Выбрать главу

– ¿Seguro?

– Que sí, hombre… Eh, tía, tranqui… ¿Estás enamorada, o qué?

– No, pero ya sabes cómo son estas cosas… Sales del vagón con todos tus bártulos. Estás un poco grogui, un poco desanimado… No esperas a nadie y ¡zas!, de repente ves a alguien ahí, al final del andén, esperándote… ¿Tú nunca has soñado con eso?

– Yo es que no sueño…

– Yo es que no sueño -repitió ella, poniendo un tono macarra-, yo es que no sueño y no me gustan las calientapollas. Estás avisada, nena…

Franck parecía consternado.

– Eh, mira -añadió Camille-, creo que es ese de ahí…

Estaba en la otra punta del andén y tenía razón Franck: era el único que no llevaba vaqueros, ni zapatillas de deporte, ni bolsón, ni maleta con ruedas. Iba muy tieso, caminando despacio, y en una mano llevaba una gran maleta de cuero sujeta con una correa y en la otra, un libro aun abierto…

Camille dijo sonriendo:

– No, no estoy enamorada de él, pero ¿sabes?, es el hermano mayor que me hubiera encantado tener…

– ¿Eres hija única?

– No… no lo sé -murmuró, precipitándose hacia su adorado zombi bizco.

Éste, por supuesto, estaba confuso, por supuesto tartamudeó, por supuesto soltó su maleta, que fue a caer sobre los pies de Camille, por supuesto se deshizo en mil disculpas, a la vez que se le caían las gafas. Por supuesto.

– Oh, Camille, no exagere… Parece usted un cachorrito, pero, pero…

– No me hables, está insoportable… -masculló Franck.

– Anda, coge su maleta -le ordenó Camille mientras se colgaba del cuello de Philibert-. ¿Sabes?, tenemos una sorpresa para ti…

– Una sorpresa, Dios mío, no… No… no me gustan mucho las sorpresas, no e… era necesario…

– ¡Eh, tortolitos! ¿Os importa no ir tan rápido? Es que aquí, el mozo de las maletas está un poco cansado… ¡Joder, tío, ¿pero qué llevas aquí?! ¿Una armadura, o qué?

– Oh, unos cuantos libros… Nada más…

– Joder, Philou, pero si ya tienes miles, tío… ¿Éstos no podías habértelos dejado en el castillo?

– Caramba, nuestro amigo parece estar en forma… -le dijo a Camille al oído-, y usted, ¿qué tal?

– ¿Usted? ¿A quién te refieres?

– Pues… a usted, claro…

– ¿Cómo?

– ¿T… tú?

– ¿Yo? -dijo Camille, sonriendo-, muy bien. Me alegro de que estés aquí…

– Yo también… ¿Ha ido todo bien? ¿No ha habido que cavar trincheras en el piso? ¿Ni poner alambradas? ¿Ni sacos terreros?

– Ningún problema. Ahora mismo tiene una novia…

– Ah, muy bien… ¿Y qué tal las fiestas?

– ¿Qué fiestas? ¡La fiesta es esta noche! De hecho, nos vamos por ahí a cenar… ¡Invito yo!

– ¿Dónde? -refunfuñó Franck.

– ¡A La Coupole!

– Oh, no… Eso no es un restaurante, es una fábrica de comida…

Camille frunció el ceño y declaró:

– Sí. A La Coupole. A mí me encanta ese sitio… No se va por la comida, sino por el sitio en sí, el ambiente, la gente y para estar juntos…

– ¿Qué quiere decir eso de «no se va por la comida»? ¡Lo que hay que oír!

– Bueno, pues si no te quieres venir, peor para ti, pero yo invito a Philibert. ¡Podéis tomároslo como mi primer capricho del año!

– No habrá sitio…

– ¡Que sí, hombre! Y si no, esperaremos en el bar…

– ¿Y la biblioteca del señor marqués? ¿Me toca a mí tragármela hasta allí?

– No hay más que dejarla en la consigna y ya vendremos luego a buscarla…

– Anda… ¡joder, Philou! ¡Di tú algo!

– ¿Franck?

– ¿Qué?

– Tengo seis hermanas…

– ¿Y?

– Entonces te lo diré muy clarito: abandona. Las que mandan son las mujeres…

– ¿Y eso quién lo dice?

