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– Perfecto. Y aprovecha para comprarte un poco de ropa… Porque de verdad… esta cazadora vaquera ya la llevabas hace diez años…

Era cierto.

15

Camille regresó a pie, mirando los escaparates de los anticuarios. Estaba justo delante de la Escuela de Bellas Artes (el destino, siempre tan oportuno…) cuando sonó su móvil. Lo apagó cuando vio que era Pierre quien llamaba.

Apretó el paso. Su corazón se desbocaba.

Volvió a sonar el teléfono. Esta vez era Mathilde. Tampoco contestó.

Volvió sobre sus pasos y cruzó el Sena. Esta chica tenía inclinaciones novelescas, y ya fuera para saltar de alegría o para tirarse al agua, el Pont des Arts era lo mejor que había en París… Se apoyo contra el pretil y marcó los tres números de su buzón de voz…

Tiene dos mensajes nuevos, mensaje número uno, recibido hoy a las veintitrés ho… Todavía estaba a tiempo de que se le cayera el móvil sin querer… ¡Pluf! Ahí va… Qué pena…

«¡Camille, llámame inmediatamente o voy a buscarte y te traigo de las orejas! -gritaba la voz de Kessler-. ¡Inmediatamente! ¿Me oyes?»

Segundo mensaje, recibido hoy a las veintitrés horas y treinta y ocho minutos: «Soy Mathilde. No lo llames. No vengas. No quiero que veas esto. Tu marchante está llorando como una magdalena… Te prometo que no es algo agradable de ver… Aunque está guapo… Muy guapo, incluso… Gracias, Camille, gracias… ¿Oyes lo que dice? Espera, le paso el teléfono porque si no me va a arrancar la oreja…» «Te expongo en septiembre, Fauque, y no me digas que no porque ya he mandado las invit…» El mensaje se cortó.

Camille apagó su móvil, se lió un cigarro y se lo fumó de pie entre el Louvre, la Académie Française, Notre-Dame y la Concordia.

Un precioso final…

Después acortó la bandolera de su bolsa y echó a correr como una loca para no perderse el postre.

16

La cocina olía un poco a fritanga pero estaban todos los cacharros lavados y recogidos.

No se oía un solo ruido, todas las luces estaban apagadas, ni siquiera se veía un rayo de luz bajo las puertas de sus habitaciones… Vaya… Y Camille que por una vez estaba dispuesta a zamparse la sartén entera…

Llamó a la puerta de Franck.

Estaba escuchando música.

Se situó en un extremo de su cama, con las manos en jarras:

– ¡Pero bueno, ¿y esto qué es?! -preguntó, indignada.

– Te hemos dejado unas cuantas… Te las flambearé mañana…

– ¡Pero bueno, ¿y esto qué es?! -repitió-. ¿No piensas echarme un polvo?

– ¡Ja, ja! Muy divertido.

Camille empezó a desnudarse.

– Eh, chavalín… ¡No creas que te vas a ir de rositas! ¡Tienes que cumplir tu promesa, me debes un orgasmo!

Franck se incorporó para encender la luz mientras Camille dejaba tirados sus zapatos por ahí.

– ¿Pero qué coño estás haciendo? Pero tía, ¿qué haces?

– Pues… ¡despelotarme!

– Noooooo…

– ¿Qué pasa?

– Así no… Espera… Yo llevo siglos soñando con este momento…

– Apaga la luz.

– ¿Por qué?

– Me da miedo que cuando me veas ya no me desees…

– ¡Pero Camille, joder! ¡Para! ¡Para! -gritaba Franck.

Ligera mueca de contrariedad:

– ¿Ya no te apetece?

– …

– Apaga la luz.

– ¡No!

– ¡Que sí!

– Contigo no quiero que sea así…

– ¿Y cómo quieres que sea entonces? ¿Quieres que vayamos a montar en barca al Bois de Boulogne?

– ¿Cómo?

– ¿Quieres llevarme a dar un paseo en barca y recitarme poemas mientras yo acaricio el agua con los dedos…?

