– No era verdaderamente una chica…
– ¿Qué era?
– No lo sé.
– Eh, tío, tío… ¡Jefa! ¡Póngale otro café a mi amigo, que no le veo yo muy en forma!
– No, no… Deja…
– ¿Que deje qué?
– Todo.
– Pero Lestaf, tío, ¿qué te pasa?
– Me duele el corazón…
– Eeeeeh, ¿estás enamorado?
– Pudiera ser…
– ¡Caray! ¡Tío, qué buena noticia! ¡Qué alegría, chaval, qué alegría! ¡Que se te note, tío! ¡Súbete a la barra! ¡Canta!
– Para.
– ¿Pero qué te pasa?
– Nada… Esta… Esta tía mola, está bien… Demasiado bien para mí, vamos…
– No hombre, no… ¡No digas chorradas! Nadie es nunca demasiado para nadie… ¡Sobre todo las tías!
– Que no es una tía, te digo…
– ¡¿Es un tío?!
– Que no, hombre, que no…
– ¿Es un androide? ¿Es Lara Croft?
– Mejor aún…
– ¿Mejor que Lara Croft? ¡Joder, tío! ¿Qué, tiene buena delantera entonces?
– Yo diría que 85 A…
Le sonrió…
– Ah, vale… Si estás colado por una tabla de surf, entonces sí que estás apañado, ahora ya lo entiendo…
– ¡Que no, hostia, que no entiendes nada! -se irritó Franck-. ¡Tú nunca entiendes nada! Siempre igual, ¡siempre estás ahí, sellando parida tras parida para que no se note que no te enteras de nada! ¡Desde niño siempre tienes que dar la vara a todo el mundo! Joder, tío, es que me pareces patético… Esta tía, cuando me habla, no entiendo ni la mitad de las palabras que dice, ¿vale? A su lado me siento una mierda. Si vieras todo lo que ha vivido… Joder, yo no estoy a la altura… Creo que voy a pasar de ella…
El otro hizo una mueca.
– ¿Qué pasa? -gruñó Franck.
– Quién te ha visto, y quién te ve…
– He cambiado.
– Qué va, hombre… Estás cansado, nada más…
– Hace veinte años que estoy cansado…
– ¿Y ella qué ha vivido?
– Todo cosas malas.
– ¡Joder, tío, pues de puta madre! ¡No tienes más que ofrecerle tú otra cosa!
– ¿El qué?
– ¡Pero tío, lo haces aposta, ¿o qué?!
– No.
– Sí. Lo haces aposta para que te tenga lástima… Piensa un poco. Seguro que al final lo sacas…
– Tengo miedo.
– Eso es buena señal.
– Sí, pero si me…
La dueña del bar se desperezó.
– Señores, ya está aquí el pan. ¿Quién quiere un bocadillo? ¿El joven de la barra?
– No, gracias, estoy bien así.
Sí, estoy bien así.
Bien muerto, o bien vivo…
Ya se verá.
Estaban instalando los puestos del mercado. Franck compró unas flores en la trasera de un camión, «¿tienes suelto, chaval?», y se las guardó dentro de la cazadora.
Unas flores no estaban mal para empezar, ¿no?
«¿Tienes suelto, chaval?» ¿Suelto? ¡De eso justamente estaba harto, de andar suelto!
Y, por primera vez en su vida, viajó hacia París contemplando el amanecer.
Philibert se estaba duchando. Franck le llevó el desayuno a Paulette y la besó, frotándole las mejillas.
– ¿Qué pasa, abuela, no te encuentras bien?
– Pero si estás helado… ¿De dónde vienes tú ahora?
– Uuuuuf… -dijo él levantándose.
Su jersey apestaba a mimosas. A falta de jarrón, cortó la base de una botella de plástico con el cuchillo del pan.
– Eh, Philou.
– Espera un segundo, que me estoy dosificando el Nesquick… ¿Nos preparas la lista de la compra?
– ¿Cómo se escribe la riviera?
– Con mayúscula y con uve.
– Gracias.
