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– ¿Vas a cocinar para la reina? -Camille trató de sonreír.

– Qué va, mejor que eso… Chef del Westminster…

– ¿En serio?

– Lo mejor de lo mejor.

– Ah…

– ¿Y tú estás bien?

– …

– Anda, vente a tomar una copa… No nos vamos a despedir así sin más, ¿no…?

20

– ¿Dentro o en la terraza?

– Dentro…

Franck la miró contrariado:

– Ya has perdido todos los kilos que habías cogido conmigo…

– …

– ¿Por qué te vas?

– Pues ya te lo he dicho… Es un ascenso buenísimo y… nada, eso… Yo no puedo permitirme el lujo de vivir en París… Me dirás que siempre puedo vender la casa de Paulette, pero no puedo…

– Lo entiendo…

– No, no, si no es por eso… No es por los recuerdos que dejo allí y eso… No, es sólo que… Esa casa no es mía.

– ¿Pertenece a tu madre?

– No. A ti.

– …

– Las últimas voluntades de Paulette… -añadió, sacando una hoja de su cartera-. Toma… Puedes leerla…

Querido Franck,

No te fijes en lo mala que es mi letra, es que ya apenas veo.

Pero lo que sí veo es que a Camille le gusta mucho mi jardín, y ésa es la razón por la cual me gustaría legárselo, si a ti no te importa…

Cuídate mucho y cuida de ella si puedes.

Un abrazo muy fuerte,

TU ABUELA

– ¿Cuándo la recibiste?

– Unos días antes de que… de que se fuera… Me llegó el día que Philou me anunció la venta del piso… Paulette… Paulette comprendió que… que todo se iba al garete, vaya…

Huuuuuuuy… Qué daño ese nudo en la garganta…

Menos mal que llegó el camarero:

– ¿Qué tomará el señor?

– Perrier con limón, por favor…

– ¿Y la señorita?

– Un coñac… doble…

– Habla del jardín, no de la casa…

– Sí… bueno… pero no nos vamos a poner a racanear, ¿no?

– ¿Te marchas?

– Te lo acabo de decir. Ya me he sacado el billete…

– ¿Cuándo te vas?

– Mañana por la noche…

– ¿Qué?

– Creía que estabas harto de currar para otros…

– Claro que estoy harto, ¿pero qué otra cosa quieres que haga?

Camille rebuscó en su bolso y sacó su cuadernito.

– No, no, basta ya con eso… -se defendió Franck, tapándose la cara con las manos-. Que ya no estoy aquí, te digo…

Camille pasaba las hojas.

– Mira… -le dijo, volviendo el cuaderno hacia él.

– ¿De qué es esta lista?

– De todos los locales que descubrimos, Paulette y yo, mientras paseábamos…

– ¿Los locales de qué?

– Los locales vacíos donde podrías montar tu negocio… Está todo pensado, ¿sabes…? ¡Antes de apuntar las direcciones, lo hablamos un montón ella y yo! Los que están subrayados son los mejores… Éste sobre todo, sería genial… En una placita detrás del Panteón… Un antiguo café con mucha solera, estoy segura de que te gustaría…

Se bebió de un trago lo que quedaba de coñac.

– Estás desvariando a lo bestia… ¿Pero tú sabes cuánto cuesta montar un restaurante?

– No.

– Estás desvariando a lo bestia… Bueno, hala… Tengo que irme a terminar de guardar mis cosas… Esta noche voy a cenar a casa de Philou y Suzy, ¿te apuntas?

Camille lo sujetó del brazo para que no se pudiera levantar.

– Yo tengo dinero…

– ¿Tú? ¡Pero si vives siempre como una pordiosera!

– Sí, porque no lo quiero tocar… No me gusta esa pasta, pero a ti sí te la quiero dar…

– …

– ¿Te acuerdas cuando te dije que mi padre era agente de seguros y que se murió de un… de un accidente de trabajo, te acuerdas?

– Sí.

