– ¿Qué le pasa a tu abuela?
– Que está vieja… Está sola… Durante toda su vida ha dormido en una cama grande y buena como ésta, con un colchón de lana y un crucifijo en la pared, y ahora se está dejando morir en una especie de birria de cajón de hierro…
– ¿Está en el hospital?
– No, en una residencia de ancianos…
– ¿Camille?
– Sí.
– ¿Tienes los ojos abiertos?
– Sí.
– ¿Notas lo oscura que es la noche aquí? ¿Lo bonita que es la luna? ¿Lo que brillan las estrellas? ¿Oyes cómo suena la casa? Las tuberías, la madera, los armarios, el reloj de pared, el fuego en el hogar de abajo, los pájaros, los animales, el viento… ¿Oyes todo eso?
– Sí.
– Pues ella ya no lo oye… Su habitación da a un aparcamiento que está siempre iluminado, oye los ruidos metálicos de los carritos de la comida, las conversaciones de las enfermeras, los gruñidos de sus vecinos, y el parloteo de los televisores toda la noche. Y… y eso la está matando…
– Pero ¿y tus padres? ¿No pueden ocuparse ellos de tu abuela?
– Oh, Camille…
– ¿Qué?
– No me lleves por ahí… Ahora duérmete.
– No tengo sueño.
– ¿Franck?
– ¿Qué pasa ahora?
– ¿Dónde están tus padres?
– Ni idea.
– ¿Cómo que ni idea?
– No tengo padres.
– …
– A mi padre nunca lo conocí… Era un desconocido que se vació las pelotas en el asiento de atrás de un coche… Y mi madre…
– ¿Qué?
– Pues a mi madre no le hizo mucha gracia que un gilipollas del que ni siquiera recordaba el nombre le hubiera hecho eso… entonces, pues…
– ¿Qué?
– Pues nada…
– ¿Nada, qué?
– Pues que no lo quería…
– ¿A quién, al tío?
– No, al niño.
– ¿Te crió tu abuela?
– Mi abuela y mi abuelo…
– ¿Y tu abuelo murió?
– Sí.
– ¿Nunca la volviste a ver?
– Camille, te lo digo en serio; para. Si no, luego te vas a sentir obligada a abrazarme…
– Venga. Es un riesgo que estoy dispuesta a correr…
– Mentirosa.
– ¿Nunca la volviste a ver?
– …
– Perdona. Ya me callo.
Camille le oyó darse la vuelta en la cama.
– Hasta… hasta que cumplí diez años, nunca supe nada de ella… Bueno, sí, siempre recibía un regalo por Navidad y por mi cumpleaños, pero más tarde supe que era trola. Una artimaña más para camelarme… Con buenas intenciones, pero no dejaba de ser eso, una artimaña… Ella no nos escribía nunca, pero sé que mi abuela le mandaba todos los años la foto que nos hacían en el colegio… ¿Quién sabe, tal vez ese día el maestro me repeinó? ¿O el fotógrafo sacó un Mickey Mouse de plástico para hacerme sonreír? El caso es que el chavalín de la foto la llenó de añoranza, y anunció que volvía para llevarme a vivir con ella… No veas el cirio que se montó, mejor no te lo cuento… Yo gritando que quería quedarme, mi abuela consolándome, diciéndome que era estupendo, que por fin iba a tener una familia de verdad, pero sin poder evitar llorar más que yo, ahogándome contra su pecho enorme… Mi abuelo callado todo el rato… No, mejor no te lo cuento… Eres lo bastante lista para entenderlo tú solita, ¿eh? Pero créeme, fue la hostia…
»Después de darnos varios plantones, mi madre vino por fin. Me subí en su coche. Me presentó a su marido, a su otro hijo, y me enseñó mi nueva cama…
»Al principio estaba encantado con eso de dormir en una litera, pero por la noche me puse a llorar. Le dije que quería volver a mi casa. Ella me dijo que aquélla era mi casa, y que me callara porque si no iba a despertar al pequeño. Esa noche, y todas las siguientes, me hice pis en la cama. Eso la ponía nerviosa. Decía: "Estoy segura de que lo haces aposta, así que ahora te aguantas y te quedas toda la noche mojado. Es tu abuela. Te ha podrido el carácter." Y después de eso, ya no di pie con bola.
»Hasta entonces, yo había vivido en el campo; todas las tardes, después del colegio, me iba a pescar, en invierno mi abuelo me llevaba a coger setas, a cazar, al bar del pueblo… Yo andaba siempre correteando por ahí, tiraba la bici en la cuneta y me iba con los cazadores furtivos, y de repente, de la noche a la mañana, voy a parar a un apartamento de mierda, en un barrio de mierda, encerrado entre cuatro paredes, con una tele, y otro chaval que se llevaba todos los mimos… Entonces se me fue la olla. Me… No… Da igual… Tres meses después, mi madre me metió en un tren, repitiéndome que lo había estropeado todo…
»"Lo has estropeado todo, lo has estropeado todo…" Esas palabras seguían resonando en mi cabecita cuando me subí en el Simca de mi abuelo. Y, ¿sabes?, lo peor fue que…
– ¿Qué?
