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– ¡Espera!

– ¿Sí?

– ¿Qué papel tienes?

– Del bueno.

– ¿Estás segura?

– Sí. Me lo vendió Daniel…

– Muy bien. Y aparte, ¿tú estás bien?

– Ahora estoy hablando con el marchante. Para el jijí jajá, ya le llamaré por la otra línea.

Clic.

Camille sacudió la caja de cerillas suspirando. Ya no tenía más remedio.

Esa noche, tras arropar en su cama a una viejita que de todas maneras no tendría sueño, Camille volvería a subir esos tres pisos y hablaría con él.

La última vez que había tratado de retener a su lado a un yonqui una noche, se había llevado una puñalada en el hombro… Vale, era distinto. Era su novio, Camille lo quería y todo eso, pero aun así… Ese favorcito le había costado caro…

Mierda. Se acabaron las cerillas. Oh, no… Nuestra Señora de Fátima y Hans Christian Andersen, no os vayáis, joder. Quedaos un poquito más.

Y como ocurre en el cuento, Camille se levantó, se tiró de las perneras del pantalón y fue a reunirse con su abuela en el Cielo…

9

– ¿Qué es?

– Oh… -dijo Philibert, moviendo la cabeza-, poca cosa en realidad…

– ¿Un drama antiguo?

– Nooooo…

– ¿Un vodevil?

Cogió su diccionario:

– Voceo… vociferar… vodca… vodevil… Comedia frívola, ligera y picante, de argumento basado en la intriga y el equívoco… Sí, es exactamente esto -dijo Philibert, cerrando el diccionario con un golpe seco-. Una comedia ligera.

– ¿De qué trata?

– De mí.

– ¿De ti? -se atragantó Camille-. ¡Yo creía que en tu familia era tabú hablar de uno mismo!

– Bueno, pero yo me estoy distanciando de todo eso… -dijo, marcando una pausa.

– Y… esto… lo de la perilla… ¿es para el papel?

– ¿No te gusta?

– Sí, sí, sí que me gusta… queda… queda un poco como de dandy… En plan Las Brigadas del Tigre, ¿no?

– ¿Las qué?

– Ah, es verdad que tú, salvo los concursos, no ves mucho la tele… Bueno, ahora me tengo que ir… tengo que subir a ver al tipo que tengo hospedado en la buhardilla… ¿Te puedo dejar al cargo de Paulette?.

Philibert asintió con la cabeza, mesándose el bigotito:

– Ve, corre, vuela hacia tu destino, niña…

– ¿Philou?

– ¿Sí?

– Si dentro de una hora no estoy de vuelta, ¿puedes venir a buscarme?

10

La habitación estaba impecablemente ordenada. La cama estaba hecha, y Vincent había colocado dos tazas y un paquete de azúcar sobre la mesa de cámping. Estaba sentado en una silla, de espaldas a la pared, y cerró el libro cuando la oyó llamar a la puerta.

Se levantó. Tanto el uno como el otro estaban igual de cortados. Al fin y al cabo, era la primera vez que se veían… Pasó un ángel.

– ¿Te… te apetece tomar algo?

– Sí, gracias…

– ¿Té? ¿Café? ¿Coca-Cola?

– Un café está muy bien.

Camille se instaló en el taburete y se preguntó cómo había podido vivir ahí tanto tiempo. Era un lugar tan húmedo, tan oscuro, tan… inexorable. El techo era tan bajo, y las paredes, tan sucias… No, no era posible… Entonces, tenía que haber sido otra persona, ¿no?

Vincent puso el agua a calentar y le señaló el bote de Nescafé.

Barbès dormía sobre la cama, abriendo un ojo de vez en cuando.

Vincent acercó por fin su silla para sentarse delante de ella:

– Me alegro de verte… Podrías haber venido antes…

– No me atrevía.

– ¿Ah, no? Te arrepientes de haberme traído aquí, ¿verdad?

– No.

– Sí, sí que te arrepientes. Pero no te preocupes… Estoy esperando el momento adecuado y me marcharé… Es sólo cuestión de días ya.