– Bueno, pues hizo muy bien las cosas… Como sabía que me iba a abandonar, por lo menos se le ocurrió blindarme…

– No entiendo.

– Un seguro de vida… A mi nombre…

– ¿Y entonces por qué…? ¿Por qué nunca te has comprado un par de zapatos como Dios manda?

– Ya te lo he dicho… Yo este dinero no lo quiero. Apesta a carroña. Yo lo que quería era a mi padre, vivo. No su dinero.

– ¿Cuánto?

– Lo suficiente para que un banco te haga la pelota y te proponga un buen crédito, me imagino…

Camille recuperó su cuadernito.

– Espera, creo que lo tengo dibujado en alguna parte…

Frank se lo arrancó de las manos.

– Para, Camille… Basta ya. Deja de esconderte detrás de este puto cuaderno. Basta… Sólo esta vez, te lo suplico…

Camille miraba hacia la barra.

– ¡Eh! ¡Que te estoy hablando!

Miró hacia su camiseta.

– No, a mí. Mírame a mí.

Lo miró.

– ¿Por que no me dices sencillamente: «No quiero que te vayas»? Yo no soy como tú… A mí este dinero me la refanfinfla si es para gastármelo yo solo… Yo… Yo qué sé, joder… «No quiero que te vayas» tampoco es una cosa tan difícil de decir, ¿no?

– Yatelodije.

– ¿Qué?

– Ya te lo dije…

– ¿Cuándo?

– La noche del 31 de diciembre…

– Sí, pero eso no cuenta… Eso era con respecto a Philou…

Silencio.

– ¿Camille?

Articuló despacio:

– No… quie… ro… que… te… va… yas.

– Franck…

– Muy bien, sigue… No… quie…

– Tengo miedo.

– ¿Miedo de qué?

– Miedo de ti, miedo de mí, miedo de todo.

Franck suspiró.

Y suspiró otra vez.

– Mira. Haz como yo.

Adoptaba poses de fisioculturista en pleno concurso de belleza.

– Cierra los puños, arquea la espalda, dobla los brazos, crúzalos y acércatelos a la barbilla… Así…

– ¿Por qué? -se extrañó Camille.

– Porque sí… Tienes que reventar esa piel que se te ha quedado pequeña, así… Mira… Te estás ahogando dentro de esa piel… Tienes que salir de ella ya… Venga… Quiero oír cómo revienta la costura de la espalda…

Camille sonreía.

– Joder, no… Guárdate esa sonrisa de mierda… No la quiero… ¡No es eso lo que te pido! ¡Yo te pido que vivas, joder! ¡No que me sonrías! Para eso están las presentadoras de la tele… Bueno, me largo porque si no otra vez voy a perder los papeles… Hala, nos vemos esta noche…

21

Camille se hizo un sitito en medio de los cincuenta mil cojines de colorines de Suzy, no tocó su plato y bebió lo suficiente para reírse cuando tocaba.

Aun sin diapositivas, tuvieron que tragarse una sesión de Conocimiento del Mundo

– Aragón o Castilla -precisaba Philibert.

– ¡… perdieron su silla! -repetía Camille a cada foto.

Estaba alegre.

Triste y alegre.

Franck se fue enseguida porque había quedado para despedirse de su vida de francés con sus compañeros de curro.

Cuando Camille consiguió levantarse por fin, Philibert la acompañó hasta la calle.

– ¿Estás bien?

– Sí.

– ¿Quieres que te llame a un taxi?

– No, gracias. Tengo ganas de andar un poco.

– Bueno… pues entonces que tengas un buen paseo…

– ¿Camille?

– Sí.

Se dio la vuelta.

– Mañana… A las cinco y cuarto de la tarde en la estación del Norte…

– ¿Tú vas a ir?

Philibert dijo que no con la cabeza.

– No, desgraciadamente tengo que trabajar…

– ¿Camille?

Volvió a darse la vuelta.

– Ve tú… Ve tú por mí… Por favor…