– Que me hizo pedazos, la cabrona… Después ya nada volvió a ser como antes… Había dejado atrás la infancia, ya no quería mimos ni toda esa mierda… Porque lo peor que hizo mi madre no fue volver a buscarme, lo peor fueron todos los horrores que me contó sobre mi abuela antes de volver a dejarme tirado otra vez. Cómo me comió el tarro con sus historias… Que si fue su madre quien la obligó a abandonarme antes de echarla de casa. Que ella había hecho todo lo posible para llevarme con ella pero que ellos sacaron la escopeta y tal y cual…
– ¿Todo eso eran mentiras?
– Claro… Pero yo entonces no lo sabía… Ya no entendía nada y además, ¿tal vez también necesitaba creerla? A lo mejor me convenía pensar que nos habían separado a la fuerza, y que si mi abuelo no hubiera sacado el mosquetón, yo habría tenido la misma vida que todo el mundo, y nadie me habría llamado hijo de puta detrás de la iglesia… «Tu madre es una puta -me decían-, y tú un bastardo.» Palabras que yo ni siquiera entendía… Yo sólo sabía que bastardo rimaba con petardo… Un gilipollas, eso es lo que era…
– ¿Y después?
– Después me convertí en un cabronazo… Hice todo lo que pude para vengarme… Para hacerles pagar por haberme privado de una mamá tan buena…
Franck se reía amargamente.
– Y lo conseguí… Me fumaba los cigarrillos de mi abuelo, robaba del monedero de mi abuela, monté pollos en el colegio hasta que me expulsaron, y me pasaba la mayor parte del tiempo subido a una moto o en el fondo de los billares, planeando golpes y metiéndole mano a las tías… Hacíamos cada burrada… Ni te lo imaginas… Yo era el jefe. El mejor. El rey de los gilipollas…
– ¿Y después?
– Después a la cama. La continuación en el próximo episodio…
– ¿Bueno, qué? ¿No te entran ganas ahora de abrazarme?
– No sé, estoy dudando… Al fin y al cabo no te han violado…
Franck se inclinó hacia ella:
– Pues mejor. Porque yo no querría que me abrazaras, bueno, no así, de esta manera… Ya no… He jugado a este jueguecito mucho tiempo, pero ya no… Ya no me divierte. Nunca funciona… Joder, ¿pero cuántas mantas te has puesto?
– Pues… tres y el edredón…
– Esto no es normal… No es normal que siempre tengas frío, que tardes dos horas en reponerte de un viaje en moto… Tienes que engordar, Camille…
– …
– Tú tampoco… Me da a mí que tú tampoco tienes un bonito álbum de fotos con toda la familia sonriendo a tu alrededor, ¿o sí?
– No.
– ¿Me lo contarás algún día?
– Puede…
– ¿Sabes?, ya nunca te daré la murga con eso…
– ¿Con qué?
– Antes cuando le contaba de Fred te he dicho que había sido mi único colega, pero no es verdad. Tengo otro… Pascal Lechampy, el mejor repostero del mundo… Acuérdate de su nombre, porque ya verás… Ese tío es un dios. Del pastelito más sencillo al Saint-Honoré, pasando por las tartas, el chocolate, los milhojas, el caramelo, los buñuelos o lo que sea, todo lo que toca se transforma en algo inolvidable. Delicioso, bonito, fino, asombroso y súper bien hecho. En mi vida me he cruzado con muy buenos reposteros, pero él es otra cosa… Es la perfección absoluta. Y encima es un tío encantador… Un pedazo de pan, un buenazo, un sol… Bueno, pues resulta que este tío es enorme. Tremendo. Hasta ahí, pase… Peores cosas se han visto… El problema es que le cantaban las maracas que te mueres… No podías estar un segundo a su lado sin que te entraran ganas de potar. Bueno, te ahorro los detalles, las burlas, los comentarios, las veces que le dejaban jabón en su taquilla, y todo eso… Un día coincidimos en la misma habitación de hotel porque le había acompañado a un concurso para hacerle de pinche… Tuvo lugar la demostración, por supuesto la ganó, pero yo, al final del día, no quiero decirte cómo estaba… Ya no podía ni respirar, y estaba decidido a pasarme la noche en un bareto antes que estar ni un minuto más cerca de él… Pero lo que me extrañaba era que se había duchado por la mañana, y lo sé porque yo estaba con él en la habitación. Por fin volvimos al hotel, yo me bebí un buen trago para darme valor, y terminé por soltárselo… ¿Sigues ahí?