– ¿Adónde te vas?

– A Bretaña.

– ¿Con tu familia?

– No. A un centro de… de deshechos humanos. No, no me hagas caso, soy idiota. A un centro de vida, así es como hay que llamarlo…

– …

– Me lo ha encontrado mi médico… Es un sitio donde fabrican abono a base de algas… Algas, mierda, y retrasados mentales… Genial, ¿verdad? Seré el único obrero normal. Bueno, lo de normal es relativo…

Vincent sonreía.

– Toma, mira el folleto… Tiene clase, ¿eh?

En una foto salían dos retrasados mentales con una hoz en la mano, delante de una especie de pozo negro.

– Voy a hacer Algo-Foresto, que es una mezcla de abono compuesto, algas y estiércol de caballo… Tengo la corazonada de que me va a encantar… Bueno, según parece al principio se hace duro por el olor, pero después ya ni lo notas…

Dejó el folleto sobre la mesa y se encendió un cigarrillo.

– De vacaciones, vaya…

– ¿Cuánto tiempo te vas a quedar?

– El que haga falta…

– ¿Tomas metadona?

– Sí.

– ¿Desde cuándo?

Vincent esbozó un gesto impreciso.

– ¿Estás bien?

– No.

– Venga… ¡Vas a ver el mar!

– Genial… ¿Y tú? ¿Por qué has venido?

– Por la portera… Creía que te habías muerto…

– Pues qué decepción se va a llevar…

– Y tanto.

Se rieron.

– ¿T… también tienes el sida?

– No, qué va. Eso se lo dije sólo para hacerle ilusión… Para que se encariñara con mi chucho… No, qué va… Eso sí lo he hecho bien. Me he echado a perder limpiamente.

– ¿Es tu primera cura de desintoxicación?

– Sí.

– ¿Lo vas a conseguir?

– Sí.

– …

– He tenido suerte… Supongo que hay que cruzarse con la gente adecuada… y creo… creo que eso lo he conseguido…

– ¿Tu médico?

– ¡Mi médica! Sí, pero no sólo ella… También un psicólogo… Un viejo que me arrancó la cabeza… ¿Sabes lo que es el V33?

– ¿Una medicina?

– No, es un producto para decapar la madera…

– ¡Ah, sí! Una botella verde y roja, ¿no?

– Si tú lo dices… Pues ese tío es mi V33. Me echa el producto, me quema, me salen ampollas, y la vez siguiente, coge la espátula y despega toda la mierda… ¡Mírame, dentro de la cabeza estoy en pelota picada!

Vincent ya no conseguía sonreír, le temblaban las manos.

– Joder, qué duro es… qué duro… No pensaba que…

Levantó la cabeza.

– Y… hay alguien más… Una pibita con unas piernas esqueléticas que se subió el pantalón antes de que me diera tiempo a ver nada más, desgraciadamente…

– ¿Cómo te llamas?

– Camille.

Lo repitió y se volvió hacia la pared:

– Camille… Camille… El día que apareciste, Camille, estaba hecho polvo… Hacía demasiado frío, y creo que ya no tenía muchas ganas de luchar… Pero bueno. Estabas ahí… Así que te seguí… Soy todo un caballero, yo…

Silencio.

– ¿Puedo seguir contándote o ya te has cansado?

– Ponme otra taza…

– Perdóname. Es por el viejo… Ya no me callo ni debajo del agua…

– Que no hay problema, te digo.

– No, si es que además es importante… O sea, incluso para ti creo que es importante…

Camille frunció el ceño.

– Tu ayuda, tu casa, tu comida y tal, todo eso estuvo muy bien, pero te lo digo de verdad, estaba fatal cuando me encontraste… Tenía vértigos, ¿entiendes? Quería ir a buscarlos, y… Fue ese tío el que me salvó. Ese tío y tus sábanas.

Vincent lo cogió del suelo y lo dejó entre los dos. Camille reconoció su libro. Eran las cartas de Van Gogh a su hermano.

Se le había olvidado que estaba allí.

Y no sería porque no lo había llevado con ella a todas partes…