Mimosas como en la ribi Riviera… Dobló en dos la notita y la dejó junto con el jarrón al lado del caracol.
Se afeitó.
– ¿Por dónde íbamos? -preguntó el del reflejo, volviendo a aparecer.
– Ya está bien, gracias, ya me las apaño…
– Bueno, pues nada… Buena suerte, ¿eh?
Franck hizo una mueca.
Era el after-shave.
Llegó diez minutos tarde, cuando la reunión ya había empezado.
– Aquí llega nuestro guapetón… -dijo el chef.
Franck se sentó sonriendo.
19
Como siempre que estaba agotado, se quemó gravemente. Su pinche insistió en curarle, y Franck terminó por tenderle el brazo sin decir palabra. No tenía fuerzas para quejarse, ni para sentir dolor. La máquina había explotado. Ya no servía, no funcionaba, ya no podía hacerle daño a nadie…
Regresó a casa tambaleándose, puso el despertador para no dormir hasta el día siguiente, se quitó los zapatos sin desatarse los cordones, y se desplomó sobre la cama, con los brazos en cruz. Ahora sí le dolía la mano, y reprimió un quejido de dolor antes de quedarse dormido.
Llevaba más de una hora durmiendo cuando Camille (así de ligera sólo podía ser ella) vino a visitarlo en sueños…
Desgraciadamente no vio si estaba desnuda… Estaba tumbada sobre él. Sus muslos contra los suyos, su vientre contra el suyo, y sus hombros contra los suyos.
Acercó su boca a su oído y le susurró:
– Lestafier, te voy a violar…
Franck sonreía en sueños. Primero porque era un bonito delirio y segundo porque el soplo de su voz le hacía cosquillas desde el otro lado del abismo.
– Sí… Para acabar ya con esto… Te voy a violar para tener una buena razón para abrazarte… Pero sobre todo no te muevas… Si te resistes, te estrangulo, chavalín…
Franck quiso acurrucarse para estar seguro de no despertarse, pero alguien lo sujetaba por las muñecas.
Por el dolor, se dio cuenta de que no estaba soñando, y porque le dolía, comprendió su felicidad.
Al juntar sus palmas con las suyas, Camille sintió el contacto de la gasa:
– ¿Te duele?
– Sí.
– Tanto mejor.
Y empezó a moverse.
Franck también.
– No, no, no -se enfadó Camille-. Déjame hacer a mí…
Escupió una esquinita de plástico, le puso la goma, se encajó en el hueco de su cuello, también un poco más abajo, y pasó sus manos por debajo de sus riñones.
Al cabo de unas cuantas idas y venidas silenciosas, Camille se aferró a sus hombros, arqueó la espalda, y llegó el orgasmo, en menos tiempo del necesario para escribirlo.
– ¿Ya? -preguntó Franck, algo decepcionado.
– Sí…
– Vaya…
– Tenía demasiada hambre…
Franck rodeó su espalda con sus brazos.
– Perdón… -añadió ella.
– No hay disculpa que valga, señorita… Voy a poner una denuncia.
– Por mí, encantada…
– No, ahora mismo no… Se está demasiado bien… Quédate así, te lo suplico… Mierda…
– ¿Qué pasa?
– Te estoy llenando de pomada para quemaduras…
– Mejor -sonrió Camille-, siempre puede sernos útil…
Franck cerró los ojos. Le acababa de tocar el premio gordo. Una chica dulce, inteligente, y picarona. Oh… gracias, Dios mío, gracias… Era demasiado bonito para ser verdad.
Algo mugrientos, algo grasientos, se quedaron dormidos los dos, bajo unas sábanas que olían a estupro y cicatrización.
20
Al levantarse para ir a atender a Paulette, Camille pisó el despertador de Franck y lo desenchufó. Nadie se atrevió a despertarlo. Ni sus compañeros de piso, cada uno a lo suyo, ni su jefe, que ocupó su puesto sin rechistar.
Qué mal lo tenía que estar pasando, el pobre…
Salió de su habitación hacia las dos de la mañana y llamó a la puerta del fondo.
Se arrodilló a los pies de su colchón.