– Ven a sentarte aquí a mi lado…

– Apaga la luz.

– Vale…

– Apaga la música.

– ¿Nada más?

– Nada más.

– ¿Eres tú? -preguntó Franck, intimidado.

– Sí.

– ¿Seguro que estás aquí?

– No…

– Toma, ten una de mis almohadas… ¿Qué tal tu cita?

– Muy bien.

– ¿Me lo cuentas?

– ¿El qué?

– Todo. Esta noche quiero saberlo todo… Todo, todito, todo.

– Es que, ¿sabes?, si empiezo… Tú también te vas a sentir obligado a abrazarme después…

– Vaya hombre… ¿Te violaron?

– No, a mí tampoco…

– Ah, bueno… Pues eso yo te lo puedo arreglar, si quieres…

– Ay, gracias… Qué majo eres… Estooo… ¿Por dónde empiezo?

Franck imitó la voz del presentador de un concurso para niños prodigio:

– ¿Y tú de dónde eres, bonita?

– De Meudon…

– ¿De Meudon? -exclamó-. ¡Huy, qué bien, qué bonito! ¿Y dónde está tu mamá?

– Mi mamá come medicinas.

– ¿De verdad? Y tu papá, ¿dónde está tu papá?

– Está muerto.

– …

– ¡Ah! Chaval, para que luego digas que no te había avisado… ¿Tienes preservativos, por lo menos?

– Tía, Camille, no me des estos sustos, que yo soy un poco tonto, ya lo sabes… ¿Tu padre está de verdad muerto?

– Sí.

– ¿Y cómo murió?

– Se cayó al vacío.

– …

– Bueno, vuelvo a empezar y te lo cuento todo por orden… Acércate más porque no quiero que nos oigan los demás…

Franck levantó el edredón por encima de sus cabezas.

– Venga, cuenta. Así ya nadie puede vernos…

17

Camille cruzó las piernas, se colocó las manos sobre la tripa, y emprendió un largo viaje.

– De pequeña era una niña normal y corriente y muy buena… -empezó a contar con voz infantil-, no comía mucho pero sacaba buenas notas en el cole y me pasaba todo el tiempo dibujando. No tengo hermanos. Mi papá se llamaba Jean-Louis y mi mamá, Catherine. Creo que cuando se conocieron se querían. Aunque no lo sé, nunca me atreví a preguntárselo… Pero cuando yo dibujaba caballos, o la cara tan guapa de Johnny Depp, entonces ya no se querían. De eso estoy segura porque mi papá ya no vivía con nosotras. Sólo venía los fines de semana para verme. Era normal que se marchara, y yo en su lugar hubiera hecho lo mismo. De hecho, los domingos por la noche me habría encantado marcharme con él, pero no lo hubiera hecho jamás, porque si no mi mamá se hubiera matado otra vez. Mi mamá se mató muchas veces cuando yo era pequeña… Afortunadamente, a menudo ocurría cuando yo no estaba en casa, y después… como ya había crecido, era menos embarazoso, así que… Una vez me invitó una amiga a su casa para celebrar su cumple. Por la tarde, como mi mamá no venía a buscarme, la mamá de otra niña me dejó en la puerta de mi casa, y cuando entré en el salón, la vi muerta sobre la moqueta. Llegaron los bomberos, y yo estuve viviendo diez días en casa de la vecina. Después mi papá le dijo que si volvía a matarse, le iba a quitar mi custodia, y entonces paró. Ya sólo comía medicinas. Mi papá me dijo que no tenía más remedio que marcharse, por culpa de su trabajo, pero mi mamá me prohibió que lo creyera, Todos los días me repetía que era un mentiroso, un cerdo, que tenía otra mujer y otra hija pequeña a quien mimaba todas las noches…

Camille recuperó el timbre normal de su voz:

– Es la primera vez que hablo de esto… Mira, tu madre te destrozó antes de meterte en un tren, pero la mía me comía el tarro todos los días. Todos los días… Bueno, a veces era buena conmigo… Me compraba rotuladores y me repetía que yo era su única alegría en este mundo…