– ¿Ah, no? ¿Y acaso sabe usted qué es lo normal?
– Deberías salir… Ver gente… ¡Jóvenes de tu edad! Anda… Levanta la tapadera a ver… ¿Te has acordado de lavar los champiñones?
6
– ¿Está durmiendo? -preguntó Franck.
– Creo que sí…
– Ah, oye, por cierto, me acaba de pillar por banda la portera, que vayas a verla, dice…
– ¿Otra vez nos hemos equivocado con las basuras?
– No. Es por algo del tío que metiste en la buhardilla…
– Mierda… ¿Ha armado algún pollo?
Franck se encogió de hombros, moviendo la cabeza de lado a lado.
7
Pikou escupió bilis y la señora Pereira abrió la puerta acristalada llevándose una mano al pecho.
– Pase, pase… Siéntese…
– ¿Qué ocurre?
– Siéntese, le digo.
Camille apartó los cojines y se sentó en un rinconcito del sofá de flores.
– Ya no lo veo…
– ¿A quién? ¿A Vincent? Pero si yo me lo encontré el otro día… Iba a meterse en el metro…
– ¿El otro día cuándo?
– Pues ya no me acuerdo… A principios de semana…
– ¡Pues yo le digo que ya no lo veo! Ha desaparecido. Con Pikou que nos despierta cada noche, no hay forma de que no me entere de cuándo entra y sale, se lo puedo asegurar… Pero ahora ya, ni rastro. Me da miedo que le haya pasado algo… Tiene que ir a ver, niña… Tiene que subir.
– Bueno.
– Válgame Dios. ¿Cree que se habrá muerto?
Camille abrió la puerta.
– Oiga… Si está muerto, venga enseguida a buscarme, ¿eh? es que… -dijo, sobando su medalla-, no quisiera yo que hubiera un escándalo en la finca, ¿comprende?
8
– Soy Camille, ¿me abres?
Ladridos y titubeos.
– ¿Me abres o mando echar la puerta abajo?
– No, ahora no puedo… -dijo una voz ronca-. Me encuentro muy mal… Vuelve más tarde…
– Más tarde, ¿cuándo?
– Esta noche.
– ¿No necesitas nada?
– No. Déjame.
Camille volvió sobre sus pasos.
– ¿Quieres que te saque el perro a pasear?
No hubo respuesta.
Bajó las escaleras despacio.
Vaya un problemón.
Nunca debería haberlo traído aquí… Era muy fácil ser generosa con los bienes ajenos… ¡Ah, desde luego, era una santa! Un yonqui en la buhardilla, una anciana en el piso, todas esas personas bajo su responsabilidad, y ella que seguía teniéndose que agarrar a la barandilla para no abrirse la cabeza al bajar la escalera. Vaya cuadro, maravilloso, oye… Déjame que aplauda. Glorioso. ¿Estarás contenta, no? ¿No te molestan un poco las alas al andar?
Sí, ya puedes hablar… Claro, cuando uno no mueve un dedo, es todo muy fácil, ¿eh?
No, si yo te lo digo porque… no te lo tomes a mal, pero hay más mendigos en la calle… Mira, sin ir más lejos, tienes uno delante de la panadería… ¿Por qué no le das un techo a ése también? ¿Porque no tiene perro? Mierda, si lo hubiera sabido, el pobre…
Qué pesadita eres…, le contestó Camille a Camille. No veas lo pesadita que eres…
Hala, venga, vamos a decírselo… Pero uno grandote no, ¿eh? Uno pequeño. Un perrito de lanas tiritando de frío. Ah, sí, eso sí que estaría bien… ¿O mejor un cachorrito? Un cachorrito acurrucado dentro de su abrigo… Entonces ya sí que te fundes. Además quedan mogollón de habitaciones en casa de Philibert…
Muy abatida, Camille se sentó en un escalón y apoyó la cabeza sobre las rodillas.
Recapitulemos.
