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Camille lo miró perpleja:

– ¿Cómo has dicho?

– N… no te hagas la t… tonta, me has oído p… perfectamente…

– Pues no sé… ¿a santo de qué sería el regalo?

– A s… santo de nada en e… especial…

– ¿Para cuándo?

– El sá… sábado.

– Regálale un frasco de Guerlain.

– ¿Có… cómo?

– Perfume Guerlain…

– Yo… yo no voy a sa… saber elegir…

– ¿Quieres que vaya contigo?

– Sí, p… por favor…

– ¡No hay problema! Iremos durante tu descanso para comer.

– Gra… gracias…

– ¿Ca… Camille?

– ¿Sí?

– No… no es m… más que una amiga, ¿eh?

Camille se levantó riendo.

– Claro…

Y entonces, al ver los gatitos del calendario de Correos, exclamó:

– ¡Anda, qué cosas! El sábado es San Valentín. ¿Tú lo sabías?

Philibert volvió a hundir la cabeza en su tazón de cacao.

– Bueno, te dejo que tengo cosas que hacer… A mediodía me paso a recogerte al museo…

Philibert todavía no había vuelto a subir a la superficie, y chapoteaba entre los posos de su Nesquick cuando Camille salió de la cocina con su bote de Ajax y toda una panoplia de bayetas.

Cuando Franck volvió a casa para su siesta, se encontró el piso desierto y patas arriba.

– ¿Pero se puede saber qué es todo este jaleo?

Salió de su habitación a eso de las cinco. Camille estaba peleándose con el pie de una lámpara.

– ¿Qué pasa aquí?

– Me mudo…

– ¿Dónde te vas? -preguntó muy pálido.

– Aquí -le dijo, indicándole la pila de muebles rotos y la alfombra de cadáveres de mosca y, extendiendo los brazos, añadió-: te presento mi nuevo taller…

– Anda ya…

– ¡En serio!

– ¿Y tu curro?

– Ya se verá…

– ¿Y Philou?

– Oh… Philou…

– ¿Qué?

– Ése está en una nube…

– ¿Eh?

– No, nada.

– ¿Quieres que te eche una mano?

– ¡Y tanto!

Con un chico era todo mucho más fácil. En una hora, había trasladado todos los trastos a la habitación de al lado. Un dormitorio cuyas ventanas estaban condenadas debido a unas «jambas defectuosas»…

Camille aprovechó un momento de tranquilidad -Franck se estaba bebiendo una cervecita mientras contemplaba el alcance del trabajo realizado- para asestar su última estocada:

– El lunes que viene, a la hora de comer, me gustaría celebrar mi cumpleaños con Philibert y contigo…

– Mmm… ¿No prefieres celebrarlo mejor por la noche?

– ¿Por qué?

– Hombre, ya lo sabes… El lunes es mi día de obligaciones…

– Ah, sí, perdón, me he expresado maclass="underline" el lunes que viene, a la hora de comer, me gustaría celebrar mi cumpleaños con Philibert, contigo, y con Paulette.

– ¿Allí? ¿En el asilo?

– ¡No, hombre, no! ¡Ya nos encontrarás tú una tasquita agradable!

– ¿Y cómo vamos?

– Había pensado que podríamos alquilar un coche…

Franck calló y reflexionó hasta el último sorbo de cerveza.

– Muy bien -dijo, estrujando la lata-, el problema es que luego, cuando yo vuelva solo a verla, siempre se llevará una desilusión…

– Eso… bien pudiera ser que…

– No te tienes que sentir obligada a hacerlo por ella, ¿eh?

– No, no, lo hago por mí.

– Bueno… De lo del buga, yo me encargo… Tengo un colega que estará encantado de cambiármelo por la moto… Qué asco dan todas estas moscas…

– Estaba esperando a que te despertaras para pasar la aspiradora…

– ¿Y tú, estás bien?

– Sí. ¿Has visto tu Ralph Lauren?

– No.

– Preciosísimo, le queda preciosísimo. Bien contento que está mi Pikou.

– ¿Cuántos cumples?

– Veintisiete.

– ¿Antes dónde estabas?

– ¿Cómo?

