… Una colegiala vestida a lo Spice Girl y más caliente que la boca del infierno… Supongo que ella también debía de aburrirse… Y para pasar el rato, venía a sentar su culito sobre nuestros fogones. Provocaba a todo quisque, mojaba el dedo en mis salsas y se lo chupaba lentamente mirándome con lascivia… Ya me conoces, soy un tío más bien simple, así que un día la pillé por banda en el sótano, y la muy gilipollas se puso a gritar. Que se lo iba a contar a su padre y tal… Madre mía, soy un tío más bien simple, vale, pero no me gustan las calientapollas… Así que me tiré a su hermana mayor para darle una lección…
– ¡Pero eso para la fea es una putada!
– Para los feos todo es una putada, eso ya lo sabes…
– ¿Y después?
– Después me largué…
– ¿Por qué?
– …
– ¿Incidente diplomático?
– Si quieres llamarlo así… Venga, ahora sí que nos vamos…
– A mí también me gusta que me cuentes historias…
– Sí, no veas qué historia…
– ¿Tienes muchas más así?
– No. ¡Normalmente prefiero currármelo para liarme con la guapa!
– Tendríamos que ir más allá -gimió Camille-, si coge las escaleras de allí y sube hacia los taxis, nos vamos a cruzar…
– Tú tranqui… Conozco a Philou… Siempre sigue todo recto hasta que se choca con un poste, luego se disculpa y levanta la cabeza para ver dónde está la salida…