Выбрать главу

– ¿Y ése quién es?

– Jo, tío… eres desesperante… Bueno, qué más da… Leía, escuchaba música, ganaba dinero… Ahora, con la distancia, me digo a mí misma que era otra forma de suicidio… Más cómoda… Me excluí de la vida y me aparté de las pocas personas que me querían. Sobre todo de Pierre y Mathilde Kessler, que se disgustaron infinitamente, de mis antiguos compañeros de clase, de la realidad, de la moralidad, del buen camino, de mí misma…

– ¿Currabas sin parar?

– Sin parar. No produje mucho, pero había que repetir lo mismo miles de veces por culpa de los problemas técnicos… La pátina, el soporte y todo eso… Al final, el dibujo era lo de menos, lo complicado era envejecerlo. Trabajaba con Jan, un holandés que nos proporcionaba el papel falso. En eso consistía su labor: en recorrerse el mundo y volver con rollos de papel. Tenía un lado de químico loco, y buscaba sin tregua una manera de convertir lo nuevo en viejo… Nunca le oí pronunciar una sola palabra, era un tío fascinante… Y después, perdí la noción del tiempo… De alguna manera, me dejé absorber por esa vida que no era una vida… No se veía a simple vista, pero me había convertido en un pecio a la deriva. Un pecio elegante… Le daba al drinqui, llevaba camisas a medida, y sentía asco de mí misma… No sé cómo habría terminado todo eso si no me llega a salvar Leonardo…

– ¿Qué Leonardo?

– Leonardo da Vinci. Ahí sí que me rebelé… Mientras se tratara de pequeños maestros, de bocetos de otros bocetos, de bosquejos de otros bosquejos, o de pentimenti de pentimenti, podíamos darles el pego a marchantes poco escrupulosos, pero intentarlo con Leonardo da Vinci era absurdo… Se lo dije, pero no me hizo caso… Vittorio se había vuelto demasiado codicioso… No sé exactamente qué hacía con su dinero, pero cuanto más tenía más le faltaba… Supongo que él también tendría sus debilidades… Entonces decidí cerrar el pico. Después de todo, no era mi problema… Volví al Louvre, a los departamentos de artes gráficas donde pude acceder a ciertos documentos, y me los aprendí de memoria… Vittorio quería una cosita. «¿Ves ese estudio de ahí? Tú te inspiras de él, ma quel personaggio là, lo mantienes igual…» Por aquel entonces ya no vivíamos en un hotel, sino en un gran piso amueblado. Hice lo que me mandaba y esperé… Cada vez se le veía más nervioso. Se pasaba horas al teléfono, daba vueltas y vueltas, desgastando la moqueta, y maldecía a la Virgen. Una mañana, entró en mi habitación como un loco: «Me ne devo andare, pero tú no le mueves de aquí, ¿capito? No sales de aquí finchè io non lo dica… ¡Ya lo sabes! ¡No te mueves de aquí!» Esa noche, recibí una llamada de un tío al que no conocía: «Quémalo todo», dijo antes de colgar. Bueno… Reuní un montón de mentiras y las destruí en el fregadero. Y seguí esperando… Varios días… No me atrevía a salir de casa. No me atrevía a mirar por la ventana. Me había vuelto paranoica perdida. Tenía hambre, ganas de fumar, ya no tenía nada que perder… Volví a Meudon a pie y me encontré una casa vacía, con un cartel que decía «Se vende» en la verja. ¿Se habría muerto mi madre? Salté la tapia y dormí en el garaje. Regresé a París. Mientras no dejara de caminar, conseguía mantenerme en pie. Rondé por el edificio por si acaso había vuelto Vittorio… No tenía pasta, ni brújula, ni puntos de referencia, nada. Pasé otras dos noches en la calle con mi jersey de once mil francos, pedí cigarrillos y me robaron el abrigo. La tercera noche llamé a la puerta de Pierre y Mathilde y me derrumbé sobre su felpudo. Me hicieron recuperar fuerzas y me instalaron aquí, en la buhardilla del séptimo piso. Una semana más tarde, seguía sin mover un dedo, preguntándome a qué podría dedicarme profesionalmente… Lo único que sabía era que no quería volver a dibujar en mi vida. Tampoco estaba preparada para volver al mundo real. La gente me daba miedo… Entonces me convertí en técnico nocturno de superficies… Viví de esa manera durante algo más de un año. Mientras tanto recuperé a mi madre. No me hizo ninguna pregunta… Nunca he sabido si fue por indiferencia o por pura discreción… No indagué, no me lo podía permitir: ya sólo la tenía a ella…

»Qué ironía, había hecho de todo para huir de ella, y luego mira… Había vuelto a la casilla de salida, pero los sueños, los había perdido por el camino… Vivía como podía, no me permitía beber sola y buscaba una salida de socorro en mi buhardilla de diez metros cuadrados… Y entonces me puse enferma al principio del invierno y Philibert me cogió en brazos por las escaleras y me dejó en la habitación de al lado… El resto, ya lo sabes…

Largo silencio.

– Caray… -repitió Franck varias veces-. Caray…

Se incorporó, y cruzó los brazos.

– Caray… Vaya vida… Tela marinera… ¿Y ahora? ¿Qué vas a hacer ahora?

– …

Camille se había quedado dormida.

Franck le subió el edredón hasta la nariz, cogió sus cosas y salió de puntillas de la habitación. Ahora que la conocía, ya no se atrevía a tumbarse a su lado. Además ocupaba todo el sitio.

Todo el sitio.

18

Se sentía perdido.

Se paseó un rato por la casa, fue hasta la cocina, abrió los pequeños armarios y volvió a cerrarlos, meneando la cabeza.

Sobre el alféizar de la ventana, el corazón de alcachofa estaba ya mustio. Lo tiró a la basura, cogió un lápiz y se sentó para terminar su dibujo. No sabía muy bien qué hacer con los ojos… ¿Tenía que dibujar dos puntitos negros en cada extremo de los cuernos, o uno solo debajo?

Joder… ¡Ni siquiera de caracoles sabía nada!

Bueno, hala, uno solo, que quedaba más bonito.

Franck se vistió. Empujó la moto con las piernas apretadas al pasar delante de la portería. Pikou lo miró pasar sin rechistar. Muy bien, enano, muy bien… Este verano tendrás un polito Lacoste para ligarte a las pequinesas… Recorrió unos metros más antes de atreverse a arrancar la moto, y se lanzó por las calles nocturnas.

Tomó por la primera a la izquierda y luego siguió siempre recto. Una vez llegado al mar, se quitó el casco y observó las maniobras de los pescadores. Aprovechó para decirle unas palabritas a su moto. Para que comprendiese un poco la situación…

Sentía unas ligeras ganas de venirse abajo.

¿Demasiado viento, tal vez?

Franck se sacudió.

¡Ya está! Eso era lo que estaba buscando antes: ¡un filtro de café! Sus ideas se iban ordenando… Caminó pues bordeando el puerto hasta el primer bar abierto y se tomó un café en medio de los chubasqueros brillantes de agua. Al levantar la mirada, reconoció a un viejo conocido suyo en el reflejo del espejo:

– ¡Anda! ¡Pero si estás aquí!

– Ya ves…

– ¿Y qué coño haces tú aquí?

– He venido a tomar un café.

– Joder, tío, qué mala cara tienes…

– Estoy cansado…

– ¿Siempre por ahí de picos pardos?

– No.

– Anda ya… ¿No has estado con una chica esta noche?