– Antes de estar aquí, ¿dónde estabas?

– ¡Pues arriba, en la buhardilla!

– ¿Y antes?

– Ahora no hay tiempo para eso… Una noche que estés en casa, te lo contaré…

– Siempre dices eso, y luego…

– Sí, sí, en serio, ya me encuentro mejor… Te contaré la edificante vida de Camille Fauque…

– ¿Qué quiere decir «edificante»?

– Buena pregunta…

– ¿Quiere decir «como un edificio»?

– No. Significa «ejemplar», pero es irónico…

– ¿Eh?

– Como un edificio que se estuviera derrumbando, si prefieres…

– ¿Como la torre de Pisa?

– ¡Exactamente!

– Joder, vivir con una intelectual es una jodienda…

– ¡Que no, hombre! ¡Al contrario! ¡Es muy agradable!

– Qué va, es una jodienda. Siempre tengo miedo de hacer faltas de ortografía… ¿Qué has comido a mediodía?

– Un bocadillo con Philou… Pero he visto que me habías guardado algo en el horno, me lo tomaré luego… Por cierto, gracias… Está todo buenísimo…

– De nada. Bueno, me largo…

– Y tú, ¿estás bien?

– Cansado…

– ¡Pues entonces, duerme!

– No, si sí que duermo, pero no sé… estoy como sin energía… Bueno, tengo que volver al curro…

17

– Tú, desde luego… ¡No se te ve el pelo en 15 años y ahora de repente aquí estás un día sí y otro también!

– Hola, Odette.

Besos sonoros.

– ¿Está aquí?

– No, todavía no…

– Bueno, pues mientras nos vamos a ir sentando… Mire, le presento a unos amigos: Camille…

– Buenas tardes.

– … y Philibert.

– Encantado. Es un sitio pre…

– ¡Que sí, tío, que vale! Todas esas cosas ya se las dices luego…

– ¡Oh, no te pongas nervioso!

– No me pongo nervioso, es que tengo hambre. Ah, mira, aquí están… Hola, abuela, hola, Yvonne. ¿Se queda a tomar una copita con nosotros?

– Hola, Franck, hijo. No, muchas gracias, tengo jaleo en casa. ¿Hacia qué hora me paso?

– Ya la llevamos nosotros…

– Pero no muy tarde, ¿eh? Porque la última vez me cantaron las cuarenta… Tiene que estar de vuelta antes de las cinco y media…

– Sí, sí, vale, Yvonne, vale. Recuerdos a su familia…

Franck soltó un suspiro de alivio.

– Bueno, abuela, pues nada, le presento a Philibert…

– Es un placer… -Se inclinó para besarle la mano.

– Hala, todo el mundo a sentarse. ¡Que no, Odette! ¡Nada de carta! ¡Que decida el chef!

– ¿Un aperitivito?

– ¡Champán! -contestó Philibert y, volviéndose hacia su vecina, le preguntó-: ¿le gusta el champán, señora?

– Sí, sí -contestó Paulette, intimidada por tanta cortesía.

– Tomad, aquí tenéis unos chicharrones mientras tanto…

Todo el mundo estaba un poco cortado. Afortunadamente, los vinitos del Loira, el lucio a la plancha y el queso de cabra no tardaron en soltarles la lengua. Philibert se prodigaba en mil atenciones con su vecina y Camille se reía escuchando las tonterías de Franck:

– Tenía… pfff… ¿Cuántos años tenía, abuela?

– Dios mío, hace ya tanto de eso… ¿Trece? ¿Catorce años?

– Era mi primer año de aprendiz… Me acuerdo que por aquel entonces René me daba miedo. Me sentía muy inseguro. Pero bueno… Anda que no me enseñó cosas ni nada… Y también me tomaba el pelo… Ya no me acuerdo qué me enseñó un día… unos cuchillos creo, y me dijo:

»"-Éste se llama chochito, y el otro, chochón. ¿Te acordarás, eh, cuando te pregunte el profesor…? Porque vale, una cosa es lo que dicen los libros, y otra los verdaderos términos de cocina. La verdadera jerga. En eso se reconoce a los buenos pinches. Bueno, ¿qué, te lo has aprendido?