– La sabiduría popular…

– ¡Y dale! ¡Ya estáis otra vez! Joder, qué pesados sois con tanto refrán…

Franck se calmó cuando Camille lo cogió a él también del brazo. En el bulevar Montparnasse, la gente se apartaba para dejarlos pasar.

De espaldas estaban muy lindos los tres…

A la izquierda, un chico alto y delgado, con una pelliza a lo doctor Zhivago, a la derecha, uno bajito y cachas, con una cazadora Lucky Strike, y en medio, una chica que charlaba animadamente, reía, daba saltitos y soñaba en secreto con que la levantaran en volandas, diciendo: «¡A la de una! ¡A la de dos, y a la deeeee… tres! ¡Arribaaaaa!…»

Se apretaba contra ellos con todas sus fuerzas. Todo su equilibrio estaba ahí ese día. Ni delante, ni detrás, sino ahí. Justo ahí. Entre esos dos codos bonachones…

El chico alto y delgado inclinaba ligeramente la cabeza, y el bajito cachas hundía los puños en los bolsillos gastados de su cazadora.

Los dos, sin ser tan conscientes de ello, pensaban exactamente lo mismo: nosotros tres, aquí, ahora, hambrientos, juntos, y que venga lo que tenga que venir…

Durante los primeros diez minutos, Franck estuvo insoportable, criticando por turnos la carta, los precios, el servicio, el ruido, los turistas, los parisinos, los americanos, los que fumaban, los que no fumaban, los cuadros, los bogavantes, a su vecina, su cuchillo y la estatua inmunda que seguramente le quitaría el apetito.

Camille y Philibert se reían.

Después de una copa de champán, dos de vino, y seis ostras, por fin cerró el pico.

Philibert, que no tenía costumbre de beber, se reía todo el rato y sin ningún motivo. Cada vez que volvía a dejar la copa sobre la mesa, se limpiaba la boca, e imitaba al cura de su pueblo, soltando sermones místicos y torturados antes de concluir: «Aaaamén, ahhh, pero qué bien se está con vosotros…» Respondiendo a sus súplicas, les habló de su pequeño reino húmedo, de su familia, de las inundaciones, de la cena de fin de año en casa de sus primos integristas, y de paso les explicó numerosos ritos y costumbres alucinantes con un humor serio que les encantó.

Franck, sobre todo, abría unos ojos como platos y repetía «Anda ya… ¡No puede ser! ¿¿En serio??» cada dos por tres:

– Dices que son novios desde hace dos años y que nunca han… Anda ya… No me lo creo…

– Deberías hacer teatro -lo apremiaba Camille-, estoy segura de que serías un showman buenísimo… Tienes tanto vocabulario, y cuentas las cosas con tanto humor… Tanta distancia… Tendrías que hacer un monólogo sobre el encanto especial de la vieja nobleza francesa, o algo por el estilo…

– ¿Tú… tú crees?

– ¡Estoy segura! ¿Verdad que sí, Franck? Pero… ¿no me habías hablado de una chica del museo que quería llevarte a sus clases?

– Sí, en e… efecto… pero, pero t… tartamudeo demasiado…

– No, cuando estás contando algo no tartamudeas…

– ¿De… de verdad lo creéis?

– Sí. ¡Venga! ¡Es tu buen propósito del año! -dijo Franck, haciendo un brindis-. ¡Al escenario, monseñor! Y no te quejes, ¿eh?, porque tu propósito no es nada difícil de cumplir…

Camille les pelaba las gambas, quebraba patas, pinzas y caparazones, y les preparaba unas tostas deliciosas. Desde muy pequeña le encantaban las fuentes de marisco porque siempre había mucho que hacer y poco que comer. Con una montaña de hielo picado entre ella y sus interlocutores, podía dar el pego durante toda la comida sin que nadie se metiera con ella o le diera la tabarra. Y de nuevo aquella noche, cuando ya llamaba al camarero para pedirle otra botella, estaba muy lejos de haber hecho honor a su ración. Se enjuagó los dedos, cogió una rebanada de pan de centeno, y apoyó la espalda en la pared cerrando los ojos.

Clic clac.

Que nadie se mueva.

Momento suspendido en el tiempo.

Felicidad.