– ¿Sa… sabes?, lo peor cuando uno se hace viejo, es… Anda, sírveme otro vasito… No es tanto que el cuerpo ya no sirva para nada, sino los remordimientos… Cómo vuelven a rondarte, a torturarte… de día… de noche… a todas horas… Llega un momento en que ya no sabes si tienes que mantener los ojos abiertos, o cerrarlos para ahuyentarlos… Llega un momento en que… Y sin embargo Dios sabe que lo he intentado… He intentado entender por qué no funcionó, por qué todo salió mal, todo… todo… Y…
– ¿Y?
Pauletle temblaba:
– No lo consigo. No lo comprendo. No…
Paulette lloraba:
– ¿Por dónde empiezo?
– Me casé tarde… ¡Oh! Como todo el mundo, tuve mi historia de amor… Pero no salió… Al final me casé con un chico bueno y amable para complacer a todos. Mis hermanas ya estaban casadas desde hacía tiempo y yo… Vamos, que yo también me casé…
»Pero los hijos no venían… Cada mes, maldecía mi vientre y lloraba mientras hervía mi ropa. Consulté a varios médicos, vine incluso aquí, a París, para que me examinaran… Consulté a curanderos, brujos, viejas horribles que me pedían cosas imposibles… Cosas que hice, Camille, que hice sin rechistar… Sacrifiqué corderitas en noches de luna llena, me bebí su sangre, me tomé… Oh, no… Era una cosa de bárbaros, créeme… Era otro siglo… Decían de mí que estaba «manchada». Y luego las peregrinaciones… Todos los años iba a Blanc, a meter un dedo en el agujero de san Génitour, luego iba a rascar a san Greluchon en Gargilesse… ¿Te hace gracia?
– Es que esos nombrecitos…
– Y aquí no acaba la cosa, espera… Había que dejar un exvoto de cera que representara al hijo deseado ante san Grenouillard de Preuilly…
– ¿San Grenouillard?
– ¡San Grenouillard, como lo oyes! ¡Ah, qué bonitos que eran mis bebés de cera, puedes creerme…! Eran verdaderas muñecas… Sólo les faltaba hablar… Y entonces un buen día, cuando ya hacía tiempo que me había resignado, me quedé embarazada… Tenía treinta y muchos años ya… Tú no te haces idea, pero era vieja ya… Era Nadine, la madre de Franck… Cómo la mimamos, cómo la cuidamos, cómo la protegimos a esa niña… Era la reina… Parece que le estropeamos el carácter a fuerza de mimarla… La quisimos demasiado… O la quisimos mal… Le concedimos todos los caprichos… Todos salvo el último… No quise prestarle el dinero que me pedía para abortar… No podía hacerlo, ¿lo entiendes? No podía. Había sufrido demasiado. Lo que me lo impedía no era cuestión de religión, ni de moral, ni el qué dirán. Era la rabia. La rabia. La mancha. Hubiera preferido matarla a ella que ayudarla a abrirse el vientre… ¿Acaso… acaso hice mal? Contéstame tú, Camille. ¿Cuántas vidas rotas por mi culpa? ¿Cuánto sufrimiento? ¿Cuánto…?
– Calle.
Camille le acarició el muslo.
– Calle…
– Así que Nadine… Nadine tuvo al pequeño y me lo dejó a mí… «Toma -me dijo-, ¿no lo querías tanto? ¡Pues aquí lo tienes! ¿Qué, estás contenta?»