No veía a su madre desde hacía casi un mes. Tenía que espabilarse porque si no la tía le montaría una crisis por todo lo alto con ambulancia y lavado gástrico incluido. Con el tiempo ya se había acostumbrado, pero bueno, nunca era agradable… Luego le costaba recuperarse… Ay, ay, ay… Siempre tan sensible esta niña…
Paulette controlaba perfectamente entre 1930 y 1990, pero perdía pie entre ayer y hoy, y la cosa iba de mal en peor. ¿Demasiada felicidad, tal vez? Era como si se estuviera dejando hundir tranquilamente… Además, ya no veía tres en un burro… Pero bueno, tampoco era para tanto… Ahora estaba echándose su siesta y luego vendría Philou a ver con ella el concurso de la tele, acertando todas las respuestas sin equivocarse nunca. A los dos les encantaba. Perfecto.
Y hablemos de Philibert. Ahora era a la vez Louis Jouvet y Sacha Guitry. Y se había puesto a escribir. Se encerraba en su habitación para escribir y ensayaba dos veces por semana. ¿Sin novedad en el frente sentimental? Bueno, si no hay noticias es que son buenas noticias.
Y Franck… Nada especial. Nada nuevo. Todo iba bien. Su abuela estaba bien cuidada, y su moto también. Sólo volvía a casa por la tarde para echarse la siesta y seguía trabajando los domingos. «Sólo un poco más, entiéndelo. No los puedo dejar colgados así como así… tengo que encontrarme un sustituto…»
A ver, a ver… ¿Un sustituto o una moto aún más grande? Muy listo el chaval. Muy listo… Y además, ¿para qué molestarse? ¿Dónde estaba el problema? Él no le había pedido nada a nadie, al fin y al cabo. Y, pasados los primeros días de euforia, había vuelto a enfrascarse en sus cacerolas. Por la noche, aplastaba a su chica contra la almohada, mientras Camille se levantaba para apagar la tele de la anciana… Pero… no importaba. No importaba… Camille prefería los documentales sobre la vejiga natatoria de las triglas y el último pis de Paulette tras la última infusión de la noche que su curro en Todoclean. Por supuesto, habría podido no trabajar en absoluto, pero no era lo suficientemente fuerte como para asumir algo así… La sociedad la había educado bien… ¿Era porque le faltaba confianza en sí misma, o justamente por lo contrario? ¿El miedo de encontrarse en una situación en la que podía ganarse la vida pisoteándola? Todavía tenía algún que otro contacto… Pero, ¿y luego qué? ¿Volver a escupirse a sí misma? ¿Dejar sus cuadernos de lado y volver a coger una lupa? Ya no tenía valor para ello. No es que ahora fuera mejor persona, sino que había envejecido. Uf.
No, el problema estaba tres pisos más arriba… Para empezar, ¿por qué no había querido abrirle? ¿Porque estaba colocado o porque estaba con el mono? ¿Sería verdad esa historia del tratamiento? A otro perro con ese hueso… ¡Una trola para camelarse a las niñas pijas y a las porteras! ¿Por qué sólo salía de noche? ¿Para que le dieran por culo antes de meterse un buen chute? Eran todos iguales… Unos mentirosos que te hacían creer cualquier cosa y se lo pasaban a lo grande mientras tú te morías de preocupación por ellos, los muy cabrones…
Cuando habló con Pierre por teléfono quince días atrás, ella también había vuelto a las andadas: ella también había empezado a mentir.
«Camille, soy Kessler. ¿De qué va toda esta historia? ¿Quién es ese tío que vive en mi buhardilla? Llámame inmediatamente.»
Gracias, señora Pereira, pero que muchas gracias.
Nuestra Señora de Fátima, ruega por nosotros.
Camille había cogido el toro por los cuernos:
– Es un modelo -le dijo antes incluso de saludarlo-, estamos trabajando juntos…
Hala, se acabó, Kessler ya no podía decir nada.
– ¿Un modelo?
– Sí.
– ¿Vives con él?
– No. Se lo acabo de decir: trabajo con él.
– Camille… Hoy… hoy tengo tantas ganas de confiar en ti… ¿Puedo hacerlo?
– …
– ¿Para quién lo haces?
– Para usted.
– ¿En serio?
– …
– Y… y qué…
– Todavía no lo sé. Sanguina, supongo…
– Bien…
– Bueno, pues nada, adiós…