Paulette cerró los ojos, y repitió entre hipidos:
– «¿Qué, estás contenta? -me decía una y otra vez, mientras hacía la maleta-, ¿estás contenta?» ¿Cómo se puede decir algo así? ¿Cómo se puede olvidar algo así? ¿Por qué habría de dormir por la noche ahora que ya no me deslomo y que ya no trabajo hasta caer rendida? Dímelo tú. Dímelo tú… Lo abandonó, volvió unos meses más tarde, se lo llevó con ella, y nos lo devolvió otra vez. Nos estábamos volviendo todos locos. Sobre todo Maurice, mi marido… Creo que lo llevó hasta el límite de su paciencia… Pero todavía tuvo que exasperarlo un poco más, llevarse al niño otra vez, volver a buscar dinero, según nos dijo para alimentarlo, y un mal día se escapó en plena noche, dejándose al niño. Un día (ese día estuvo de más), volvió con sus carantoñas y Maurice la recibió con una escopeta. «No quiero verte más, le dijo, no eres más que una perdida. Eres una vergüenza para nosotros, y no te mereces a este niño. Para empezar, ya no lo volverás a ver más. Ni hoy, ni nunca. Y ahora, hala, desaparece. Déjanos en paz.» Camille… Era mi niña… Una niña que yo había esperado día tras día durante más de diez años… Una niña a la que había querido con locura… Con locura… Pero cuánto la pude mimar yo… La mimé todo lo que pude y más… Una niña a la que le pagamos todo. ¡Todo! Los vestidos más bonitos. Vacaciones en la playa, en la montaña, los mejores colegios… Todas las cosas buenas que teníamos eran para ella. Y todo esto que te cuento pasaba en un pueblecito minúsculo… Ella se fue, pero todos los que la conocían desde chica y que se escondían detrás de las persianas para ver al Maurice enfadado, ésos se quedaron. Y yo seguí cruzándome con ellos. Al día siguiente, y al otro, y al otro… Era… era inhumano… Era un infierno. La compasión de la gente de bien, eso es lo peor que hay en este mundo… los que te dicen que rezan por ti a la vez que intentan sonsacarte, y los que enseñan a tu marido a beber repitiéndole que ellos habrían actuado igual, ¡me cago en diez! Ganas me dieron de matarlos a todos, créeme… ¡Yo también quería la bomba atómica!
Paulette se reía.
– ¿Y luego, qué? Ahí estaba ese niño. No le había pedido nada a nadie… Así que lo quisimos. Lo quisimos todo lo que pudimos… Y puede incluso que fuéramos demasiado duros en ciertos momentos… No queríamos volver a cometer los mismos errores, así que cometimos otros distintos… ¿Y a ti no te da vergüenza dibujarme así, ahora?
– No.
– Tienes razón. La vergüenza no te lleva a ninguna parte, créeme… La vergüenza no te sirve para nada. Sólo para complacer a la gente de bien… Así, cuando cierran las persianas o vuelven del café, se sienten bien. Sacando pecho de satisfacción, se calzan las zapatillas de fieltro al llegar a casa y se miran unos a otros, sonrientes. ¡En su familia no habría podido caer todo ese escándalo, ah no, eso sí que no! Pero… no me asustes, ¿no me estarás pintando con el vaso en la mano, espero?
– No -dijo Camille sonriendo.
Silencio.
– ¿Pero más adelante? Todo salió bien…
– ¿Con el niño? Sí… Era un buen chaval… Travieso pero noble. Cuando no estaba en la cocina conmigo, estaba en el huerto con su abuelo… O pescando… Tenía mucha rabia dentro, pero con todo no iba por mal camino. No iba por mal camino… Y eso que la vida no debía de ser siempre muy divertida con un par de viejos como nosotros, que hacía ya tanto tiempo que habíamos perdido las ganas de hablar, pero bueno… Hacíamos lo que podíamos… Jugábamos… Ya no ahogábamos a los gatitos que nacían… Lo llevábamos a la ciudad… Al cine… Le comprábamos los cromos de fútbol que quería y bicicletas nuevas… Sacaba buenas notas en el colegio, ¿sabes…? ¡Bueno, no era el primero de la clase, pero se esforzaba…! Y entonces Nadine volvió una vez más, y esa vez pensamos que sería bueno para él marcharse. Que una madre un poco alocada siempre era mejor que nada… Que tendría un padre, un hermano pequeño, que no era vida crecer en un pueblucho medio muerto, y que para sus estudios, era una oportunidad irse a la ciudad… Cómo volvimos a dejarnos engañar una vez más… Como unos primos. Unos tontorrones sin dos dedos de frente… El resto ya lo sabes: lo destrozó y lo metió en el directo de las 16h 12…
– ¿Y ya nunca volvieron a saber de ella?
– No. Sólo en sueños… En sueños la veo a menudo… Se ríe… Está guapa… ¿Me enseñas lo que has dibujado?
– Nada. Su mano sobre la mesa…
– ¿Por qué me dejas decir todas estas tonterías? ¿Por qué te interesa todo esto?
– Me gusta que la gente saque lo que lleva dentro…
– ¿Por qué?
– No lo sé. Es como un autorretrato, ¿no? Un autorretrato con palabras…
– ¿Y tú?
– Yo no sé contar las cosas…
– Pero para ti tampoco es normal que te pases todo el tiempo con una vieja como yo…